Un paisaje de fábricas cerradas e historias de trabajadores: cuarenta años de industria en Euskadi convertidos en arte

La desaparecida Compañía de Maderas de Bilbao, situada en el solar donde hoy se erige el museo Guggenheim, es considerada como la primera “víctima” del llamado efecto Guggenheim, símbolo del radical proceso de transformación postindustrial que alteró profundamente el paisaje y la identidad del Bilbao metropolitano. Decenas de obras de artistas han reflejado el fin de aquella arquitectura industrial en Euskadi como por ejemplo Eduardo Sourrouille, que en su obra Yo estuve allí (1993), fotografió a varios personajes enmascarados entre las ruinas del edificio poco antes de su demolición, en un gesto de despedida y reivindicación de la memoria del lugar o Juan Carlos Eguillor, crítico con la desindustrialización, que convirtió la chimenea de la Compañía en un motivo recurrente y simbólico de su obra. En su dibujo Bilbao, representa una figura vestida con placas de titanio —en alusión al Guggenheim— y cabeza de chimenea, que abraza un libro también titulado Bilbao, como metáfora de la identidad ambigua y contradictoria de la ciudad.

Otro de los artistas que reflejaron la desaparecía compañía en sus obras fue Jesús María Lazkano, en Compañía de Maderas (1990). Paradójicamente, la pintura fue adquirida por el propio Museo Guggenheim Bilbao, de modo que la memoria de la Compañía de Maderas permanece, literal y simbólicamente, en el mismo espacio que ocupó. Así, el arte logra mantener viva la memoria de un patrimonio desaparecido, integrándola en el nuevo relato cultural del Bilbao postindustrial.

Ahora, esas obras forman parte de la exposición ARS EX INDUSTRIA, el arte como espejo de la cultura y el patrimonio industrial vascos, una muestra colectiva de arte contemporáneo que rinde homenaje a la huella de la industrialización vasca a través de la creación artística. La exposición, disponible en Itsasmuseum hasta el próximo 26 de abril, recoge 36 obras de artistas que, desde los años 80 hasta hoy, han trabajado desde y sobre lo industrial. “Pinturas, esculturas, fotografías, dibujos e instalaciones audiovisuales componen un recorrido visual que no ilustra la historia, sino que la interpela, la transforma y la proyecta desde la sensibilidad artística. Lenguajes, técnicas y miradas diversas dialogan con el hecho industrial como inspiración, como herida, como paisaje, como símbolo o como relato compartido”, explican los impulsores de la muestra, la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública (AVPIOP), que nació hace 40 años con el objetivo de “preservar, estudiar y reivindicar el patrimonio industrial vasco como una parte esencial de nuestra identidad colectiva”.

“La Asociación nació en un contexto en el que las chimeneas comenzaban a apagarse, las fábricas se cerraban y el silencio empezaba a cubrir espacios que durante décadas habían marcado el ritmo vital, económico y social de Euskadi. Hoy, ese trabajo incansable por custodiar fábricas, máquinas, puentes, planos, voces y vivencias se ha convertido en una fuente poderosa de conocimiento, identidad… y también de inspiración artística. La industria no solo forjó estructuras de acero, ladrillo y cemento: también forjó cultura. Dio lugar a valores, estéticas, memorias familiares, formas de resistencia y comunidades en transformación. Esta exposición es también un homenaje a esa dimensión intangible, a la memoria sensible de la industrialización, esa que pervive en la obra de quienes han hecho del arte un espejo de nuestra historia reciente”, sostienen.

La exposición, comisariada por el doctor en Bellas Artes Alberto Salcedo Fernández, se divide en distintas fases, una de ellas centrada en el factor humano, en aquellos hombres y mujeres que sostuvieron la industria vasca con su trabajo y su lucha colectiva, buscando mejorar las condiciones de vida y los derechos sociales que hoy son heredamos. “También se aborda la convivencia cotidiana entre lo industrial y lo urbano en aquellas poblaciones donde la frontera entre fábrica y ciudad se desdibujaba. La fábrica se convertía así en una vecina más, un elemento inseparable del paisaje cotidiano, dando lugar a las llamadas ”ciudades-fábrica“, territorios híbridos en los que lo fabril y lo urbano se entretejían de forma natural”, explican desde AVPIOP.

Ejemplo de ello son las obras Sin título (1986) de Agustín Ibarrola, Familia y grúas (2004) de Iñaki Izquierdo, perteneciente a su proyecto Fin de una cultura industrial, y Compañeros de hierro (1995) de Fidel Raso, dentro del proyecto Semillas de hierro, junto con las piezas de Jesús Ángel Miranda y Juantxu Rodríguez, conforman este relato visual de la sociedad industrial. “Mientras Ibarrola y Raso nos introducen en el universo obrero, Miranda, Rodríguez e Izquierdo retratan la vida industrial desde su más pura cotidianidad”, detallan. En este sentido, las obras, en su gran parte fotografías de aquellos trabajadores, muestran el crudo día a día, pero también el ocio tras el trabajo.

El probablemente símbolo más importante de aquella industrialización fue la fábrica, y así lo expresa la exposición. “La fábrica, núcleo simbólico de la industrialización vasca, se presenta en esta intrahistoria no solo como vestigio material de una época, sino como un espacio de reflexión sobre el progreso, la memoria y la transformación del territorio. Las grandes arquitecturas fabriles fueron verdaderas ”catedrales de la modernidad“ en las que confluyeron técnica, arquitectura y vida obrera. En el País Vasco, aunque el territorio estuvo salpicado de infinidad de instalaciones fabriles, los principales focos donde se concentraron fueron: los márgenes de la Ría del Nervión, la comarca del Bidasoa o la Llanada Alavesa. Las fábricas fueron, además de motores económicos, espacios de sociabilidad, creación y resistencia colectiva. En ellas se forjaron saberes técnicos, relaciones sociales y luchas colectivas que lograron las grandes conquistas sociales del siglo XX. Hoy, en un contexto postindustrial, aquellas estructuras de hierro y hormigón se han transformado en lugares de memoria, símbolos de una identidad colectiva que la AVPIOP se esfuerza por preservar y reinterpretar”, reconocen.

Las obras que ponen la fábrica como gran protagonista son Altos Hornos de Vizcaya (2024) de Vinicius Libardoni, Bilbao, Zorroza (1993) de Carlos Cánovas, Heavy Metal de Juan Carlos Eguillor, Paisajes en la memoria (1987) de Santiago Yaniz, Mineros del mar (2016) de Ana Olías, Marcial Ucín Azpeitia (2000) de Xabier Otero y Opus I y Opus II (1994) de Joan Fontcuberta. Todas ellas abordan, desde lenguajes diversos, la fábrica como metáfora del paso del tiempo, la obsolescencia y la persistencia.

Más allá de las pinturas, dibujos y fotografías la exposición también aborda proyectos audiovisuales, creados para responder a la pregunta: ¿Dónde están las fábricas que cerraron? Se trata de las obras Aires de cambio (2001-2002) de Itxaso Díaz y Fabrika(k) (2019) de Igor Rezola. En el caso de Díaz, realiza un riguroso trabajo de investigación etnográfica y rescata los testimonios de vecinos y vecinas de Gallarta, así como de mineros que trabajaban en las minas de hierro de los montes encartados, justo cuando el cierre de las explotaciones vizcaínas se había vuelto irreversible. Su obra funciona como una correa de transmisión intergeneracional de memoria inmaterial, preservando relatos sobre la vida cotidiana en entornos altamente industrializados y la dureza del trabajo en la mina, evitando que estas experiencias se pierdan para siempre.

Mientras Rezola, por su parte, se centra en la deslocalización de los centros de producción industrial, trasladados desde los países occidentales a naciones en vías de desarrollo, principalmente en Asia. El artista reflexiona sobre el impacto que la muerte simbólica y física de la fábrica ha tenido en la sociedad vasca, cuestionando las consecuencias sociales y económicas de este traslado globalizado del trabajo industrial. “Ambos trabajos, desde perspectivas diferentes, nos interpelan para pensar sobre los efectos de la rápida transformación postindustrial y el cambio del modelo socioeconómico en Euskadi. Mientras Díaz nos conecta con la memoria y la experiencia vivida, Rezola nos invita a mirar críticamente las dinámicas contemporáneas de la producción y sus consecuencias en la comunidad. Juntas, estas piezas conforman una reflexión profunda sobre la memoria industrial, la pérdida de la fábrica y sus implicaciones sociales”, sostienen los organizadores de la muestra.

La exposición también reune las obras importantes de grandes esqueletos de la industria como la central nuclear de Lemoiz o la historia de los astilleros desaparecidos como Astilleros Euskalduna, Astilleros de la Sociedad Española de Construcción Naval, Astilleros Luzuriaga o más recientemente La Naval. En el primer caso, el de la central nuclear, se muestran fotografías de lo que quedó de ella y su paisaje realizadas por los artistas Marisa González y Mikel Alonso mientras que en el segundo caso, Mikel Alonso, Mikel Zalbidea, Alfonso Batalla, Javier Riaño y Rafael Paz muestran el desmantelamiento de los astilleros y llevan al público al interior de ellos.

elDiario.es/Euskadi

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