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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Euskadi y su desfile de modelos

Digan lo que digan las diversas corrientes del nacionalismo, el debate político en Euskadi se ha constitucionalizado notablemente. Es, sin duda alguna, el legado más fructífero de la etapa socialista presidida por el lehendakari Patxi López. Bajo su mandato, se cayeron del cartel, tanto el terrorismo de ETA, como los planes autodeterministas de Ibarretxe. El “euskotema” dejó de aburrir a la sociedad vasca y, en su lugar, afloraron para el debate público los problemas que aquejan de verdad a la ciudadanía vasca: los de la situación económica, el empleo, la educación, los servicios públicos, las prestaciones sociales… Son cuestiones, todas ellas, que ningún partido vasco se priva de querer abanderar. Por eso mismo, su protagonismo ha llegado a ser incuestionable y hasta absorbente. 

Las utopías nacionales no suscitan las pasiones de antaño. El mundo nacionalista se las reserva para sus fiestas de guardar: sea el Alderdi Eguna (caso del PNV) o el Aberri Eguna, compartido (es un decir) con el abertzalismo radical. Es en esas fechas cuando tratan (y con bastante tiento) de sus horizontes utópicos, aprovechando de paso para hablar, como lo hacía el PNV, del “deterioro democrático” en España, que, al parecer, contrasta con la “fortaleza de la democracia vasca” y la “sólida cultura política” de los vascos. ¡Como si ETA y el silencio totalitario que impuso a este país durante tantos años no hubieran pasado por Euskadi! EH Bildu, por su parte, en palabras de Otegi, se muestra partidario de mantener una tensión constante de la sociedad vasca, para acabar obteniendo nuestra plena soberanía, porque la “libertad de los pueblos” es lo más moderno y progresista que puede haber en estos tiempos, como lo prueba lo bien que le va al pueblo británico su apuesta por el Brexit.

Pero no hay que engañarse. Euskadi no tendrá su Brexit particular, porque el tantas veces reclamado “derecho a decidir” ha caducado. Ni está ni se le espera. Por eso precisamente, el ámbito nacionalista ha optado por refugiarse en un gradualismo amable, muy del gusto del PNV, y del que actualmente participa EH Bildu. Un gradualismo y una amabilidad que no es incompatible con el mantenimiento de la desafección a España, que es para ese mundo un rasgo inalterable de identidad política. ¿En qué se quedaría el nacionalismo vasco sin la aportación estimulante de un enemigo nacional a la medida?

De ahí que se insista hasta el agotamiento en la incompatibilidad radical del “modelo vasco” frente al “modelo español”, a la hora de abordar el debate sobre cualquier cuestión de relevancia colectiva. El derecho a decidir está siendo sustituido por los diferentes “modelos”, de sociedad y de país, que nos diferencian de España, y siempre en favor nuestro. Tenemos modelos para dar y tomar. La política vasca se ha convertido en un verdadero desfile de modelos con que armar intelectualmente las discrepancias que surgen con las decisiones “avasalladoras” del Gobierno Central.

Tenemos un modelo que defender para cada polémica. Contamos, por ejemplo, con un modelo propio de política migratoria, como el que llevó en su día a la consejera del PNV, Beatriz Artolazabal, a abominar del centro de acogida de inmigrantes que el Gobierno de España decidió levantar en su día en la antigua clínica Arana, de Vitoria. Al parecer, según sus palabras, el plan del Gobierno de España no hacía otra cosa que masificar y crear guetos, que serían contrarios al tratamiento “personalizado” que se practica en Euskadi en el ámbito de la inmigración.

¿Y qué decir del modelo sindical de Euskadi, de esa “mayoría sindical” reivindicada constantemente por ELA-STV y LAB? Pues simplemente  que impulsó la “unidad nacional” vasca en el Congreso de los Diputados y obligó a los diputados del PNV y EH Bildu en el Congreso a votar, junto con PP y Vox, en contra de la reforma laboral. Afortunadamente, la reforma salió adelante, la estabilidad laboral y la creación de empleo se consolidaron y los trabajadores vascos pueden hoy respirar más tranquilos.

Por no hablar de nuestra izquierda autóctona, que no puede ser otra cosa que abertzale; y no tiene, por tanto, nada tiene que ver con la izquierda de toda la vida, la que durante años hemos visto agrupada en el Partido Socialista. Porque ya ha reiterado Otegi que aquí la izquierda será soberanista o no será.

Una izquierda soberanista que, en su afán por centrarse, y para disgusto de su escisión “comunista”, está buscando un modelo económico particular, a través de un diálogo constructivo con el empresariado vasco. Iniciativa que, a decir verdad, está un poco verde todavía, dada la insana tendencia de los empresarios a recordar cosas tan ingratas para ellos como el “impuesto revolucionario”.

Y, por ceñirnos a la más reciente actualidad, no es posible olvidar nuestro modelo feminista, empeñado en rechazar la fiesta laboral del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, como propuso la vicelehendakari Idoia Mendía, para tratar de imponer el 5 de noviembre, en recuerdo del día en que las mujeres vascas votaron por primera vez, aunque pudieran hacerlo como consecuencia de una ley española, como la que se aprobó en el período republicano; y, además, ¡qué cosas!, impulsada por una feminista española, como lo fue Clara Campoamor.

Pese a todo, y a diferencia de otras épocas, la sangre no acaba de llegar al río. En contra de lo que fue su tendencia habitual durante decenios, EH Bildu participa activamente, junto con el PNV, en los debates del Congreso de los Diputados y en los amplios acuerdos que se han venido obteniendo en el parlamento español: entre ellos, los que permitieron la aprobación de tres Presupuestos Generales. Y, tanto PNV como EH Bildu, reiteran su respaldo al Gobierno presidido por Pedro Sánchez. Y no, según sus representantes, por devoción al PSOE, sino porque la alternativa de un Gobierno del PP con Vox sería peor.

¿Y eso qué significa? Que el futuro de Euskadi no es ajeno al del conjunto de España. O, por decirlo de otro modo, que sólo si a España le va bien, a Euskadi le irá bien igualmente. O que, si aún queremos ser más rotundos, a nuestros nacionalistas no les queda otro remedio que volverse un poco más españoles, aunque sólo sea por pura conveniencia: la que les lleve a seguir haciendo política por la vía constitucional.

Digan lo que digan las diversas corrientes del nacionalismo, el debate político en Euskadi se ha constitucionalizado notablemente. Es, sin duda alguna, el legado más fructífero de la etapa socialista presidida por el lehendakari Patxi López. Bajo su mandato, se cayeron del cartel, tanto el terrorismo de ETA, como los planes autodeterministas de Ibarretxe. El “euskotema” dejó de aburrir a la sociedad vasca y, en su lugar, afloraron para el debate público los problemas que aquejan de verdad a la ciudadanía vasca: los de la situación económica, el empleo, la educación, los servicios públicos, las prestaciones sociales… Son cuestiones, todas ellas, que ningún partido vasco se priva de querer abanderar. Por eso mismo, su protagonismo ha llegado a ser incuestionable y hasta absorbente. 

Las utopías nacionales no suscitan las pasiones de antaño. El mundo nacionalista se las reserva para sus fiestas de guardar: sea el Alderdi Eguna (caso del PNV) o el Aberri Eguna, compartido (es un decir) con el abertzalismo radical. Es en esas fechas cuando tratan (y con bastante tiento) de sus horizontes utópicos, aprovechando de paso para hablar, como lo hacía el PNV, del “deterioro democrático” en España, que, al parecer, contrasta con la “fortaleza de la democracia vasca” y la “sólida cultura política” de los vascos. ¡Como si ETA y el silencio totalitario que impuso a este país durante tantos años no hubieran pasado por Euskadi! EH Bildu, por su parte, en palabras de Otegi, se muestra partidario de mantener una tensión constante de la sociedad vasca, para acabar obteniendo nuestra plena soberanía, porque la “libertad de los pueblos” es lo más moderno y progresista que puede haber en estos tiempos, como lo prueba lo bien que le va al pueblo británico su apuesta por el Brexit.