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The Guardian en español

Los refugiados pueden ayudar a paliar la escasez de programadores en Finlandia

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Jon Henley

Problema número uno: el próspero panorama de las startups en Finlandia tiene escasez crónica de desarrolladores.

Problema número dos: a los más de 32.000 solicitantes de asilo que llegaron el año pasado al país nórdico –muchos de ellos jóvenes, muy cualificados y alfabetizados digitalmente– les depara una espera de años hasta que puedan hacerse con un empleo.

“Básicamente, pensamos: hay una forma de por lo menos empezar a afrontar estos problemas”, explica Niklas Lahti, director ejecutivo de la empresa de servicios web de Helsinki Nord Software. “Podemos enseñar a los refugiados a programar para que se conviertan en ingenieros de software”.

Este mes, los tres primeros graduados de Integrify, el programa de desarrollo para solicitantes de asilo lanzado en abril por Lahti y su amigo Daniel Rahman, responsable de la agencia de empleo TalentConnect, han empezado prácticas en empresas tecnológicas líderes en Finlandia.

Los dos responsables están trabajando en un segundo programa, ampliado para formar a 200 refugiados como desarrolladores, y esperan colocarlos en empresas de toda Europa, empezando por Suecia, donde “encontrar desarrolladores es casi imposible, incluso más que en Finlandia”, según Lahti.

Explica que el punto de partida es que “la integración tarda demasiado”. “Tienes a un montón de gente joven, cualificada y motivada, sentada sin hacer nada. El proceso de registro es eterno, se supone que tienen que aprender finés antes de tener un empleo. Pero, al menos en el sector tecnológico, todo lo que necesitas es inglés”.

Incluso cuando sus papeleos están ya en orden, muchos solicitantes de asilo pueden esperar hasta cinco años hasta que encuentran trabajo, precisa Rahman, y cuando lo hacen, “profesionales muy capacitados se ven en trabajos de muy baja cualificación”.

La vida –y el inhóspito clima nórdico– ha resultado ser tan frustrante para algunos solicitantes de asilo recién llegados a Finlandia que las autoridades han informado este año de que esperan que hasta 5.000 personas cancelen sus solicitudes y vuelvan a casa. En febrero indicaron que unos 4.000 refugiados, casi el 80% de ellos iraquíes, ya habían pedido ayuda para irse.

Una vez dieron forma al proyecto a finales del año pasado, Rahman y Lahti se recorrieron los centros de recepción de refugiados para presentarlo, y eligieron a unos 20 candidatos de entre 700 refugiados que se interesaron.

Ante las dificultades del sector tecnológico finés para llenar unos 5.000 puestos vacantes, a Lahti y Rahman no les costó encontrar a 12 empresas de software y servicios web como posibles empleadores. Alquilaron un amplio piso en el centro de Helsinki para alojar a los estudiantes, y contrataron a un ingeniero experimentado para impartir la formación.

Tras ocho semanas en el curso, tres de los cinco primeros alumnos –de Irán, Irak, Somalia y Siria– están en prácticas, y los dos restantes esperan respuesta tras unas entrevistas.

“Es una oportunidad increíble”

Eyas Taha, de 22 años, es uno de los miembros del grupo. Huyó de su Irak natal después de que bombardearan tres veces la casa de su familia. A principios de 2015 ya había encontrado trabajo en una startup web de reparto de comida de Jordania, en atención al cliente y apoyo tecnológico. Después, su padre murió en un atentado terrorista, y se dio cuenta de que nunca podría volver a Bagdad.

“Decidí ir a Europa yo solo”, cuenta. Taha cogió un barco de Egipto a Sicilia –“300 personas, ocho días en el mar”– y recorrió Francia, Suiza, Alemania y Dinamarca para llegar a Finlandia el pasado agosto. “Sabía que Finlandia es un buen país, humano”, dice. “Y maravilloso para la educación. Lo único malo era el tiempo: en Bagdad puede haber 50 grados en verano, en Finlandia pueden ser -36 en invierno. Es un shock”.

Taha pasó seis meses en un centro de recepción y dos en otro antes de reunirse con Rahman y Lahti. “Ahora, en lugar de no hacer nada estoy aprendiendo lenguajes de programación, ocho horas al día. No sabía nada, no tenía ningún conocimiento previo sobre programación. Pero es una oportunidad increíble”, valora.

Ha hecho dos entrevistas de trabajo y está esperando respuestas. “Este curso es un atajo muy bueno, como de dos o tres años a una vida apropiada”, dice Taha. “Se tarda un año en conseguir un permiso de residencia, quizá dos más en aprender finés y conseguir un trabajo de limpiador”.

Nizar Rahme, de 26 años, otro graduado del programa, llegó a Finlandia hace tres meses huyendo de Damasco con su mujer, Lydia, cuando la casa de sus padres quedó destruida por un atentado bomba en diciembre del año pasado. Arquitecto cualificado que también trabajó como animador y como desarrollador de juegos en Siria, Nizar llegó a través de Rusia, con la esperanza de “seguir estudiando, con suerte sistemas informáticos”. “Fue una oportunidad increíble”, agradece.

Ahora es desarrollador junior en Nord Software, en camino de un contrato a tiempo completo y con salario completo. “Mi vida se ha transformado”, explica. “Hace tres meses no formaba parte de la sociedad. Estaba en el centro de recepción, incapaz de hacer nada. Deprimido. Ahora estoy aprendiendo, trabajando... Integrándome. De nuevo en el mundo”.

Rahman apunta que el proyecto “está haciendo que la integración suceda. Todos ganan. La sociedad, porque hacen falta estos trabajos y porque cuanto más rápido se integren y contribuyan los solicitantes de asilo, mejor para todos. Y los refugiados, porque pueden empezar de verdad a construir las nuevas vidas para las que han cruzado Europa”.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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