La ruta que convierte la Sierra Norte de Madrid en el mundo de 'El señor de los anillos'

El Camino del Anillo aprovecha el parecido entre la Sierra Norte de Madrid y el universo descrito por J.R.R. Tolkien y mostrado por Peter Jackson en 'El señor de los anillos'

Guillermo Hormigo

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La fiebre por El señor de los anillos renace a partir de este 1 de septiembre con la llegada a Amazon Prime Video de Los Anillos de Poder, la esperada serie ambientada en el universo creado por J.R.R. Tolkien. Aunque lo cierto es, para hacer honor a la verdad, que el interés y el legado que dejaron los libros de Tolkien y las películas de Peter Jackson se han mantenido muy vivos. En los lugares menos pensados, su huella se deja sentir. Es el caso de la Sierra Norte de Madrid, donde un grupo de personas vieron un asombroso parecido con la Tierra Media y decidieron sacarle partido. El resultado, tan sorprendente como estimulante, es El Camino del Anillo.

En su web, esta iniciativa se define así: “Un recorrido temático, una peregrinación de 122 kilómetros a realizar a pie inspirado en la obra de J. R. R. Tolkien. El camino evoca la gran historia del hobbit Frodo y la compañía del anillo. Permite viajar hasta la mítica Tierra Media por la que caminaban enanos, elfos u orcos. El valle de Moria, Bree, Rivendel, la Comarca, Hobbiton, la Cima de los Vientos y muchos más lugares claves de la película y el libro te harán sentirte el protagonista de tu viaje exterior e interior a la par que descubrirás una naturaleza fascinante y desarrollarás el sentido del asombro, de la belleza y del cuidado de la misma”. Ahí es nada.

De esta manera, en una ruta que puede realizarse por libre o con el acompañamiento del equipo de organización, El Berrueco se convierte en La Comarca, Buitrago de Lozoya en Bree, La Hiruela en Rivendel o Torrelaguna en Góndor. Un motor para el desarrollo de estos municipios, en los que algunos negocios han instaurado hasta un sistema conocido como ring and breakfast: los visitantes llaman, pernoctan y a la mañana siguiente siguen con su travesía.

Todo ello gracias a que paisajes naturales de todas estas zonas guardan una sorprendente similitud con los que atravesaron los integrantes de la Compañía del Anillo. Al menos eso defendían Gonzalo Fernández y Gemma Álvarez, agentes de Protección Civil en la Sierra Norte y las primeras personas en visualizar el parecido.

Gemma, acérrima tolkeniana, llevó a su compañero al cine para ver Las dos Torres (2002). Gonzalo no sabía nada de este universo, ni siquiera había visto la primera entrega de la trilogía dirigida por Peter Jackson. No entendió mucho de la historia, pero algo le obsesionó: aquello parecía grabado en la Sierra Norte madrileña. Cuando Gemma le dijo que no, que la filmación tuvo lugar en Nueva Zelanda, no se lo podía creer. Fue el inicio de una idea por la que pelearon con uñas y dientes hasta casi abandonarla.

En un principio, allá por 2005, pensaron en levantar una especie de parque temático o zona recreativa inspirada en la Tierra Media. Llegaron incluso a contar con el apoyo de varios ayuntamientos. Pero nada acababa de materializarse debido a ciertas incertidumbres económicas y medioambientales. Quizá solo era cuestión de darle una vuelta al concepto, de rebajar expectativas o más bien de acondicionarlas a la realidad. Únicamente hacía falta un proyecto que diese forma a la aventura.

Es aquí donde entra en juego la persona que nos relata todos estos hechos. Orgulloso aunque lo diga bromeando, cree que Gonzalo y Gemma eran “un poco como Frodo y Sam”, así que necesitaban “su propio Gandalf”. Y ahí es donde apareció él. Pablo Martínez de Anguita les conoció en 2012. Este profesor universitario acababa de regresar de una estancia en Oxford, donde indagó en la obra y el legado de Tolkien. Le invitaron a una conferencia sobre ello y es ahí donde se topó con Gonzalo y Gemma. Le hablaron de su iniciativa, condenada al fracaso después de siete años y de la que “se estaban despidiendo”, recuerda. Él les pidió que recapacitaran y le permitiesen ayudarles.

Y así lo que parecía una locura comenzó a tomar forma. “Convertimos el proyecto en algo más discreto y respetuoso. Durante los fines de semana los tres, junto con algunos alumnos míos, empezamos a recorrer los caminos. Nos dimos cuenta de que era un impulso estupendo para el desarrollo rural”, explica Martínez de Anguita.

“Lo presentamos a las autoridades, pero no le hicieron mucho caso. Pensaron que éramos unos frikis, unos bichos raros”, lamenta. No entiende dónde está el problema en que algunas personas hagan senderismo customizadas de enano o elfo (por supuesto el disfraz no es obligatorio): “No estoy convirtiendo la Sierra en un parque temático de la bici cuando me visto para hacer ciclismo, así que porque hagamos una teatralización o un juego basado en este universo tampoco, no es ninguna violencia contra el territorio”.

Una experiencia religiosa, que no dogmática

Tuvieron que pasar otros cinco años para activar definitivamente el proyecto. En 2017, nuestro Gandalf particular tiene “una intuición”: “Me di cuenta de que El señor de los anillos trata sobre deshacerse del mal, representando en el anillo. Esto tenía que ser una peregrinación, tener un sentido espiritual, recalcar lo importante de preservar la naturaleza y llenarnos de belleza”. El objetivo, dice, es “intentar desprendernos de ese anillo interior que todos llevamos y nos atenaza”.

Mi objetivo no es que la gente se pase a mi fe a través del proselitismo, sino que sean mejores personas, y si lo hacemos jugando pues mejor

Presentó la idea al arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, a quien le pareció “muy bonito”. Martínez de Anguita se animó pues a crear una organización con la que impulsarla: la Fundación Laudato Si, de la que es director. El nombre hace referencia a la encíclica del Papa Francisco Laudato si' (2015), una de las más severas llamadas a la preservación de la Naturaleza por parte de la sociedad hechas desde la Iglesia Católica. “Y lo primero para cuidarla es admirarla”, comenta este docente de la Universidad Rey Juan Carlos, especializado en proyectos y gestión de recursos naturales.

Pese a estas raíces en la fe católica, El Camino del Anillo está abierto a cualquier persona con independencia de sus creencias (de hecho, como ya señalábamos, puede hacerse por libre sin ni siquiera tener la obligación de comunicárselo a los organizadores): “Mi objetivo no es que la gente se pase a mi fe a través del proselitismo, sino que sean mejores personas, y si lo hacemos jugando, pues mejor”, puntualiza Martínez de Anguita.

Cree que para este afán hay pocas herramientas mejores que El señor de los anillos: “Su historia es la de un conocimiento a través del afecto. ¿Quién no quiere en su vida un mando como Gandalf, que le guía? ¿Una amistad tan fiel como la de Frodo y Sam? ¿Una valentía como la del Aragorn? Tolkien crea una comunidad de personas muy diferentes entre sí para salvar una Tierra y acabar con el mal. Librarse de ese mal que sufrimos o que tenemos dentro, aunque sea solo una pizquita, es un camino que debemos hacer acompañados. Lo que siempre está presente en la obra de Tolkien, lo que salva la Tierra Media, es justo eso: la misericordia”.

Para su responsable, no hay una forma única o correcta de vivir la experiencia: “Hay gente que nota en el Camino esa misma fe cristiana que veo en Tolkien, y otra gente que no. Pues bendito sea Dios, yo no le quiero dar la brasa a nadie”.

Martínez de Anguita valora especialmente la implicación y el trabajo con las parroquias, con el voluntariado y con personas en riesgo de exclusión social: “Hemos conseguido darle un carácter más abierto y participativo a la idea original, que era muy atractiva pero al mismo tiempo muy primitiva”.

Estas buenas intenciones culminan en la última etapa de la peregrinación, con un final sorpresa que el entrevistado pide mantener en secreto. El círculo se cierra de una forma que no por enriquecedora deja de tener su punto sombrío. Los Anillos de Poder, con Juan Antonio Bayona al frente de sus dos primeros capítulos, lo tiene difícil para superar el impacto emocional de este proyecto un pelín más modesto.

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