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70 años para desandar 70 kilómetros: el triunfal regreso a Santiago de las figuras de la catedral expoliadas por los Franco

Expectación ante el desembalaje de la estatua del profeta Ezequiel, el 1 de diciembre en la sede del Museo do Pobo Galego

Luís Pardo

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Nadie recuerda cómo marcharon de Santiago, de forma “casi clandestina”, pero una multitud de cámaras y fotógrafos inmortalizó el pasado 1 de diciembre cómo fue su regreso. Llegaron en sendas cajas de madera fabricadas para la ocasión. La identificada con el número 9372 contenía en su interior a Xeremías. La 73, a Ezequiel, las estatuas anteriormente conocidas como Isaac y Abraham, expoliadas por la familia Franco a mediados del siglo pasado y trasladadas, como tantos otros frutos de su rapiña, al Pazo de Meirás, fueron cuidadosamente depositadas en el suelo del Ala Sur del Museo do Pobo Galego, donde este jueves se abrirán al público en un acto que la alcaldesa quiere que sea “masivo”. Los profetas tardaron más de 70 años en deshacer esos mismos kilómetros, 70, que son los que separan Bonaval, la sede del Museo, de la residencia de verano del dictador. Medio siglo después de que éste muriese en la cama, sólo lo consiguieron a través de una sentencia judicial. Una victoria histórica y pionera tras años de humillaciones en los tribunales.

Las dos estatuas pertenecían al conjunto escultórico del Pórtico de la Gloria, la entrada occidental de la Catedral de Santiago, considerada una obra cumbre del arte universal. El Mestre Mateo la construyó a caballo entre los siglos XII y XIII, pero doscientos años después hubo que modificarla. La fachada exterior se reformó para colocar unas puertas exteriores y eso obligó a retirar, entre otros elementos, el conjunto escultórico del que formaban parte ambas figuras, identificadas inicialmente como los patriarcas Abraham e Isaac —padre e hijo—aunque, desde su salto a la fama judicial, investigaciones más recientes, como la de Francisco Prado-Vilar, apuestan porque su identidad sea, realmente, la de los profetas Jeremías y Ezequiel, con los que comparten una vida de éxodo: si los de piedra fueron arrastrados contra su voluntad a Meirás, los de carne y hueso sufrieron el exilio al que los condenó Nabucodonosor, el rey de Babilonia.

Con el tiempo, las dos esculturas acabarían en el Pazo de Ximonde, en Vedra, un municipio limítrofe con Santiago. En 1948, su propietario decide vendérselas al ayuntamiento compostelano con la condición de que no abandonen nunca el patrimonio municipal. Una intención que se rompería con el paso por la ciudad de Franco y Carmen Polo, seguramente, durante las conmemoraciones del año santo de 1954. Es entonces, según todos los indicios, cuando la esposa del dictador se encapricha con las estatuas que recibían a los visitantes en la sede del consistorio, el Pazo de Raxoi. Como sus deseos son órdenes a las que nadie osa enfrentarse, ambas figuras acaban dando con su granito en la capilla de un tercer pazo, el de Meirás.

Una sentencia para los historiadores

Más de seis décadas después, en 2016, el Museo del Prado decide organizar una gran exposición sobre el Mestre Mateo y pide colaboración al ayuntamiento de Santiago, a donde acababa de llegar Martiño Noriega. Noriega, regidor nacionalista de Teo, había aceptado liderar Compostela Aberta, una de las mareas municipalistas que, en aquellos comicios, acabarían empuñando los bastones de mando de las tres ciudades de la provincia coruñesa. La entidad de la muestra hace que también se sumen a ella los Franco, que ceden para su exhibición las figuras de los profetas. Es entonces cuando el alcalde rebelde escucha, por primera vez, que las estatuas pertenecen al ayuntamiento. Sin dudarlo, decide emprender la batalla judicial.

Noriega pone al frente del equipo que debe luchar por recuperar las figuras a Quin Monteagudo, prestigioso abogado galeguista al que había fichado para la oficina jurídica del consistorio. Monteagudo sube al carro a Pedro Trepat, letrado de Nunca Máis en el juicio por la catástrofe del Prestige —aquella causa en la que ejerció como fiscal Álvaro García Ortiz—. Del asesoramiento histórico se encargó el historiador Ricardo Gurriarán, pero no hizo el trabajo sólo: contó con la ayuda de su director de tesis, Lourenzo Fernández Prieto, experto en la represión franquista, o del profesor Ramón Yzquierdo Perrín, la mayor autoridad sobre la catedral de Santiago quien, pese a su conocido perfil conservador, no dudó en embarcarse “con aquella panda de rojos”, como se reconocía Noriega.

Con todo atado y bien atado, la expedición compostelana llegó al juzgado de Instrucción número 41 de Madrid en 2017 para sufrir “el mayor atraco de mi vida”, en palabras del entonces alcalde. “La hostilidad del juzgado era tan palpable” que, como recuerda Monteagudo “ni siquiera se guardó esa apariencia de imparcialidad” de la que tanto se habla durante estos días. El mayor ejemplo, el acoso a Yzquierdo Perrín durante su interrogatorio. “Lo humillaron, lo interrumpieron continuamente y le denegaron pruebas... sólo les faltó llamarle viejo chocho”. Perrín, fallecido en octubre, no llegó a ver a los profetas de vuelta en Compostela.

Pese a su convencimiento en poseer la razón jurídica, tras lo vivido en la sala la sentencia en contra no sorprendió a nadie. Días después, en un artículo en La Voz de Galicia, Fernández Prieto daba el contexto que les faltaba. La jueza Adelaida Medrano Aranguren era nieta de Carmelo Medrano, subsecretario del Ministerio del Ejército que firmó “justo debajo del propio Franco” el parte de guerra de la victoria de abril de 1939. En la boda de sus padres, estuvieron “el secretario particular y primo del dictador Francisco Franco, Salgado Araújo, Pacón, además de Luis Carrero Blanco, Camilo Alonso Vega o Agustín Muñoz Grandes, entre otros jerarcas de la dictadura”.

Mientras Fernández Prieto animaba a analizar el fallo judicial con ojos de historiador, Monteagudo hacía cálculo de probabilidades: “Si en Madrid hay ochenta jueces de primera instancia y teóricamente van por sorteo, ¿cómo pudo caerle la causa a esta señora, siendo nieta de un general del ejército que trabajó con Franco, que el padrino de sus padres fue el primo de Franco, que tras su boda fueron recibidos en el Pazo de Meirás...?”.

La alcaldesa de Santiago (de amarillo) alza los puños en señal de victoria. En primer plano, Ezequiel con la fractura que no vio la Audiencia Provincial de Madrid

La fractura jurídica

Con la moral por los suelos tras una derrota tan injusta, llegó el recurso ante la Audiencia Provincial de Madrid, que lo rechazó basándose en un único punto: que los bienes reivindicados por el ayuntamiento no estaban “adecuadamente identificados”. “Un escándalo”, recordaría Monteagudo: “Había un documento público de adquisición, un expediente que identifica las estatuas, un informe pericial de un catedrático, un expediente de la Xunta que las identifica como Bien de Interés Cultural (BIC)...”. Incluso los propios documentos presentados por el abogado de los Franco, el hoy diputado de Vox, Juan José Aizcorbe, respaldaban esa identificación.

El argumento concluyente para la Audiencia fue que, según la documentación, una de las estatuas estaba rota: “La que identifica como 'fig. 2' presenta una fractura que la divide en dos fragmentos”. Sin embargo, para los jueces, esa fractura no existía. Como Ezequiel estaba de una pieza, no podía ser la misma pieza. ¿Qué había sucedido? “Que la habían pegado, pero mirabas las fotos y veías la grieta”, señalaba, incrédulo Monteagudo. “Sentí que la ciudad había sido maltratada”, afirma Noriega. Otra vez.

Llegados hasta allí, sólo quedaba la bala del Tribunal Supremo. “El problema es que el recurso de casación es extraordinario, de un formalismo extremo y muy difícil de que lo admitan a trámite. Cuando se trata de un problema de valoración de la prueba, el Supremo no entra: lo suyo son cuestiones de derecho, no de hecho. La única vía es cuando se le demuestra que esa valoración de los hechos fue irrazonable, patente, incontrovertible, arbitraria...”. Y eso fue lo que sucedió.

Monteagudo presentó sin fe un recurso que desempolvó del fondo de un cajón tres años después, cuando el alto tribunal lo admitió a trámite. “Lo vi con otros ojos, me pareció que me había quedado bordado”. Para entonces, Noriega ya no era regidor y él mismo estaba jubilado, pero el socialista Bugallo —que regresaba a la alcaldía ocho años después— le encargó seguir adelante con el proceso. Pese a los desengaños previos, el Supremo no tuvo dudas. La sencillez con la que tumba los argumentos previos sobre la identificación de las piezas es implacable. “Del examen de las fotografías, se observa a simple vista que una de ellas tiene una fractura precisamente a media pierna y con dirección ligeramente diagonal”. La grieta que los magistrados de la Audiencia no habían visto o no habían querido ver.

“Las dos sentencias previas son de auténtica vergüenza. Si las lees, te preguntas cómo es posible que, por lo menos, no les abran un expediente disciplinario. Claro, esto, afortunadamente, podemos decirlo ahora...”, aseveraba Monteagudo en junio, tras la sentencia definitiva.

A casa por Navidad

El fallo del Supremo fue tan contundente que hasta los Franco entregaron las armas y se pusieron inmediatamente a disposición del ayuntamiento para entregarle las estatuas, incluso haciéndose cargo de los portes, estimados en 4.350 euros. La alcaldesa Goretti Sanmartín —del BNG, que cogobierna con Compostela Aberta— esperó a una fecha tan simbólica como el 20 de noviembre, el cincuenta aniversario de la muerte del dictador, para anunciar el regreso a casa de los profetas: serían los protagonistas de una exposición cargada de actividades memorísticas en el Museo do Pobo Galego. Sanmartín invitó a toda la ciudadanía a participar en la inauguración de este jueves, 11 de diciembre, en la que compartirá protagonismo con sus predecesores.

Sin embargo, el retorno real se consumaría diez días antes. El primer día del mes, Sanmartín y su equipo se trasladaron a Meirás para firmar el acta de recepción de las esculturas, depositadas desde hace años en la capilla del pazo, y asistir a su cuidadoso embalaje. Por la tarde, en el Museo, el unboxing reunía todo un enjambre de cámaras y periodistas. Entre lo más comentado, sin duda, el tosco remiendo de cemento que trepaba por las piernas de Ezequiel. “La fractura de la que habla la sentencia”, repetían, señalando incrédulos la chapucera solución en la que no repararon los jueces.

“Es un día histórico”, exclamaba una y otra vez la regidora, orgullosa del carácter “pionero” de la primera victoria completa sobre los Franco. La que espera que abra el camino a recuperar los bienes que aún permanecen expoliados en la antigua residencia de verano del dictador, esa que, a 70 kilómetros de Compostela, todavía espera un último veredicto del Supremo sobre su propiedad y en la que dos profetas de granito pasaron, por obra y gracia de la rapiña franquista, los últimos 70 años.

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