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Marisa González, artista multimedia: “Hay que equilibrar la presencia de mujeres y hombres en todos los espacios”

“Una de las decisiones más inteligentes de mi vida ha sido no casarme con un artista, porque me habría pasado la vida entera limpiando sus pinceles”, confiesa entre risas la artista multimedia Marisa González (Bilbao, 1943) mientras se pasea por la exposición  ‘Un modo de hacer generativo’ en el centro de arte contemporáneo Azkuna Zentroa. Una muestra que recorre once capítulos de su vida como creadora que utiliza las nuevas tecnologías para hacer arte. Nuevas tecnologías como un fax, una fotocopiadora, una plancha o una cámara de fotos que a día de hoy podría considerarse antigua. Pero en aquella época supuso toda una revolución. Al igual que los temas que retrataba: desde la violencia sexual utilizando muñecas rotas, hasta vídeos del propio infierno de la central nuclear de Lemoiz, en la que los propios trabajadores le confesaban sorprendidos que no entendían por qué una artista como ella pasó dos años entre fuego y escombros para retratar su desmantelamiento.

González es así, convierte en arte lo cotidiano y no desaprovecha ninguna ocasión para denunciar las injusticias: desde la lucha contra el franquismo en movimientos estudiantiles hasta los movimientos pacíficos contra la guerra de Vietnam o los derechos laborales de las mujeres filipinas explotadas en trabajos abusivos en Hong Kong. González, Premio Velázquez de las Artes de 2023, a sus 82 años continúa trabajando en su arte, siempre dentro de las artes visuales, las fotocopiadoras, la fotografía, el vídeo o el ordenador. “Ya no entro en centrales nucleares ni hago grandes viajes a Asia para realizar proyectos, trabajo en mi estudio con pequeños frutos a los que les doy otras vidas”, reconoce la ganadora del Premio Velázquez de las Artes Plásticas de 2023.

En 1967 se trasladó a Madrid para estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Es allí donde participa en el movimiento de lucha estudiantil contra la dictadura franquista. ¿Cómo recuerda aquella época?

Teníamos la dictadura franquista, no existía libertad, nos detenían por nada, si nos reuníamos un máximo de cuatro personas ya nos detenían. Un día, por ejemplo, me detuvieron saliendo de una reunión que habíamos tenido para mejorar los planes de estudio de la Escuela, pero la comunidad de vecinos vio que en el bajo había una reunión y llamó a la Policía y nos detuvieron. En aquel entonces la Policía te llamaba “¡Comunista!”, “¡Roja!”, y no se podían creer que estábamos reunidos para cambiar el plan de estudios de la Escuela de Bellas Artes. Entonces la enseñanza era muy academicista, por eso saqué una conclusión al terminar Bellas Artes: que nada de lo que me habían enseñado era lo que yo quería hacer. Por eso me fui a Estados Unidos a buscar un arte de futuro, no un arte del pasado. Siempre nos decían que en las artes debíamos ir a los orígenes y al pasado para inspirarnos, pero yo quería ir al futuro, por eso me fui a Estados Unidos y acerté.

1971 finaliza sus estudios en España y se traslada a Estados Unidos a estudiar un máster en el Instituto de Arte de Chicago (SAIC) durante dos años, especializándose en las nuevas tecnologías aplicadas a las prácticas artísticas. ¿Era bien recibido el arte con nuevas tecnologías?

Sí, en Estados Unidos el arte y la tecnología estaban respetados, en España no. En España me miraban con lupa todo lo que hacía porque no sabían cómo lo hacía y mis formatos eran pequeños. Me interesa cómo empiezo un proyecto, la primera obra está planificada, pero luego yo no sé cómo voy a terminar porque me dejo guiar por lo que me aporta la evolución del proceso de la máquina. Me interesa cómo va ingiriendo e interfiriendo la máquina. Yo voy observando que sugerencias me hace la propia máquina. A veces las acepto y otras no.

A lo largo de su carrera utiliza su arte para luchar por los derechos civiles o la denuncia de la violencia de género. ¿Utiliza el arte para luchar por cuestiones sociales y políticas o son estas luchas las que le llevan a crear obras?

Ambas. En ambos casos el tema del compromiso social siempre me ha hecho estar muy alerta a los problemas y los he intentado reflejar en mis proyectos.

En los 2000 durante un año hizo el seguimiento del desmantelamiento de una fábrica de pan en el centro de Bilbao. También retrató con fotos y vídeos el desmantelamiento de la central nuclear de Lemoiz, un proyecto para el cual se adentró en la central durante dos años. ¿Cómo transformar en arte la vida cotidiana en este caso de unos trabajadores?

Esa es buena pregunta. Yo, aunque esté haciendo un trabajo social, siempre cuido la parte estética. Si puedo aportarle belleza incluso a objeto desagradable, le intento buscar belleza. No quiero que mi aportación creativa quede disminuida por la intención social o política. En el caso de Lemoiz la empresa me permitió entrar todo lo que yo quisiera porque me contrató como experta en demoliciones para que registrase fotográfica y videográficamente el proceso de desmantelamiento sin mediar transacción económica. En contraprestación me daban la posibilidad de que yo, la autora, me reservara el derecho de uso con fines artísticos. Gracias a ese contrato pude defender mi trabajo. Tengo vídeos en los que aparece el fuego que se utilizó para desmantelar la central. Cuando íbamos a comer al aire libre, salíamos del sótano de una de las plantas subterráneas donde estaban los operarios cortando tubos con el fuego y me decían: 'Es increíble. Nosotros estamos en este infierno para ganar el pan y el sustento de nuestros hijos y a usted la vemos disfrutando'. Para ellos era sorprendente que yo estuviera disfrutando en ese infierno. Fue difícil porque saqué tanto material que costó convertirlo en exposición. Conseguí realizar una exposición en el Centro de Arte Contemporáneo de Burgos solo de Lemoiz en la que había muchas instalaciones y más obra. Por esa exposición publicaron una página entera de El País con la foto del reactor de la central nuclear en el centro. Esa mañana llamaron al propietario de la empresa que me dejó entrar y le tuvieron que enseñar el contrato que firmé y se tuvieron que callar pero ya no me dejaron volver a entrar. Por suerte para aquel entonces ya había sacado un camión entero de trastos. Esto fue un privilegio, porque insisto que muchos artistas vascos me han dicho que no han conseguido entrar. Yo sugerí que lo convirtieran en un museo de tecnología, porque es la única central nuclear en el mundo no contaminada, ya que no llegó a entrar el uranio, pero aquello fue tan conflictivo, con los asesinatos, que no querían recordarlo. Prefirieron borrarlo y vaciarlo.

En muchas de sus obras refleja la violencia machista contra las mujeres, también en una época en la que era un tabú. ¿Cómo valora la situación de cuando empezó a crear este tipo de obras y ahora?

La diferencia es que la violencia contra las mujeres ahora se difunde. Es probable que siempre hayan existido esos maltratos, esa violencia, pero no se difundían. Ahora, gracias a los medios, cada vez que hay un suceso de estas características se difunde y es fundamental para que se conozca. Ahora decimos pero, ¿qué pasa, por qué hay tantos casos? Y yo creo que son los mismos, pero que ahora se difunden, cosa que está bien para que los maltratadores se den cuenta de que ese no es el camino de actuar.

También ha sido impulsora de los derechos de las mujeres artistas. ¿Ha visto una evolución en el reconocimiento de su arte?

Ha sido muy lento. En Mujeres en las Artes Visuales (MAV) hacemos un observatorio sobre cuántas mujeres participan en la feria de arte ARCO o cuántas españolas exponen en galerías. Hacemos unos estudios y estadísticas y, es cierto que se está mejorando un poquito, pero siento que es porque la gente está más alerta y tiene más cuidado. Muchas veces en una exposición o en un jurado solo hay hombres y su excusa es que no se dan cuenta o que los programadores no miran el género, sino la calidad. Llegará un momento en el que sea algo natural, pero a día de hoy hay que equilibrar la participación y presencia de las mujeres y los hombres tanto en el arte como en cualquier espacio. Yo antes decía llegaremos a la igualdad en el momento que haya una mujer tonta en el poder, pero ya tenemos a ejemplos y encima con mucho poder, con lo cual ese dicho no me ha servido.

Su obra supuso una revolución por las nuevas tecnologías que utilizaba en aquella época, como el fax o la fotografía. A día de hoy la novedad es el arte con la Inteligencia Artificial. ¿Qué opina sobre ello?

Es alucinante porque la inteligencia artificial se suministra de datos, muchas veces de la Wikipedia. En mi caso, parte de mi activismo feminista se basa en crear páginas de Wikipedia sobre mujeres del mundo del arte para lograr posicionarlas. El 95% de las mujeres españolas del arte contemporáneo no tenían su página propia en Wikipedia y se las he hecho yo. He creado ya 300 páginas. En el caso de la Inteligencia Artificial, tengo una amiga, Marina Núñez, que ha hecho una exposición maravillosa en el Museo de Antropología de Madrid y está hecha toda con Inteligencia Artificial, pero son horas y horas y horas de ir elaborando cada imagen, algo que no va para mi temperamento. Yo necesito más resultados y más inmediatos, porque soy muy acumulativa.

elDiario.es/Euskadi

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