Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
No hay épica sin héroe
Apenas transcurrida una semana desde el primer positivo por coronavirus en el Estado, el lehendakari Iñigo Urkullu disolvía el Parlamento y convocaba elecciones para el 5 de abril. El Gobierno vasco, en minoría en el Parlamento, divisaba días duros de control por parte de los grupos parlamentarios en fechas que ya se consideraban preelectorales y los cálculos de Urkullu pasaban por anular cualquier acción política de la oposición y evitar desgastar más aún su pobre gestión en una legislatura que tocaba a su fin.
Una vez disuelto el parlamento, el poder legislativo queda en manos de la Diputación Permanente, el órgano transitorio interlegislaturas que únicamente se reúne con carácter de urgencia por lo que carece de capacidad para controlar de forma ordinaria al Gobierno, debatir iniciativas de impulso o legislar a menos que haya que validar algún Decreto Ley del Gobierno. Urkullu, centrado en las elecciones, no había sabido dimensionar la amenaza de una pandemia pensando tal vez que su Oasis Vasco era ajeno a esta amenaza global.
Sin embargo apenas dos semanas después de la firma del decreto de disolución, Euskadi conocía su primer contagio y un mes después de convocar elecciones, el 17 de marzo, el lehendakari anulaba en parte su propio decreto dejando 'sine die' la cita con las urnas y declarando al Parlamento actividad no esencial. Para entonces Euskadi ya esperaba medidas contundentes contra el coronavirus por parte de un Gobierno al que sin embargo le costaba dar pasos. Pareciese que toda medida que se quisiera tomar debía pasar antes por el equipo electoral en Sabin Etxea.
En plena pandemia con una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes y con el poder legislativo deshabilitado, Urkullu quiere hacer épica y la quiere hacer solo. Cuando Urkullu comenzó a adoptar medidas parecía que fueran en diferido, con varios días de retardo. Le interesó hacer control de daños y controlar la información antes que comenzar a preocuparse por la ciudadanía que esperaba ansiosa medidas que la protegiera como sociedad.
El mando único en que se autodesignó Urkullu cuando declaró la alerta sanitaria le duró horas sin aplicar ninguna medida adicional. El Gobierno de coalición decretó un estado de alerta que convertía al presidente en mando único y dos de las joyas de la corona del autogobierno vasco como son Osakidetza o la Ertzaintza pasaban a manos de Pedro Sánchez. La queja de Urkullu fue clamorosa y, sin embargo, la ciudadanía vasca veía como las medidas que venía reclamando las activaba el Gobierno central, ante la mirada pasmada de un Gobierno vasco que no supo hacer uso de su autogobierno en el momento más necesario: cuando escuchábamos día sí y día también a los sanitarios recomendarnos que nos quedáramos en casa.
Urkullu optó por un comité asesor en torno al Covid-19 compuesto por los máximos responsables de las tres diputaciones, políticos del PNV, y el máximo responsable de Eudel representando a las instituciones locales, también político del PNV. Y en ese contexto el lehendakari pedía unidad y colaboración permanente entre instituciones dejando al margen de nuevo el legislativo. ¿No hubiera correspondido crear una mesa de crisis con la comunidad científica que le capacitase para tomar decisiones políticas ajenas al electoralismo imperante?
Durante estos quince días de confinamiento no hemos parado de ver a miembros del Gobierno vasco paseándose por diferentes escenarios ajenos a cualquier confinamiento. Ruedas de prensa donde se leían las respuestas a preguntas de los medios de comunicación y mensajes continuos intentando instalar el “coma económico” como el peor de nuestros escenarios, como si detrás del entramado empresarial no hubiese personas que proteger.
Y mientras trabajadores y trabajadoras reclaman poder proteger su salud y la comunidad científica y sanitaria confían en el confinamiento como único antídoto contra el Covid-19, parece factible pensar que la industria de nuestro país goza de una salud encomiable. O eso nos han estado vendiendo, por lo que cabría pensar que podrá superar diez días de cierre.
Así que la exaltación del presidente de Confebask sólo se entiende desde una perspectiva 'hooliganista', queriendo asentar el mensaje que su lehendakari llevaba días instalando en los medios en esta lucha por superar el periodo preelectoral. Con debates en los medios y no en las instituciones y con una única voz en ellos, la del Gobierno y sus máximos acólitos. Y en esta batalla queriendo hacer épica está el lehendakari tras el nuevo decreto de Sánchez para el cierre de toda actividad no esencial evidenciando que la base del nacionalismo puede ser la insolidaridad, que, sin embargo, nos puede conducir a perder la perspectiva y llevarnos a una tragedia de no saber defendernos bien cuando lo que se juega es tan trascendental como la supervivencia.
¿Qué pensarán los que están llamados a sobrevivirnos? ¿Qué dirán en un concepto de pueblo que trasciende el presente pero al que no le importan las personas del futuro? ¿Cómo decirle a nuestra siguiente generación que en nuestro concepto de pueblo también ellos estaban excluidos? Mientras, el Parlamento observa en cuarentena a un lehendakari que no está sabiendo estar a la altura más pendiente de su campaña que de las personas convertidas en meros números.
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