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Maricón, que suena a bóveda

Víctor Casco Ruiz

Hace unos días un querido amigo me preguntaba bajo qué admonición debía presentarme en una mesa redonda en la que está prevista mi participación: ¿ex diputado? ¿activista? ¿ateneísta? ¿historiador? ¿militante?... Las declinaciones pueden ser infinitas y la descripción, perfectamente previsible. “Ponme maricona subversiva” le apunté, sonriendo ante la posibilidad maravillosa de tamaña transgresión contra los lenguajes políticamente correctos y los formalismos de la vida cotidiana. A fin de cuenta en eso consiste la subversión.

Maricón el último, gritan para dar inicio a la divina carrera de tacones de Chueca y que se celebra, dios mediante, en el marco de los actos por el Orgullo. Mariconear es un verbo usual en mis conversaciones con mis amigas LGBT (el femenino es intencional) y transmaricabollera en mis redes es toda una declaración de principios y combates.

Hace tiempo que los movimientos LGBT aprendieron a reapropiarse de los insultos homófobos y volverlos precisamente en contra de quienes hacen gala de sus prejuicios, sus odios y sus miedos. Lo que para ellos es una mofa – marica, maricón, mariquita, bollera, camionera – para nosotras es una honra: sí, somos maricas y bolleras, somos personas trans, somos bi ¿y?

“Los antisociales” se autodenominaron los primeros movimientos de activistas gais en Francia y con ese nombre se firmó un Manifiesto en la temprana década de los 40, utilizando el término usual que empleaban los medios y políticos conservadores contra quienes no asumían sus patrones normativos de la heterosexualidad (blanco, casado, de misa semanal y mujer ama de casa y sin más imaginación en el dormitorio que el ritual del misionero... él encima, faltaría más). Finalmente, quienes siempre se han opuesto a todo avance social y de derechos tuvieron que acudir a otras denominaciones porque aquella, antisocial, había perdido definitivamente toda carga semántica negativa.

Pédé en Francia. Schwul en Alemania. Frocio en Italia. Marica en España. Siempre hemos sido agrupados bajo una denominación inicialmente peyorativa y una imagen estereotipada. Todo hombre y mujer LGBT en algún momento de su vida sabe lo que es ser señalado por el homófobo de turno y sometido al escarnio por no formar parte de los estrechos márgenes mentales de dicha persona. Algunos parece que necesitan afirmar su supuesta masculinidad agrediendo a quienes no se comportan como él. Hay mucho de inseguridad y de complejos en esta actitud, no lo duden ustedes.

También necesitan agredir – verbal y físicamente – quienes nos quisieran encerrados en el armario. Para ellos la visibilidad LGBT es su peor enemigo. Y precisamente, la visibilidad es nuestra mejor y más potente herramienta: renunciar a ella es regalarle demasiado terreno a la homofobia.

“Ahí va el maricón” escuché recientemente. El tono, el volumen, el acento – enfermizo, histriónico – me indica que se formulaba como insulto. A mí me puede afectar poco, o mejor dicho, nada, ya sea por edad o por trayectoria, pero antes de aprender a reapropiarte de su denominación, antes de estar plenamente empoderado y satisfecho con tu ser y tu amar, lo has vivido con dolor y sufrimiento. Toda persona LGBT sabe que la primera salida del armario – reconocértelo a ti mismo – es la más crucial pues es inevitable la sospecha de que en tu entorno inmediato – familia, escuela y barrio – va a acechar el oportuno epíteto denigratorio.

Afortunadamente cada día vamos ganando espacios a la homofobia y sabemos que es cuestión de tiempo. Nos ha costado muchas lágrimas, muchos golpes y muchas luchas.

Apreciamos el enorme valor de los derechos conquistados porque sabemos el precio – personal, social, laboral y vital – que pagaron quienes hace 10, 20 o 30 años salían públicamente del armario, perdiendo trabajo, familia y algunos, en aquella España de la Ley de Peligrosidad Social, directamente la libertad.

Y entre la Ley de Peligrosidad Social y la Ley del Matrimonio Igualitario o la Ley de Igualdad LGBTI de Extremadura hay un largo recorrido lleno de vivencias, de gozos y de pesadumbres personales y colectivas.

Pédé. Schwul. Frocio. Marica. Efectivamente. ¿Y?

Si acaso: marica no; maricón, que suena a bóveda. Fue la enorme respuesta del cupletista republicano y homosexual Miguel de Molina a los falangistas que le increpaban desde las primeras filas de un teatro al grito de “marica, marica”.

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