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The Guardian en español

Solo una Europa unida puede frenar el nacionalismo alemán

Manifestante con ropa de la marca Thor Steinar, que se relaciona con la extrema derecha y los neonazis, durante la manifestación "Merkel tiene que irse"

Alan Posener

Recuerdo una helada noche de diciembre, en 2007. En Görlitz, la ciudad alemana situada más al Este, miles de alemanes y polacos celebraban el desmantelamiento del punto de control de la frontera, entre vítores, abrazos y jarras de cerveza. Polonia se había sumado al espacio Schengen y ahora la última frontera con alemana desaparecía. Fue una noche cargada de simbolismo; Görlitz se asienta en la ribera del río Neisse, la frontera marcada tras la Segunda Guerra Mundial.

Para la mayoría de británicos es difícil entender el impacto emocional que tiene para el imaginario alemán una Europa abierta. Las fronteras de Alemania han ido cambiando a lo largo de la historia, a causa de la invasión de Suecia en el siglo XVII o de Francia un siglo más tarde. También debido a las guerras que perdió Alemania en los siglos XIX y XX.

Estar “rodeado de amigos”, como lo describió el canciller Helmut Kohl, era una experiencia completamente nueva para Alemania y, si observamos nuestra historia, una suerte para todos los que “nacieron más tarde”. La homóloga de Kohl en el Reino Unido, Margaret Thatcher, no parecía tan dispuesta a creer que los alemanes “nacidos más tarde” eran diferentes de sus padres y madres.

Debido a su propia esencia, Alemania es una fuerza que desestabiliza Europa. En sus memorias, Thatcher explica las razones que la llevaron a pedirle a Mijaíl Gorbachov que se opusiera a la reunificación de Alemania. También se reunió con destacados historiadores, con el objetivo de comprender la “idiosincrasia alemana”. Según el memorando de la reunión, la angustia, la agresividad, la reafirmación, el acoso, la egolatría, el complejo de inferioridad y sentimentalismo formaban parte del carácter alemán.

El mismo Kohl podría haber estado de acuerdo con esta valoración. De hecho, su predecesor, Helmut Schmidt, lo estaba. Los dos creían que la Unión Europea era un instrumento para frenar el nacionalismo alemán. De hecho, esta fue la razón de ser de la integración europea desde sus inicios. En 1951, se fundó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero con el objetivo de que la actividad industrial y militar alemana quedara bajo supervisión de Francia.

Por otra parte, Kohl tuvo que sacrificar el marco alemán a favor del euro para que François Mitterrand apoyara la reunificación.

Sin embargo, lo cierto es que ya se pudieron apreciar indicios de esta necesidad de reafirmación de los alemanes cuando el sucesor de Kohl, Gerhard Schröder, intentó crear un eje Moscú-Berlín-París claramente antiamericano y antibritánico. Y sin bien Angela Merkel no es Schröder, la crisis de la creación de Kohl, el euro, ha obligado a la Alemania que ella lidera a desempeñar un papel hegemónico.

“De repente, Europa habla alemán” dijo hace cinco años Volker Kauder, líder de CDU en el Parlamento. No se estaba refiriendo a los cursos que ofrecen las escuelas de idiomas. Lo que quería decir es que en el contexto de la crisis de la zona euro, Alemania había logrado imponer sus medidas de austeridad al resto de países de la unión monetaria.

El cambio de la crisis

Los memorandos internos filtrados a los medios de comunicación pusieron de manifiesto que algunos políticos, como por ejemplo, el ministro alemán de Hacienda Wolfgang Schäuble, percibían la crisis como una oportunidad para cambiar no solo las políticas sino también la clase política en países como Grecia o Portugal, y evidentemente Francia, que no hace mucho todavía se resistía a pronunciar la palabra 'Schuldenbremse'“ (el límite de la deuda nacional contemplado por el pacto de estabilidad y crecimiento de Merkel), como Kauder puso de manifiesto. En cuanto al Reino Unido, dijo lo siguiente: ”no podemos permitir que se salgan con la suya y solo busquen su propio beneficio“. 

Kauder no es nacionalista. Tampoco lo son Schäuble o Merkel. Y la Unión Europea no es un Cuarto Reich, como han insinuado algunos euroescépticos británicos. Pero el tamaño y el peso económico de Alemania generan una dinámica y un discurso propio. Uno de los elementos de esta dinámica es el auge del nacionalismo.

Si bien la élite alemana ha defendido con éxito sus intereses bajo la consigna del europeísmo, los resentidos con la élite que forman el partido Alternative für Deutschland (alternativa para Alemania, AfD) empezaron a pedir “menos Europa” y “más Alemania” tan pronto como la crisis de Grecia evidenció el predominio de Alemania en la zona euro.

Por otra parte, en el contexto de la crisis de  refugiados, que provocó una revuelta de Europa contra Alemania, el sentimiento antieuropeo de AfD está ganando terreno. En las últimas elecciones locales y regionales, en los estados de Hessen, Baden-Württemberg y Rhineland-Pfalz, situados en el oeste del país, el AfD consiguió entre el 12 y el 15% de los votos. En el estado de Sachsen-Anhalt, situado en el este, consiguió el 24% y se convirtió en el segundo partido más votado después del partido en el gobierno, el CDU.

Cuando en otoño se celebren elecciones en el estado de Mecklenburg-Vorpommern (situado en el este y donde se concentran los votantes más leales a Merkel), el AfD podría ser el partido más votado y en 2017 entrará en el Parlamento Alemán.

El éxito del AfD incrementará la presión sobre el gobierno para que priorice los intereses de Alemania y sitúe los de Europa, la OTAN y Occidente en segundo plano.

Tatcher lo sabía

Thatcher ya había previsto que esto pasaría. Sin embargo, se quedó atrapada en una encrucijada. De un lado, vio que algunos políticos pro occidentales alemanes, como Kohl, querían frenar el nacionalismo alemán a través del federalismo europeo; un concepto que aborrecía. Del otro, una Alemania sin restricciones suponía un peligro todavía mayor.

En una conversación telefónica con el presidente George Bush en 1990, previó un cambio de los equilibrios de poder en Europa como consecuencia del auge de Alemania, y advirtió que en el futuro solo la Unión Soviética o su sucesor podrían proporcionar este equilibrio.

Habida cuenta de la situación de la Rusia de Putin, la visión geopolítica de Thatcher no parece tener sentido. Sin embargo, su afirmación de que desde su constitución en 1871 Alemania ha oscilado entre su necesidad de ataque y las dudas en torno a ella misma merece ser analizada.

El verdadero origen de la angustia de Alemania es la agonía del autoconocimiento. El AfD y su agresiva campaña para que Alemania deje de dudar de sí misma, defendida por un creciente número de intelectuales apologistas, afirman que ha llegado la hora de dejar de lado el pasado y terminar con los tabúes que impusieron los que salieron victoriosos de la Segunda Guerra Mundial.

La crisis de los refugiados ha permitido a este partido terminar con el tabú del racismo, si bien no directamente sino a través de la defensa de organizaciones racistas como Europeos Patriotas contra la Islamización de Occidente (Pegida), que se presentan como ciudadanos preocupados.

El papel de Rusia

El libro The Sleepwalkers, de Chistopher Clark (sobre las causas que propiciaron la Primera Guerra Mundial) fue recibido con entusiasmo por estos círculos, ya que exime a la Alemania imperial de cualquier responsabilidad. Además, el portavoz de AfD, el intelectual anglófilo Alexander Gauland (que, por cierto, odiaba a Thatcher) es partidario de implementar medidas  “neo Bismarckianas” en Alemania.

Esto implica buscar un equilibrio de poderes entre Estados Unidos y Rusia; parecido al equilibrio de poderes entre Rusia y Alemania que Thatcher quería propiciar. En el borrador de su manifiesto, el AfD indica que Rusia es clave para la seguridad europea y quiere poner fin a las sanciones, pero no menciona a Estados Unidos o al Reino Unido, salvo para manifestarse en contra de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión y para pedir que se vuelva a negociar el estatus de aliado OTAN en los supuestos de despliegue de tropas. 

Quiere que Alemania sea un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y poder vetar las actividades de la OTAN  “fuera del área”, que el partido rechaza de todos modos. El AfD volvería a presentar el borrador y le daría a Alemania una industria de defensa autónoma, precisamente lo que quería evitar la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Por último, el partido también abandonaría el euro y apostaría por una “Europa unida de patrias”, de inspiración gaullista. 

Algunos elementos de este batiburrillo nacionalista pueden tocar la fibra sensible de los anglosajones más conservadores y de los detractores de Blair en el partido laborista. Sin embargo, no nos engañemos: la Alemania cristiana que el AfD se compromete a proteger es “abendländisch”; una expresión difícil de traducir pero que significa antianglosajona. Si el AfD consigue imponer su discurso en política exterior, como ya lo hace con la cuestión de la inmigración, al más puro estilo “la cola que mueve al perro”, Alemania podría ser un peligro para ella misma, para Europa y para Occidente.

Solo por este motivo, sería una irresponsabilidad por parte del Reino Unido salir de la Unión Europea. La Unión Europea y los alemanes más progresistas lo necesitan para frenar los impulsos de un país que tiene muy poco en común con una “nueva Alemania”. Solo hace diez años que pude ver con mis propios ojos cómo celebraban la apertura de las fronteras.

Traducción de Emma Reverter

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