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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal

Mario Draghi, del rescate del euro al pantano de la política italiana

Mariangela Paone

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“La duración de los gobiernos en Italia ha sido en promedio corta, pero esto no ha impedido, incluso en momentos dramáticos de la vida de la nación, tomar decisiones decisivas para el futuro de nuestros hijos y nietos. Lo que cuenta es la calidad de las decisiones, las miradas valientes, los días no cuentan. El tiempo del poder puede desperdiciarse incluso con la sola preocupación de conservarlo”. El 17 de febrero de 2021 Mario Draghi pronunció estas palabras en el Senado en su estreno como primer ministro de Italia. El presidente de la República, Sergio Mattarella, le había pedido que asumiera el cargo para liderar un Gobierno de unidad nacional, un Ejecutivo de “perfil alto”, en palabras del jefe del Estado, que sacara al país de las riñas políticas y, en medio de una pandemia global, garantizara la estabilidad y las reformas necesarias para asegurar el dinero del plan de recuperación europeo.

“No ha habido nunca, en mi larga vida profesional, un momento de emoción tan intensa y de responsabilidad tan amplia”, dijo entonces Draghi. Menos de un año y medio antes había terminado su mandato al frente del Banco Central Europeo, tras ocho años en los que el continente atravesó la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial y la eurozona vivió con el agua al cuello hasta que, el 26 de julio de 2012, el presidente de la BCE pronunció la frase que anticipó la salvación del euro: “El BCE hará todo lo necesario (”whatever it takes“, en inglés) para sostener el euro. Y, créanme, será suficiente”.

Mattarella le pedía repetir la hazaña, pero esta vez, en lugar de la moneda única, tenía que salvar a Italia, después de la caída de dos gobiernos desde las últimas elecciones generales de 2018. Ahora que se cumplen diez años de aquel “whatever it takes” y 17 meses después de su primer discurso como primer ministro, el ex banquero central que se ganó el apodo de Supermario ha tropezado con las aguas turbias del pantano de la política italiana, donde sus llamamientos a la “responsabilidad nacional” han chocado contra las rencillas internas de los partidos que apoyaban a su Gobierno.

Incertidumbre

Cuando faltan unas horas para que comparezca ante en Parlamento, después de que el jueves pasado Mattarella rechazara su renuncia, todo es incertidumbre sobre cómo se cerrará la enésima crisis política del país. Los cinco días que han pasado, y que le han permitido volar a Argelia como primer ministro con plenos poderes para sellar pactos energéticos de fundamental importancia para Italia, no han servido sin embargo para que los partidos dieran aquella muestra de unidad total que él pide desde el comienzo de su mandato.

Mientras tanto ha crecido la presión, dentro y fuera de casa. Casi 2.000 alcaldes de todo el espectro político, de las grandes ciudades a las pequeñas, han firmado una carta para pedir al primer ministro que se quede. Lo mismo han hecho grandes organizaciones de la sociedad civil, desde las asociaciones católicas hasta las organizaciones antimafia como Libera. Incluso han aparecido anuncios de pago a página entera en los periódicos, como el que publicaron el domingo las asociaciones del transporte marítimo, portuario y de la logística. Y una petición online, lanzada por el ex primer ministro Matteo Renzi, contaba este martes con más de 100.000 firmas.

Pero la presión es internacional. Periódicos tan distintos como el Financial Times y The Guardian han publicados editoriales que van en la misma dirección: perder a Draghi en este momento sería un problema para Italia y para Europa. Y el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, en un artículo de opinión publicado por la edición europea del medio estadounidense Politico, se ha hecho eco del sentimiento que comparten otros líderes en muchas capitales europeas, sobre todo en Bruselas.

“Europa necesita líderes como Mario”, escribió Sánchez. “Sus reflexiones inteligentes, creativas y constructivas contribuyen siempre a que consigamos buenos resultados en un buen ambiente de consenso, tan necesario en estos tiempos de crisis”, añadió. Todos confían en que se encuentre una solución que permita a Draghi quedarse y salir airoso a pesar de haber repetido en varias ocasiones que no estaría dispuesto a un Draghi Bis. Por eso, según informa Andrés Gil, desde Bruselas, cuando al Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, le preguntaron el lunes por Draghi y las celebraciones en Moscú por su salida, él contestó: “No hay que vender la piel del oso antes de cazarlo”.

Vetos cruzados

Draghi necesita garantías. Garantías de que si sigue, el Gobierno no vuelva a tropezar con los vetos cruzados de los partidos, ya en modo campaña electoral, sean las elecciones en octubre o en primavera. Nadie quiere realmente un adelanto electoral, una opción que solo prefieren tres de cada 10 italianos, según un sondeo publicado por el diario La Stampa. El primer ministro se ha reunido este martes con el presidente Mattarella, pero no ha trascendido nada del encuentro. Poco antes se había entrevistado durante una hora con Enrico Letta, el secretario del Partido Democrático, en un encuentro que ha irritado al centro-derecha de Silvio Berlusconi y Matteo Salvini. Mientras tanto el Movimiento 5 Estrellas, que originó la crisis la semana pasada al ausentarse en el voto de confianza sobre un importante decreto, sigue viviendo su propio drama, entre nuevas divisiones que amenazan con otro cisma tras la salida del ministro de Exteriores Luigi Di Maio y más de 60 parlamentarios.

Draghi quiere garantías también porque no es la primera vez que los partidos tiran la cuerda hasta llegar al bloqueo, descargando sobre otros sus fallos. Pasó el pasado enero cuando se trató de elegir al presidente de la República. Él no había negado su interés por culminar a sus 74 años su carrera en el Palacio del Quirinale. “Soy un abuelo al servicio de las instituciones”, había dicho unas semanas antes. Pero se topó con las tejemanejes de los partidos que presionaron para que Mattarella, en contra lo que había sido su voluntad expresa, repitiera mandato.

“Draghi ha ganado un poco más de conciencia de qué es la política italiana, mucho más compleja cuando estás dentro, mucho más difícil de gestionar. Y ciertamente ha perdido un poco ese aura de eficiencia e imparcialidad, porque muchas de sus decisiones se han inclinado más a la derecha que a la izquierda, un poco como Macron. Muchos de los problemas siguen presentes y lamentablemente no hay nada que sugiera un cambio radical en el funcionamiento de nuestro sistema. Tal vez son semillas plantadas que darán frutos más adelante, pero un poco de desilusión circula, no en la clase políticas pero en la opinión pública más amplias”, comentaba hace unos días a ElDiario.es el politólogo italiano Piero Ignazi. Pero si hay decepción más puede el miedo al salto al vacío que pueden representar las elecciones en un momento crítico para el país y con las coaliciones en fibrilación. Y en varias encuestas su permanencia en el Gobierno es la opción preferida de los electores.

El chiste de Draghi

Hay muchos que estos días, mientras se hacen apuestas sobre cómo acabará la crisis, han recordado el chiste que Draghi contó hace una semana a la cena de los corresponsales extranjeros: “¿Conocéis la historia del trasplante de corazón? Se ofrecen dos corazones a un paciente, uno de un joven de 25 años en condición física espléndida, el otro, de un banquero de 86 años. El paciente elige el segundo. '¿Pero por qué?', preguntan los médicos. 'Porque nunca se ha usado', responde el paciente”.

Pero, rebuscando en las hemerotecas, hay declaraciones que tal vez explican mejor las ideas que guían la acción del primer ministro. En la que fue quizá la entrevista más personal, concedida en 2015 al semanario alemán Die Zeit, hablando de su familia y de las lecciones que le había dejado su padre, muerto cuando él tenía 15 años, contestó: “La importancia de seguir tus convicciones con una acción coherente y con valentía si es necesario. Una vez me dijo que había un monumento en una plaza de una ciudad en Alemania con una inscripción que decía más o menos lo siguiente: 'si has perdido dinero, no has perdido nada, porque puedes recuperarlo con un buen negocio. Si has perdido tu honor, has perdido mucho, pero puedes recuperarlo a través de un acto heroico. Sin embargo, si has perdido la valentía, lo has perdido todo'”.