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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

El confinamiento me brindó cierta calma, la desescalada me ha traído angustia

Bruselas.

Clara F. Galeano

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Llegué a Bruselas el 27 de febrero para hacer unas prácticas en una organización de derechos humanos que tenían que durar cinco meses, hasta el 31 de julio. Afortunadamente, encontré casa a tiempo, porque al cabo de dos semanas comenzó el confinamiento y, con ello, el trabajo en remoto.

Debido a mis intereses y estudios, Bruselas suponía el séptimo cambio de ciudad en ocho años. Saltar de un país a otro en pocos años implica estar expuesta a un estímulo constante ante lo desconocido, ante formas de ser, hablar y pensar que nutren y amplían mis raíces culturales. Sin embargo, estos saltos conllevan también cierto desgaste a nivel emocional y psicológico debido a la inevitable sensación de soledad, falta de pertenencia y ausencia de un círculo más o menos estable y duradero de personas alrededor de mí. Así, para mí, el hecho de que el confinamiento llegara en mi primerísima etapa aquí me brindó una cierta calma, ya que, de alguna forma, me liberaba de la urgencia de conocer a gente, de conocer la ciudad, de entender el nuevo espacio físico y cultural en el que me encontraba.

Las primeras semanas fueron de extrema tranquilidad porque la aceleración mental de la que venía paró en seco. En esos días fui testigo de la llegada de la primavera, viendo florecer el majestuoso arce blanco que crece en el jardín de mis vecinos y cuyo follaje superior me acuna y me despierta cada día desde entonces, movido por el viento. Me emocioné con la llegada de las golondrinas porque pensaba erróneamente que su trayecto migratorio no incluía tierras belgas. Fotografié la variada escala cromática de los atardeceres en esta ciudad desde las alturas del quinto piso en el que vivo. Conocí mejor a mis amistades y volví a ver de manera regular a muchas de ellas gracias a las clases de yoga que organizamos de manera espontánea.

Soñé con personas que soñaron, en el mismo momento, conmigo. Salí a correr a las seis de la mañana cada semana y vi y experimenté la explosión de vida y de sensualidad provocada por el roce del primer calor primaveral en nuestras pieles.

Sin embargo, desde el anuncio de las primeras medidas de desescalada, han empezado a aparecer y a agudizarse cada día más las consecuencias psicológicas propias de una cuarentena. Me falta energía, me despierto con angustia en el pecho y me veo la mayor parte del día atrapada en una rueda de pensamientos negativos con un trasfondo de culpa por sentirme así. Desde donde estoy no puedo volver poco a poco a la vida de antes, porque no me dio tiempo a construir una. Ahora espero con impaciencia la apertura de las fronteras, anhelando los abrazos y el calor de los míos. Lo conocido, lo de siempre.

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