Ex prisioneros y consejeros de barrio para prevenir tiroteos masivos en Estados Unidos
Investigadores de Estados Unidos han estudiado durante décadas señales de comportamiento que podrían ayudar a identificar a personas que pueden cometer actos de violencia extrema como los tiroteos. Han estudiado historias de consumo de drogas, violencia interpersonal o “comportamientos alarmantes” como publicación de imágenes de armas en redes sociales y amenazas de compañeros de trabajo o de clase.
“Esos comportamientos son evidentes. Alguien puede notar que un sobrino o un vecino empieza a llevar ropa militar o un arma”, explica Mary Ellen O’Toole, agente retirada del FBI, experta en analizar perfiles y directora del programa de ciencia forense de la George Mason University.
Algunas señales preocupantes que identificaron investigadores como O’Toole, como cambios en la vestimenta, llevar un arma y hablar sobre violencia en redes sociales, son comportamientos que muchos trabajadores de prevención de la violencia con armas han venido buscando en los jóvenes negros y latinos con quienes trabajan. Los programas comunitarios de prevención de violencia con armas existen desde hace décadas en Estados Unidos. Muchos de ellos tienen un historial de intervenciones en casos de violencia por venganza en los vecindarios, donde construyen relaciones duraderas con gente que tiene más probabilidades de disparar o ser disparada.
Prevención de la violencia
Aunque hay diferencias significativas entre la dinámica de los tiroteos masivos de alto perfil y la violencia de armas comunitaria, los trabajadores comunitarios de prevención de la violencia creen que los modelos exitosos de sus programas pueden tener algo que ofrecer a aquellos que quieran detener un futuro ataque masivo.
“La intervención de la violencia en comunidades nos demostró que hay formas de crear infraestructuras para conectarnos con aquellos que creemos que tienen probabilidades de disparar en una escuela”, dice DeVone Boggan, fundador de Advance Peace, un programa de interrupción de violencia nacido en el norte de California y que es hoy un ejemplo en todo el país. “Si nosotros (incluyendo a las fuerzas del orden) podemos identificar a estas personas, y en lugar de enviar policías en el último minuto enviamos personas interesadas en cuidar y querer a alguien a pesar de los estigmas, podemos ver resultados positivos similares”.
El rol de los mentores y guías de jóvenes en riesgo de violencia es esencial para el éxito del programa, según Fernando Rejón, director ejecutivo de Urban Peace Institute, una organización que entrena a trabajadores de intervención sobre la violencia. La prevención de la violencia de armas en comunidades es uno de los pocos campos en los que la plantilla de trabajo está compuesta principalmente de personas que estuvieron encarceladas antes, y que alguna vez fueron parte del problema de la violencia con armas en alguna ciudad. Cuando salen de la cárcel y reciben formación para intervenir, se convierten en mensajeros creíbles que pueden hablar con aquellos que perpetúan los ciclos de violencia.
“Cuando observamos la violencia en las comunidades, no podemos imponer valores establecidos, especialmente en personas que han estado sistemáticamente aisladas de los privilegios de la sociedad”, dice Rejón. “[Los mensajeros creíbles] son personas que pueden construir relaciones, conectar con individuos y estar disponibles para detener y reducir la intensidad de pensamientos homicidas. Ejercen como asesores en la primera línea que pueden entender si alguien tiene un problema de salud mental más amplio y necesita asistencia clínica”.
“Afrontar los tiroteos masivos requiere invertir en las comunidades y destinar personas y sistemas a crear relaciones con personas jóvenes que se están desarrollando”, continúa. “Hay una infraestructura de salud pública para aquellos que se sienten solos y desesperanzados. En el mundo de la violencia en las comunidades eso significa tener gente disponible para relacionarse con personas en las calles que quizás busquen venganza”.
En los últimos años, los trabajadores de prevención de violencia, al igual que los agentes de las fuerzas del orden, han tenido que convertirse en expertos de las redes sociales para identificar conflictos y amenazas. “Las muertes en masa ocurren tanto en la violencia comunitaria como en los tiroteos en escuelas y espacios de trabajo, y hay similitudes en términos de lugares donde la gente obtiene la información y por cómo y dónde expresan su angustia”, explica Fatima Loren, directora ejecutiva de Health Alliance for Violence Intervention (HAVI), una organización que ayuda a hospitales a construir y mantener programas de prevención de violencia.
“En el mundo de la prevención de violencia en comunidades hay especialistas que buscan peleas que se expresan en las redes antes de llegar a las calles. Y las usan como forma de mitigar disputas antes de que se vuelvan violentas. Es razonable pensar que puedan tener un impacto significativo en otros espacios de prevención de violencia de armas. Y es útil apoyarse en personas que buscan identificar rasgos particulares de tiroteos masivos y entender quién tiene credibilidad y capacidad de intervención”, dice Loren.
El estigma
Las intervenciones exitosas, además, no pueden evitar a aquellos considerados menos dignos de ayuda, según los trabajadores de prevención. Los esfuerzos de prevención de violencia en general muchas veces se enfrentan al miedo a las personas que cometen este tipo de actos, y este temor dificulta la participación de la comunidad, los oficiales y la policía. Durante décadas, los perpetradores de violencia con armas, especialmente los jóvenes, pobres, negros y latinos, han sido descritos como manifestaciones del mal con las que sólo se puede lidiar a través del encarcelamiento. Los trabajadores de los programas de prevención han tenido que superar estos temores y encontrar la humanidad en la gente con la que trabajan, dice Boggan.
“El estigma permanece debido a quién está en el centro del asunto”, dice. “En Estados Unidos, se nos enseñó durante años a tener miedo de la gente negra y marrón, especialmente de los hombres. Siempre fueron vistos como inhumanos”.
“Los estigmas continúan por muchas razones”, dice. “Pero logramos ignorar esos estereotipos y enfocarnos en su humanidad para ofrecerles el apoyo, los servicios y las oportunidades que pueden llevarles por diferentes caminos. Por eso hemos tenido éxito en cada lugar en el que hemos estado”.
“No son monstruos, son seres humanos”
O’Toole, la agente retirada de la FBI, ha estudiado tiroteos masivos durante décadas, desmenuzando los días, meses e incluso años de la vida de un tirador, para entender lo que pudo haberle llevado a realizar ese acto horrible, desde que 13 personas fueron asesinadas en el instituto de Columbine en Colorado en 1999. Y ella comparte lo que dicen los trabajadores de los programas de prevención: “La idea de identificar comportamientos alarmantes es poder reunir recursos y hacer algún tipo de intervención, pero no puede ser algo que se arregle en un día”. Como se ha visto en respuesta a la violencia de armas, las intervenciones que sólo involucran a las fuerzas del orden no llegan a la raíz del problema.
Del mismo modo, advierte, los tipos de descripciones en las que caen los políticos después de tiroteos masivos (describir a la persona como el “mal”) sólo pueden llevar a respuestas excesivas. “No debemos ponernos un sombrero del siglo XIV a la hora de enmarcar estos acontecimientos”, dice O’Toole. “No se trata de monstruos, son seres humanos con odio, que ven a otros como objetos y se han radicalizado al punto de transformarse en asesinos”.
Traducción de Patricio Orellana
1