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El turismo en Santiago de Compostela, entre la amenaza del colapso y la retórica del visitante un millón

Peregrinos celebran su llegada a la Praza do Obradoiro.

Daniel Salgado

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Hace 16 años que la librería Couceiro abrió las puertas de su hermoso edificio, restaurado por el arquitecto Iago Seara, en el corazón histórico de Santiago de Compostela. Desde la entrada del establecimiento, templo del libro gallego de cinco plantas, Pablo explica la acelerada metamorfosis del lugar, la Praza de Cervantes, otrora Praza do Pan. “Solo desde la pandemia desaparecieron seis comercios. Ahora son tiendas de recuerdos para turistas”, dice, a modo de ejemplo. Donde hubo una mercería, una zapatería, una pastelería, una droguería, una tienda de zapatillas u otra de moda masculina, ahora hay despachos de pequeños botafumeiros metálicos, postales, sudaderas con motivos jacobeos. La misma mercancía por doquier.

Mientras, la zona vieja, abocada al monocultivo del turismo masivo con excusa religiosa, se queda sin habitantes. Los alquileres suben y la disponibilidad de viviendas para arrendar desciende en toda la ciudad, los servicios municipales de limpieza no dan abasto y, cada verano, los comportamientos irrespetuosos de algunos viajeros indignan a los vecinos. El nuevo Gobierno local asegura entender la problemática y buscar “un turismo sostenible y consciente”, pero la Xunta no se apea del triunfalismo y lo cuantitativo. “Sigo pensando que Galicia tiene capacidad de seguir creciendo desde el punto de vista turístico, con sentidiño”, afirmó su presidente Alfonso Rueda el pasado miércoles, consultado en concreto por el caso de Santiago.

Rueda debe ser de los pocos que lo piensan. A Pablo Couceiro le parece, sin embargo, que ha habido un punto de inflexión, la epidemia de coronavirus. “Ahora es como si solo existiese el yo. Las faltas de respeto y educación son más abundantes. Los maleducados son una parte mínima de los que vienen, pero al ser tantos los turistas...”, se extiende. Hay jornadas en que la librería se convierte en improvisado punto de información turística. El denominado Camiño Francés de Santiago pasa por la plaza, que se encuentra a unos 300 metros de la catedral, y en ella no existe oficina municipal. Eso y las múltiples anécdotas derivadas –un peregrino llegó a preguntarles por “el Muro de las Lamentaciones”– no es, sin embargo, lo más negativo. “Están echando a la gente y acabando con la vida de Santiago. Expulsan a los estudiantes, a los residentes de la zona vieja. Tanta obsesión con el turismo y nadie se ha preocupado de la ciudad, de los precios de la vivienda”, dice. No es optimista: “La bola es tan grande, se le permitió llegar a tales extremos, que ahora hay que tomar medidas, pero ¿cuáles?”.

Las cifras del desborde

Las cifras corroboran una percepción cada vez más extendida en la conversación vecinal: el turismo ha desbordado Santiago de Compostela. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística en su encuesta de ocupación hotelera –el indicador que los expertos consideran más fiable–, la ciudad recibió en junio 95.691 viajeros. En el mismo mes del año pasado fueron 87.640, y entonces Rueda ya sacaba pecho sobre “los mejores datos de la historia”. La población empadronada son 98.179, por lo que la presión es intensa, mayor que en ciudades como Sevilla (recibió en el mismo periodo 266.268 visitantes para 682.000 habitantes), Barcelona (762.905 por 1.636.193), Granada (140.538 por 228.682), Córdoba (74.034 por 319.515), Salamanca (55.033 por 142.212) o Toledo (53.365 por 85.085). Los números se traducen en el malestar que recorre el cuerpo social de Santiago y que Mon Vilar, presidenta de la asociación de vecinos y vecinas A Xuntanza del barrio de San Pedro, identifica en cuatro problemas: el precio de los alquileres, la ocupación del espacio público –peregrinos en bicicleta por las aceras y a bastante velocidad, por ejemplo–, la limpieza viaria y los ruidos.

“Durante 2021 y 2022, pese a que eran Año Santo, la cosa pareció más equilibrada y sostenible. Era un espejismo, derivado de las restricciones por la pandemia. Pero a mediados del año pasado hubo un estallido. Con la Peregrinación Europea de los Jóvenes, la ciudad colapsó”, sostiene. Vídeos de grandes grupos de personas entonando a voz en grito y a deshora cánticos religiosos inundaron las redes sociales y saltaron a las páginas de la prensa convencional. Ha vuelto a suceder este año, con los romeros que se dirigen a la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa pero antes visitan Santiago de Compostela, epicentro del cristianismo occidental. La fotografía de unas tiendas de campaña en la Praza do Obradoiro, Patrimonio de la Humanidad, reavivó este año el debate sobre el modelo turístico. “La imagen que emiten las administraciones, sobre todo la Xunta, o los medios de comunicación, la del turista un millón, más, más, sin límite, no ayuda”, considera Vilar.

El barrio de San Pedro lo atraviesa el Camiño Francés. “Nosotros vemos muy claramente cómo el turismo ha afectado a la vivienda”, continúa, “los apartamentos turísticos –registrados o no– aumentan, y los alquileres suben un 20, un 30%. Eso expulsa a la gente que vive aquí”. Vilar es, sin embargo, cuidadosa: “No se trata de turismo sí o turismo no. Es un sector económico relevante. Lo que no puede es destruir la ciudad. Hay que reflexionar sobre el modelo y no confiar en una autorregulación imposible”.

A su juicio, el Gobierno local de Martiño Noriega (de Compostela Aberta, entre 2015 y 2019) abrió la discusión y adoptó algunas medidas, como la moratoria en la apertura de hoteles o la propuesta de la tasa turística. Su sucesor, el socialista Xosé Sánchez Bugallo, dio un paso atrás, hasta el punto de que el propio alcalde minusvaloró el Decálogo de boas prácticas para o tramo final do Camiño elaborado por A Xuntanza el pasado año. “Recuerda en todo momento que en los lugares que atraviesas habitamos personas que, cada día, vemos pasar por delante de nuestra puerta grupos cada vez más numerosos”, comenzaba el texto, “te damos la bienvenida, estás en nuestra casa, respeta nuestros espacios y formas de vida”. El documento pedía “hacer realidad una convivencia positiva entre quien habita y quien visita Compostela” y demandaba civismo.

Goretti Sanmartín, alcaldesa: “Notamos cierto malestar entre los vecinos”

Bugallo perdió las elecciones en 2023. La regidora es ahora Goretti Sanmartín, del BNG, al frente de un gabinete de coalición con Compostela Aberta. Su responsable de Turismo presentaba la semana pasada un Código de Boas Prácticas para el viajero que recoge “12 principios básicos”: corresponsabilidad, diversidad, autenticidad, singularidad, calidad ambiental, calidad acústica, calidad visual, preferencia peatonal, seguridad, derecho al descanso, tranquilidad y hospitalidad. “Notamos cierto malestar entre los vecinos. Nos llegan quejas del comportamiento poco adecuado de algunas personas”, explica Sanmartín en conversación con elDiario.es, “y de ahí el código que acabamos de lanzar”. Pero la posición de la alcaldesa y su gobierno local va más allá, pese a reconocer que se trata de “un asunto complejo y difícil”.

Una de cada cinco empresas de servicios en Santiago de Compostela se dedica a actividades relacionadas con el turismo, recuerda. Lo que sucede, añade, es que ha dominado la persecución de la cantidad. De nuevo el turista un millón. “El criterio debe ser otro. Buscar un turista que pernocte más tiempo en la ciudad, que valore lo nuestro y tenga en cuenta a los vecinos”, resume, “que vaya más allá de las dos o tres calles del centro histórico”. La visión contrasta con la celebración continuada del Gobierno gallego, sorda a protestas y reclamaciones de la ciudadanía compostelana. “Hablar ahora de números excesivos y riesgo de turismofobia es algo que en Galicia no lo podemos permitir”, advertía Alfonso Rueda, presidente de la Xunta, el pasado miércoles. A lo más que llega es a reconocer “problemas de concentración puntuales”, por boca de su director general del ramo, Xosé Manuel Merelles.

Goretti Sanmartín espera su primera reunión como alcaldesa con Rueda. La regulación del turismo será uno de los ejes de la misma. “La implantación de la tasa turística estará sobre la mesa. Contribuirá a solucionar cuestiones de limpieza, seguridad o conservación del patrimonio. Y además lanza un mensaje. Coincide con el diagnóstico de todos los grupos políticos del pleno. Nadie entendería que la Xunta se negase”, señala. Pero Rueda y su gabinete no han hecho otra cosa que mostrar reticencias e inconvenientes: “Seguimos sin recibir la documentación para considerar la implantación de algo tan importante como es una tasa turística”. La recibió esa misma tarde. Su ejecutivo opta por no atender al cada vez más sonoro rumor vecinal de Santiago. “La proyección social del turismo que emite la Xunta en sus campañas lo dice todo”, apunta Mon Vilar, de A Xuntanza. “En ellas solo aparecen espacios y paisajes vacíos, nunca la comunidad local”.

Sobre otra de las grandes tensiones de la ciudad, la relativa al derecho a la vivienda, Sanmartín no detecta una relación directa con la afluencia de visitantes y la reconfiguración del tejido económico. “Hace años que los habitantes de Santiago se marchan a la periferia, y no existían los pisos turísticos. Lo que sí provocan estos es una intensificación de problemas que ya existían”, dice. A su ver, el núcleo de las dificultades son 5.000 viviendas vacías. “Necesitamos políticas del Gobierno gallego o del estatal para favorecer que salgan al mercado de alquiler. Para nosotros es el problema más importante”, indica. Mientras, los periódicos conservadores locales han adoptado una curiosa e insistente óptica crítica sobre los desmanes de algunos turistas, mucho más acentuada que durante el mandato de Sánchez Bugallo.

La calle sin niños

Su quiosco es uno de los pocos en los que se puede encontrar prensa alternativa o internacional. También hay libros, de primera y segunda mano. Dolores abrió Ártico hace 40 años en la rúa do Vilar, una de las arterias de la zona vieja, que desemboca en la imponente fachada de Praterías de la catedral. Al igual que su colega de la librería Couceiro, ha visto cómo el monocultivo turístico liquidaba la diversidad comercial del lugar. “Aquí había cinco librerías, un bazar, una ferretería, una sastrería, una tienda de ropa masculina donde hoy está la oficina de turismo, la última farmacia acaba de cerrar...”, hace recuento, “y ya vive muy poca gente. Se nota en que no hay niños. Es una calle sin tráfico de automóviles y no hay niños”.

Dolores no ve que la situación vaya a cambiar. “A veces creo que en realidad es cosa de mi negocio, porque la información en papel cae en picado”, ríe, pero enseguida data en 1993, cuando el Gobierno de Fraga Iribarne convirtió las peregrinaciones en su propia versión del 92 hispano –las Olimpiadas, la Expo de Sevilla–, el inicio del modelo turístico actual. Y opina que, a estas alturas, resulta difícilmente reversible. Hasta que la crisis ecológica se manifieste con todavía más crudeza y los vuelos baratos desaparezcan. Porque así llegan a Galicia muchos de los visitantes que después se desplazan a Sarria –la distancia mínima para que la Iglesia conceda al peregrino la compostela– u O Cebreiro, en la frontera con Castilla y León, para caminar hasta Santiago. Unos cien metros más allá de Ártico en dirección a la Alameda, varios turistas se agolpan para fotografiarse a las puertas de un establecimiento. De fondo, decenas de jamones. Es una franquicia de una tienda de embutidos de Salamanca.

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