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“Sentimos que el Gobierno no estaba en riesgo e infravaloramos al PP y a sus aliados”

Emilio Pérez Touriño, durante la entrevista / Praza.gal

David Lombao

Emilio Pérez Touriño (A Coruña, 1948) habla con tranquilidad. En su despacho destaca la presencia de una figura de Castelao y, muy cerca, de una pequeña fotografía de su toma de posesión como presidente de la Xunta. Diez años después de las elecciones del 19 de junio de 2005, en las que PSdeG y BNG lograron desbancar el PP de Manuel Fraga, el exjefe del Gobierno gallego se explica sin la tensión que marcó el final del mandato de aquel Ejecutivo y con la libertad de quien lleva tiempo alejado de la primera trinchera del fuego político.

Touriño recuerda la “ilusión” de 2005 y también admite los errores de su propio partido en la “brutal” campaña de 2009. Con calma, pero también con vehemencia, explica que en estos años ha echado en falta que la propia izquierda pusiera el acento en las “potentísimas” políticas desarrolladas por el bipartito y su capacidad para ser “alternativa” de Gobierno. Ese, asegura, fue el primer y gran triunfo de Feijóo.

En aquella campaña electoral se produjo un fuerte movimiento de ilusión por el cambio político. ¿Cómo la recuerda?

Se sentía una necesidad y un impulso de cambio en el país tras muchos años de fraguismo y después de una última legislatura prácticamente perdida. Las encuestas indicaban que más del 60% de la ciudadanía no veía futuro de Galicia con Fraga y cerca del 67% pensaba que la alternativa era un gobierno entre el PSdeG y el BNG. Estaba instalado en el horizonte que necesariamente se iba a producir un cambio y que la alternativa era viable, posible y necesaria. Fue una campaña muy ilusionada, porque veíamos que nos iba a corresponder el liderazgo de un cambio histórico. Era la derrota del gran Fraga, un hecho histórico, porque llegó un momento en el que autonomía, Galicia y Fraga eran lo mismo. La campaña estuvo cargada de ilusión y ganas, pero también de incertidumbre.

Hubo sectores del mundo de la cultura y de diferentes ámbitos sociales que se posicionaron abiertamente a favor del cambio. ¿Cómo se relacionó el nuevo gobierno con aquella base social que había impulsado el cambio?

Se produce el cambio, llega un gobierno de izquierdas, pero hay una realidad que yo nunca olvidé: ganamos la gobernación alternativa por un diputado y 110.000 votos. Y el PP no baja del 45%. Esto pone de relieve la extraordinaria implantación que históricamente tuvo, y no sé si decir que tiene, el PP. El hecho deslumbrante del cambio no debe hacer olvidar que hubo un 45% de gallegos, nada más y nada menos, que incluso en esa ocasión apostaron por la continuidad de Manuel Fraga y del PP.

No le quiero restar impostancia a la movilización de Nunca Máis, a los movimientos sociales y culturales y a la apuesta por el cambio. Pero cuando todo el mundo esperaba que, en la medida en que el BNG estaba muy inscrustado en esos movimientos y tenía una fuerza orgánica mucho más vinculada a ellos que el Partido Socialista, eso redundaría en un éxito político para el BNG, este no obtiene un buen resultado en las municipales y tiene un pésimo resultado en las elecciones de 2005. En esto de la política la traducción en términos electorales es muy complicado.

Perder ganando y ganar perdiendo.

El BNG fue perdiendo peso y apoyo a pesar de esa movilización en la calle que, aparentemente, tiene mucha relación con el nacionalismo militante de izquierdas. Después, durante la etapa del gobierno, hay un cierto grado de contradicción con la movilización de ese tipo de sectores que claramente tenían una expectativa mayor de lo que iba a ser capaz de hacer el gobierno que presidí. Ahí el gobierno pierde un poco de pie entre dos posiciones: por una parte su base social le pide más y por otra, el PP y los medios más favorables y hegemónicos en Galicia hacen una oposición muy dura. Ahí el Gobierno lo pasa regular, lo lleva con cierto grado de dificultad. Y probablemente eso tenga que ver con el resultado de 2009, cuando por un diputado se pierde la mayoría, por el mismo diputado por el que se había ganado.

En ese momento en el que el Gobierno pierde pie, pierde sintonía, ¿llegaron a infravalorar la capacidad del PP y de esos poderes fácticos frente a una Xunta que pendía de un solo diputado?

Probablemente, sí. Objetivamente, es probable que estuviéramos instalados en que existía un gobierno de cambio que había ganado las elecciones. Y no se dudaba de la continuidad de ese gobierno. Prácticamente todas las encuestas hasta tres días antes del resultado electoral, daban la continuidad del gobierno. No es extraño que existiera la sensación de que no estaba en riesgo el Gobierno de progreso, nunca se cuestionó. Se minusvaloró la capacidad de acción del PP, de sus organizaciones, de su implantación y de sus aliados mediáticos y empresariales, que fueron muy notorios en la campaña de 2009.

Aquella campaña fue especialmente dura, probablemente la más dura de las vividas en Galicia y con estrategias más propias de otros contextos electorales, como el norteamericano.

Reconozco que la campaña nos sorprendió y que nos confundimos. Desde el Partido Socialista se trazó una campaña claramente de corte presidencial y de apelación a la unidad del país para salir adelante en un momento en que la crisis ya estaba pegando duro. Fue una campaña en positivo, muy obamiana incluso en la inspiración escénica y gráficamente. Fue una campaña muy de país que no se correspondió para nada con lo que el PP planificó a la contra, una campaña para romper las piernas, para barrer al contrario.

Fue muy duro, con una descalificación brutal y persistente, con una impresionante capacidad de eco mediático que repercutía en la prensa de Madrid y después, en algunos medios de aquí. No obstante, a mí me gusta relativizar el resultado. El PSdeG pierde el Gobierno con el segundo mejor resultado de la historia, cae el diputado del BNG por un descenso muy pequeño y la suma de votos de la izquierda sigue superando a la derecha. No fue lo que después se magnificó, una especie de fin de la historia después de un gobierno maldito que fue lo peor que le pudo pasar al país, toda esa mitología que fue montada por el PP y que la izquierda no fue capaz de contrarrestar.

¿Cree, por lo tanto, que en estos años, sobre todo en los primeros tiempos después de 2009, faltó quien defendiera la labor de aquel Gobierno y los emblemas de su gestión? ¿Echó de menos que el PSdeG y el BNG hubiesen dicho: “Hemos perdido, pero hicimos todo esto en el Gobierno”?

Sí, claramente. El PP tuvo la capacidad de imponer su visión del mundo, de Galicia y de la política gallega. Ganó la hegemonía, derrotó políticamente a la izquierda. Y hay una derrota que es peor que la electoral, la de la hegemonía de las ideas. Llega Feijóo y crea la sensación de que aquel fue el gobierno del despilfarro, que nos dejó a Galicia quebrada. Pero es falso, es una pura mentira que no se corresponde con la realidad. Todo eso impregna la opinión difundida en el país, lo compra la mayoría opinadora y frente a eso no se genera un discurso alternativo de que las cosas se habían hecho de otro modo, de que se habían hecho cosas muy positivas. Eso ya nos pasó durante la gobernación, una responsabilidad en la que me incluyo y en la que incluyo al Partido Socialista; por eso, entre otras cosas, asumí la responsabilidad y dimití. No fuimos capaces de hacer hegemónico el discurso del que estaba haciendo el gobierno.

Se quiso pasar página, olvidar todo el período del Gobierno de la coalición y el dominante es el discurso de Feijóo. Frente a eso, ¿qué discurso hay? Durante un período muy prolongado no hubo discurso. Y no es cuestión de reivindicar el pasado, pero si tú mismo asumes que no puedes defender que cuando gobernaste hiciste una política alternativa, estás vendido. Y ya se encarga de recordarlo Feijóo en cada pleno frente a un silencio espeso, clamoroso en demasiadas ocasiones, de la oposición que está allí. Como asumiendo que eso es así.

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