Puede parecer exagerado el pasar de “me están comiendo los mosquitos” a “me los voy a comer yo a ellos” (en cualquier, caso nunca alcanzarían a la lideresa de exageraciones que es Estrellita Castro, en los tientos del reloj: “no se lo que hasé, no se lo que hasé, que me duele la cal de los huesos, de tanto queré”. Es, o no, la reina del exceso); pero tanto la FAO, a nivel mundial, como una asociación de productores de insectos, los promueven para consumo animal y humano. Y me ha recordado, por el su contenido en aminoácidos, el déficit de proteína para piensos que sufrimos en la U.E.
Para llegar a esta situación de déficit de proteína en la alimentación animal se partió desde la crisis de las vacas locas. La encefalopatía espongiforme bovina transformó profundamente los controles sanitarios, la identificación de animales, y se prohibió el uso de proteínas animales en los piensos.
Afortunadamente las medidas han funcionado, provocando que desde los primeros casos de esta enfermedad, a principios de la década pasada, hasta ahora se hayan reducido enormemente el número de positivos. Llevando la prevalencia de la enfermedad a cifras ínfimas (tanto que, a nivel nacional, en 2.013 no hubo casos; en 2014, dos en Galicia, y desgraciadamente en Extremadura hemos inaugurado 2015 con el positivo en Portaje).
Se ha sido muy estricto y escrupuloso en el control y en la destrucción de los materiales de riesgo. Igualmente, los métodos para la detección de posibles contaminaciones cada vez se afinan más, y por esto, igual era el momento relajar las prohibiciones. Aunque, también es cierto, que vencer el miedo del político y del burócrata europeo es difícil, en una enfermedad como ésta, con la enorme repercusión pública, mediática y económica que tuvo.
Quizás combinando la necesidad de reducir el déficit de proteínas y que el riesgo cero no existe, pudiera contemplarse la posibilidad de ir permitiendo su uso en alimentación animal, porque hay herramientas eficaces de identificación, control, trazabilidad y analítica de detección (ahora solo se permite en acuicultura, pero no en monogástricos ni en rumiantes)
Respecto a la proteína vegetal que decir: La soja ha desaparecido de nuestros campos porque no se puede competir con las producciones transgénicas de EEUU, Argentina o Brasil. Así que hay que importarla porque nuestra producción de proteínas vegetales solo cubre un porcentaje mínimo de nuestras necesidades. Dejando en manos de terceros el control sobre nuestra alimentación y perdiendo la capacidad de influir en los precios. Es urgente que en la U.E . se abra un debate técnico, y aséptico, sobre los organismos genéticamente modificados y tomar las riendas y el protagonismo de la investigación pública en este sector.
Intentando remediar esta situación, en las últimas normativas de ayudas PAC, la Unión Europea ha intentado fomentar la producción de cultivos proteicos incrementando algo sus ayudas. Así en la actual se han definido ayudas asociadas a estas producciones cuyo destino sea la alimentación animal. La ayuda dependerá de la relación entre la superficie solicitada y la dotación presupuestaria; pero nunca podrá ser superior a 250 €/has.
Y terminando con los insectos. Se ha creado una plataforma (IPIFF que actualmente está compuesta por empresas de los Países Bajos, Francia, Alemania y Sudáfrica) que ha presentado ante responsables comunitarios la idea de que la harina de insectos puede servir como fuente de proteína para la alimentación animal, y piden la adaptación de la normativa vigente. Algo así, promueve la FAO, aunque poniendo el acento en su uso como remedio frente al hambre.
Esto que parece nuevo, ya se diseñó hace algunos años en Extremadura, cuando se pensó en alimentar pintadas con las langostas, en La Serena, sirviendo además para su control, que cuando el año viene “atravesao”, la cosecha de estos insectos es muy grande.
0