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Trump y Sanders: cómo crecer en la misma ciudad pero a un mundo de distancia 

Bernie Sanders durante un mitin en Nueva York

The Guardian

Edward Helmore- Nueva York —

Se criaron en la ciudad de Nueva York, a una distancia entre los dos de apenas 25 kilómetros. Uno de ellos en Midwood, un barrio del sudoeste de Brooklyn en el que predominan los inmigrantes judíos; el otro, al noreste, en la arbolada Jamaica Estates, una urbanización cerrada de Queens. Pero las ideas de cada uno no podrían ser más diferentes. 

Si el entorno en el que crecen las personas fuera un elemento fundamental para su formación psicológica y política, seguramente en él hay claves para explicar la enorme diferencia entre Bernie Sanders y Donald Trump, los candidatos presidenciales que han sido la sorpresa en unas primarias muy poco convencionales gracias a sus características anti-establishment.

Compuesta en gran medida por barrios insulares, en Nueva York hay al menos tantas formas de pensar como barrios, pese al mosaico de razas que compone la ciudad. Esas características barriales pueden ir cambiando a medida que varían las poblaciones que los forman, pero no demasiado. 

Del barrio de Midwood, que se enorgullece de estar semi-urbanizado, lo más interesante es lo poco que han cambiado las cosas. Hay escasos indicios allí de la “revolución del pueblo” de Sanders, el candidato al que los votantes le concedieron una espectacular recuperación el martes en Michigan.

La urbanización de Jamaica Estates, por su parte, ya no tiene un entorno capaz de garantizar a un joven criado en ese lugar la sensación de saberse privilegiado, ese encanto y autosatisfacción que son sellos distintivos del inimitable Donald. 

Pero quedan algunos indicios. La residencia de ladrillos rojos y columnatas del 85-14 en Midland Parkway que fue el hogar de la familia Trump durante la década de 1940 y 1950 sigue en pie y está muy bien cuidada. Es una estructura magnífica que construyó el padre de Donald, Fred Trump, con 23 habitaciones, 9 baños, y un camino bordeado de canteros hasta la calle. Es posible imaginar al joven Donald inspeccionando la vida desde una muy cómoda distancia, mirando a los comerciantes ir y venir desde la seguridad y calidez de su hogar, con pleno conocimiento de que cualquier fuerza antisocial que se reuniera más allá del portón de entrada sería interceptada de manera segura. 

“Otras partes de Queens eran complicadas; esta era un oasis”, contó Trump al New York Times el año pasado. Dijo también que el vecindario, en el que ahora hay más diversidad racial, había cambiado durante el transcurso de los años: “El mundo es muy diferente; enciendan la televisión; eso es la vida en Nueva York y creo que es algo maravilloso”. 

La casa en Midland era la segunda que Fred Trump, empresario inmobiliario, construía en la urbanización. Fue donde vivió con su esposa, la fallecida Mary MacLeod, y sus cinco hijos, entre ellos Donald, el menor de los hermanos. Los vecinos recuerdan a Fred Trump yéndose a trabajar en limusina y a Donald regresar de visita a la casa, años más tarde, en un descapotable rojo junto a Ivana, la primera de sus tres esposas.

Hoy la población de Jamaica Estates es mucho más diversa que en la época de Trump. No hay tantos blancos como antes, y el barrio está compuesto por una clase media proveniente de países del sur de Asia que llegó allí tras el boom inmobiliario de los años 90. Las comunidades afroamericanas y caribeñas más pobres de Nueva York se mantienen cerca y ocupan el edificio de apartamentos que Trump padre desarrolló. Más allá de la entrada del barrio, en la avenida Hillside, hay muchos comercios y restaurantes. Los que caminan por esas aceras son los mismos afroamericanos a los que Trump acusa de “buscar problemas” a raíz del movimiento Black Lives Matter; y los mismos inmigrantes a los que ha demonizado durante toda la campaña.

“Donald Trump viene desde el corazón de la urbanización, de la parte más rica”, cuenta Sean Carson, de 23 años, un estudiante del último curso de Economía en la Universidad de Saint John. “De ahí proviene esa actitud tan pedante. Creció viendo a la gente pobre, pero estaba protegido de esa realidad y así es cómo Trump desarrolló esa mentalidad racista de creerse mejor que los demás. Trump no tuvo problemas económicos, así que no entiende lo que son y no es capaz de ponerse en el lugar del otro”.

Carson, como muchos de sus amigos, está a favor de Sanders. Sin duda, lo prefiere como persona, aunque no le ocurra lo mismo con sus políticas económicas: “Las políticas financieras de Trump son más viables, pero no me puedo imaginar de dónde va a sacar el dinero para sus estúpidos proyectos, como el muro entre México y EEUU”.

Para bien o para mal, es en ese lugar donde Trump aprendió a construir cosas (torres, hoteles y casinos) y a tirarlas abajo para convertirlas en campos de golf. A pesar de que su imagen está muy identificada con el cemento, el cristal y el oro, Jamaica Estates es una de las zonas más frondosas de Nueva York: hay más de 6.000 árboles. 

“El dinero mantiene todo bien y a todos felices”, dice John Cristelli, de 51 años, mientras camina hacia su casa, cerca de la mansión Trump. Si Trump fuera el presidente, según Cristelli, daría “miedo pero lo haría bien”.

También fue cerca de aquí, en la Kew-Forest School, donde Trump aprendió a pelear y donde sufrió su primer gran rechazo: a los 13 años fue expulsado de la escuela y siguió su educación en la academia militar de Nueva York. Llegó a octavo grado, pero incluso su padre admitió que Donald “era un tipo bastante brusco cuando era pequeño”. “Lo único que supimos fue que había sido un verdadero buscapleitos”, confirma Karen Weinstein, una vecina. 

En 1983, más de 20 años después de que Trump obtuviera su título en Economía, en el turbulento mundo inmobiliario de Nueva York su estilo empresarial ya estaba estableciendo el nombre Trump como símbolo de extravagancia ostentosa entre los más ricos del mundo.

“Muchos hijos no han podido salir de la sombra de sus padres”, afirmaba Trump entonces. “A los 37 años, nadie ha hecho más que yo”, agregaba, exhibiendo el don de autobombo y la pomposidad que se han vuelto su marca registrada. 

No hay metro de Jamaica Estates a Midwood que no pase por Manhattan. Y una vez que se llega al enclave de los rusos ortodoxos y los judíos de Brooklyn, en seguida se desvanece el recuerdo de las imitaciones de mansiones Tudor, los árboles cafeteros de Kentucky y el styrax.

Midwood es un vecindario complicado cerca del puente Verrazano-Narrows y no muy lejos del parque de atracciones de Coney Island. “Somos muy internacionales, estamos muy arraigados en la historia de EEUU”, dice Linda Goodman, de la Midwood Development Corporation. “Es la clase de vecindario que influiría en una persona para que creciera con los valores tradicionales de nuestro país: la tolerancia y la bienvenida hacia otras personas, honrando los principios estadounidenses”.

Durante las décadas de 1940 y 1950, Sanders se crió en un apartamento de tres habitaciones y media en un edificio sin ascensor de la calle East 26th, cerca de Kings Highway, una de las vías principales de la zona. Su madre era neoyorquina y ama de casa. Su padre, un inmigrante polaco que se dedicaba a vender pintura. El año pasado, en una entrevista para el programa 60 minutos, Sanders recordó el deseo de su madre de tener una casa independiente. “La falta de dinero era un motivo constante de conflicto”, dijo. “Y cuando se tienen cinco o seis años, y tus padres se la pasan discutiendo, es… ya saben, si uno se pone a pensar y a mirar atrás… es traumático y difícil”.

Sanders asistió a la secundaria James Madison High School, entre cuyos alumnos más destacados figuran la jueza de la Corte Suprema Ruth Bader Ginsburg y cuatro ganadores del premio Nobel. Sanders escribía para el periódico del instituto y se convirtió en presidente de la clase. Un compañero recordó en el canal de televisión NY1 la campaña fallida de Sanders para ser electo presidente estudiantil de la James Madison High School: “los otros candidatos hablaban del baile de graduación, en cambio, Sanders quería recaudar dinero para los huérfanos de la Guerra de Corea”.

¿Qué clase de judío? 

“Estoy muy orgulloso de ser judío, y ser judío es gran parte de lo que soy”, dijo Sanders hace poco durante un debate televisivo. “La familia por parte de mi padre fue aniquilada por Hitler en el Holocausto”.

Ser judío sigue siendo una característica que define al vecindario. Aunque muchos vecinos conozcan la historia de la familia Sanders y les enorgullezcan por los orígenes del senador de Vermont, se preocupan por lo que consideran su apoyo ambiguo a Israel.

“Hay algo de orgullo étnico porque Sanders es judío, pero la pregunta es: ¿cómo de judío es a la hora de brindar apoyo a Israel?”, pregunta Daniel Berg, científico en investigación económica. “La gente está al tanto del tema. Para muchas personas, esa es la pregunta que lo separa del éxito o del fracaso”. “Algunas personas son jasídicas [pertenecientes a un movimiento ortodoxo], así que si no son republicanas, votarán por Clinton”, predice el joyero Kay Illocz, dueño de un pequeño comercio de joyas. “No van a votar a Sanders”.

Según Jasmine Weisman, Sanders “tiene buenas intenciones pero es demasiado dubitativo”: “Por lo menos, con Donald ya sabemos por qué es como es. Si quieres venir aquí y llevar una vida honesta, muy bien. Pero si quieres venir aquí para destruir y escupirnos la cara, regresa a tu casa”.

Para Weisman, “Donald es Nueva York. Su postura es la misma que sienten todos en la zona: ”Ya estamos cansados de los círculos cerrados de amigos que protegen sus intereses, por lo menos con Donald ya se sabe cómo es“. Otras mujeres del vecindario se acercan a la opinión de Weisman. ”Trump está poniendo de cabeza a los círculos empresariales cerrados. No acepta dinero, no acepta favores“, dice Marie, que prefiere no dar su apellido. Angela Titus, amiga de Marie, votará por Clinton y no por Sanders, por miedo a que las políticas exteriores del senador de Vermont sean débiles.

Según Suzanne Wasserman, directora del Centro Gotham para la Historia de Nueva York, a pesar de la cuestión de Israel, todavía se puede considerar a Sanders como un típico neoyorquino de Brooklyn: “Sanders es la encarnación del Brooklyn de los años 30, muy judío y muy liberal; los vecindarios como Midwood tienen una alta concentración de población judía, siempre ha sido así y lo sigue siendo; no hay afroamericanos en esa parte de la ciudad, así que la gente que vive ahí tiene prejuicios”. 

Aunque Wasserman no quiere decir que Sanders tenga prejuicios raciales, la directora sugiere que las dificultades del candidato para conectar con los votantes negros, sobre todo en el sur, puede ser un indicio de la falta de conexión entre las dos comunidades, algo muy común en Brooklyn. “Los vecindarios de la ciudad de Nueva York pueden ser muy racistas, podrían llegar a definir cómo piensa una persona”.

Lo mismo corre para Trump, según Wasserman. “Él también es un producto típico de su tiempo. No creo que sigan existiendo personalidades como la suya. Trump es un producto de la ciudad y de su época: muy republicano, de clase media alta, aburguesado. No hay más gente como él porque esa ciudad ya no existe más”.

Esa idea resuena en Jamaica Estates. “Esta fue una urbanización planificada, un barrio de lujo cuando Trump se crió en este lugar; ahora hay más inmigrantes y una clase media más baja”, explica Daniel Dragan, programador informático, de 28 años. Gane o pierda, puede que Trump sea el último de su especie. 

Dragan es partidario de Sanders. “Las ideas de Trump son demasiado extremas para mí. Yo diría que este es un barrio demócrata ahora. Las ideas republicanas no funcionarán”.       

 Traducción de Francisco de Zárate    

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