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Los otros súper sí tienen que cerrar: Los mercados tradicionales, parados y sin ayudas

La Feira de Santos en Monterroso (Lugo).

Daniel Salgado

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No sólo en los supermercados se abastece Galicia. Una densa red de ferias, mercadillos y puestos ambulantes hace posible la adquisición de productos agrícolas y ganaderos. La crisis desatada por la pandemia del coronavirus también le ha afectado. La Xunta decretó el pasado martes su prohibición hasta, de momento, el 31 de marzo. Pero todavía no ha ofrecido ayudas o más alternativa que la telemática a los vendedores, algunos de los cuales ven su modo de vida amenazado.

La feria mensual de Monterroso (Lugo), cada primero de mes, es una de las de mayor tradición de Galicia. Hay constancia documental de sus existencia desde la Edad Media. Pero este 1 de abril no se celebrará. El Ayuntamiento así lo dictaminó en un bando previo a la declaración del estado de alarma. Lo corroboró el gobierno autonómico: “Queda prohibida hasta el 31 de marzo la realización de los mercados tradicionales que tienen lugar en los ayuntamientos de Galicia con venta directa de productos agrícolas o ganaderos”.

Apenas hay un precedente de esta suspensión de la actividad mercantil y el paralelismo resulta significativo: noviembre del Ano da Gripe, 1918. “Nunca la vi parada en los años que tengo”, dice una vendedora de quesos que suele ocupar uno de los cien puestos dedicados a la venta de alimentos, “pero bueno, tampoco nunca se vio algo así”. Sus quesos artesanos completan una economía familiar basada en la ganadería, “algunas vacas”. “Solo que los terneros mucho no dan, y vender quesos es una pequeña ayuda. Otra cosa no tenemos”.

“En la feria se comercia con productos de la zona, derivados del cerdo... Son sobre todo personas que venden los excedentes de su propia producción para complementar sus rentas”, explica Rafael García, el teniente de alcalde socialista de la localidad. Así lo hace Cruz, que lleva al mercado “todo lo que procede de la matanza del cerdo”. De raza duroc, en su caso. Aunque ella vende más en casa, “y tampoco se va a vender mucho, porque la gente no se puede mover”, sí entiende que “al no haber feria, va a ser difícil para la gente sacar los excedentes”.

Rafael García, igual que la vendedora de quesos o Cruz, se resigna a la situación. “Vamos a ver como evoluciona pero para un puebo así es un palo”, dice, “aunque lo primero es la salud. Aquí en no tenemos ningún caso conocido de coronavirus. Tampoco en la comarca da Ulloa, ni en Taboada (Lugo) ni Portomarín (Lugo) [pequeños ayuntamientos cercanos]”. Pero a las ferias gallegas no asisten únicamente vendedores de excedente. Hay para quien conforma su único medio de vida. Es el caso de Caterina Barata Asensio y su hija.

“Yo vendo calcetines y mi hija ajos”, cuenta, “sólo trabajamos ferias, romerías y mercadillos, donde haya aglomeraciones de gente”. Exactamente lo contrario a lo que prescribe el estado de alarma estatal y el de emergencia dictado por la Xunta. “Ahora mismo nos han dejado sin nada”, se lamenta. Incluso sin el puesto que ya habían pagado en una de las mayores ferias gallegas, la de Pascua en Padrón (A Coruña). “No sé como saldremos adelante. Somos autónomos, y 13 personas en casa”.

Barata Asensio relata además su frustración referida a unos 2.000 kilos de ajos de Las Pedroñeras -“el más caro”- que su hija guarda en Santiago. “No podemos ir ni siquiera a recogerlo para donarlos a la Cruz Roja, porque aún nos meten mil euros de multa”, dice desde su domicilio en una aldea de Brión (A Coruña), en los alrededores de la capital gallega. Las dos mujeres recorren ferias y mercados por toda Galicia y ahora todas han sido anuladas: Lalín, Ourense, Monterroso o Verín entre las que habían programado asistir. “Pero lo principal es que ahora estemos en casa y nos cuidemos, y no expandamos la epidemia”, anota.

Disconformes

La Consellería de Medio Rural que ha decretado la paralización de los mercados tradicionales no maneja datos sobre cuantos hay en Galicia. Tampoco en la Federación Galega de Municipios e Provincias (Fegamp) disponen de la información. Y sin embargo estos encuentros periódicos son esenciales para la vida económica y comunitaria de amplas zonas del país, las más alejadas de los centros urbanos. “Se prohíbe la venta de proximidad y de pequeños agricultores como nosotras pero se permite vender a las grandes superficies”, expone Dora, cooperativista agrícola en Negueira de Muñiz (Lugo), en la montaña oriental gallega.

Su cooperativa organiza los Mercados da Terra en la plaza de abastos de Lugo los martes y en Ribadeo (Lugo) los miércoles. Además, comercializa productos de huerta y conservas de hortaliza y fruta. “Todas las ferias programadas de marzo a abril se han cancelado. Íbamos a tener un marzo a tope y, de repente, se cortó la relación con el mundo exterior”, afirma. Y se pregunta: “¿Qué sucedería si en una situación de alarma como esta para MercaMadrid, o MercaBarna, que ya dicen que hay problemas? ¿Quién va a producir los alimentos”.

“No sé muy bien como vamos a sobrevivir. Yo me quedaría en cas si hubiera una renta básica”, sostiene, “pero no la hay”. Su disconformidad y la de otros pequeños productores y agricultores de proximidad con la orden de la Xunta sobre mercados tradicionales los ha llevado a organizarse. En unos días publicarán un manifiesto rubricado por sindicatos y asociaciones en el que piden a la Consellería de Medio Rural vuelva a autorizar los mercados tradicionales a partir del 31 de marzo con los medios necesarios para aplicar los protocolos de seguridad relativos al COVID-19.

Coincide con Dora y con el escrito el portavoz del Grupo Común da Esquerda, Antón Sánchez, que ayer criticó en las redes sociales el texto del Gobierno autónomo. “¿Por qué los mercados tradicionales no van a cumplir la normativa igual que los supermercados?”, cuestiona, “entiendo que en una feria masiva, como la de Betanzos, sea imposible controlarla, pero ¿pequeños mercadillos de fruta o verduras?”.

Medio Rural establece en la norma que el 31 de marzo se decidirá “el levantamiento o mantenimiento de esta prohibición” y que, en todo caso, su vigencia completa -afecta también a las actividades agrarias particulares- durará hasta “la finalización del período del estado de alarma y sus prórrogas”.

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