La escritora y columnista extremeña, Pilar Galán, regresa a las librerías con el libro El peso exacto de los días, publicado por la editorial De la Luna Libros, un volumen de relatos mínimos y luminosos que condensan su mirada sobre el paso del tiempo, las mujeres, la vida doméstica y la memoria. Galán, nacida en Navalmoral de la Mata y profesora en el IES Hernández Pacheco de Cáceres, vuelve a demostrar que la literatura más intensa puede habitar en las cosas pequeñas, en los gestos que pasan desapercibidos y en la emoción de los días comunes.
“El título —El peso exacto de los días— parece contener toda una declaración de intenciones”, explica la autora. “Mi madre decía que los días pasan lentos, pero los años, muy rápido. Yo no comprendía esa frase hasta que empecé a sumar años y a darme cuenta de que mirabas atrás y era puro vértigo. Los días unas veces están cargados de piedra, son puro plomo, y otras, se vuelven ligeros como la espuma o densos como la luz del otoño. Hay que aprender a vivir contracorriente, cargando el peso de todo lo que llevamos encima y, al mismo tiempo, descargando cada mañana lo aprendido para empezar a mirar como si fuéramos niños”.
Quienes se adentren en el libro, dice Galán, encontrarán el reflejo de lo cotidiano, “la mayor fuente de fantasía que existe”, y se reconocerán en sus personajes: la desolación de los mayores, la resignación de algunas mujeres, la ilusión de los niños, el amor que nos hace ridículos y al mismo tiempo nos confiere una dignidad grandiosa.
El formato elegido —microrrelatos afilados, casi destellos— obedece a una vocación de concisión y precisión narrativa. “Me atrae esa lucha contra el espacio, la pelea para eliminar, corregir, quedarse con la semilla y desechar lo superfluo. Un microrrelato debe arrancar de inmediato para acabar al instante. No puede tener errores ni vacilaciones. Como decía Jorge Guillén: el microrrelato debe ser contundente, debe pesar como el aire”.
Pilar Galán confiesa que la implicación del lector es parte esencial de su escritura: “El lector debe completar lo que no quiere o no puede contar el autor. Ese diálogo con el lector me apasiona, es lo que da sentido a la escritura”.
En sus páginas resuenan muchas voces femeninas: mujeres atrapadas entre la resignación y la rebeldía, que aman sin ser correspondidas o soportan amores violentos, que aguantan de más “hasta que la gota colma el vaso”. “Me interesa ese momento en que aún una mujer no se ha resignado —dice—, ese instante en que todo puede cambiar”.
La autora no elude la lectura feminista de sus relatos. “Los cuentos son reflejo de mi forma de mirar el mundo. El mundo de las mujeres está lleno de renuncias: la chica prometida a un hombre que no conoce, la bailarina, la prostituta o la mujer del director que sufre la violencia del marido hasta que estalla. O la entrega total de las madres, su soledad, su locura a veces. Cuento lo que veo, y el mundo de las mujeres sigue siendo así: un paso adelante, dos hacia atrás, una renuncia, una conquista… y hay que contarlo”.
En El peso exacto de los días también conviven el humor y la melancolía. “El humor sana. Hasta en medio de la herida late la risa sanadora. Tomarse uno mismo demasiado en serio es el primer paso hacia la idiotez. Reírme me hace ganar confianza, me defiende del estado de perplejidad constante en que vivimos y consigue que tenga los pies en el suelo”.
Los objetos también hablan en estos relatos: los guantes o la ropa de una madre ausente, “que siguen oliendo a ella, aunque haga ya tanto tiempo que no está”. En ellos se encierra la memoria y el vacío: “Las cosas guardan instantes, y a pesar de su peso, son sobre todo señal de ausencia”.
Sus escenarios —casas, colegios, espacios cotidianos— son el territorio donde nace lo universal. “Si un escritor es una persona que sabe mirar, es en lo cotidiano donde encuentra el material narrativo. Ve lo que otros no quieren o no se atreven a ver. Decía Goethe que hemos nacido para ver, pero no estamos educados para mirar. En lo cotidiano nace el horror, pero también la belleza”.
Los finales de sus historias descolocan, obligan a volver atrás. “La literatura tiene que descolocar, no puede ser acomodaticia. Un microrrelato tiene que sugerir al final, no cerrarse del todo. Sería como comerse una caja de bombones sin respirar”, bromea.
La literatura tiene que descolocar, no puede ser acomodaticia
En la frontera entre realidad y ficción, Galán admite vivir en un “estado de perplejidad constante”. “Hay noticias reales que parecen inventadas y noticias inventadas que se disfrazan de reales. La realidad inventa mucho mejor que cualquier escritor. Escribir es cada vez más complicado, la realidad inventa mucho mejor que cualquier escritor, no se puede estar a su altura”.
Y, sobre todo, Galán deja una invitación al sosiego: “Me gustaría que quien leyera este libro lo hiciera en calma, en un viaje en tren —también hay un cuento sobre la lentitud de los trenes extremeños—, o al lado de una chimenea, o en un brasero, arropado con una manta en estas tardes de otoño donde, como digo al final, siempre es noviembre. O que compartiera sus páginas en un club de lectura, esos lugares maravillosos que son un reducto contra el fanatismo y la ignorancia desabrida.Y que saliera de la lectura como quien emerge de ese río en que supuestamente no podemos bañarnos dos veces. Empapado de realidad, pero mucho más empapado de ficción. Con eso, que no es poco, me bastaría”.
Nada más y nada menos, así es ella.