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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

La UE bascula hacia el Este por el empuje de Polonia en la guerra de Ucrania

Volodímir Zelenski saluda al primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, en la reunión con el checo Fiala y el esloveno Jansa en Kiev

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

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Polonia y Hungría acababan de llevarse una dura derrota ante la Justicia europea. El 16 de febrero, apenas ocho días antes del inicio de la invasión de Ucrania por parte del presidente ruso, Vladímir Putin, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea avaló el reglamento que vincula los fondos europeos y el cumplimiento del Estado de Derecho. Polonia y Hungría acumulaban pleitos ante el TJUE y hasta sentencias por su deriva autoritaria y homófoba, y se habían convertido en lo contrario a lo que representa la Unión Europea, en tanto que tenían abiertos sendos procedimientos del Artículo 7 del tratado de la UE por violar los valores comunitarios.

Ambos países han defendido los muros ante quienes huían de las guerras. Pero en un sentido literal: no hace tanto el Gobierno polaco pidió financiar con dinero europeo un muro en su frontera con Bielorrusia porque se agolpaban unos 2.500 refugiados usados por Minsk como arma arrojadiza.

En efecto, un muro financiado con dinero europeo para contener a 2.500 personas pobres.

La idea era bien recibida por el PP europeo, incluso por el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, pero no así por la Comisión Europea, que mantenía bloqueados los fondos de recuperación y aplicaba multas millonarias por los desafíos polacos al orden legal europeo, con su Tribunal Constitucional a la cabeza. Un Tribunal Constitucional cuya legitimidad no reconoce Bruselas.

Ocho días de febrero

Pero en esos ocho días que hay entre el 16 de febrero y el 24 de febrero, Polonia ha pasado de ser un Gobierno con quien nadie quiere hacerse una foto, salvo la extrema derecha europea –empezando por Santiago Abascal, quien ejerció de anfitrión en Madrid a finales de enero de una reunión con los líderes polacos, entre otros– a convertirse en una pieza clave en la basculación de la UE hacia el Este por la guerra de Ucrania. Polonia, como los países bálticos, puede presumir de llevar años alertando de la amenaza de Putin, que desoían los países del Oeste, por su distancia con Rusia, y otros más próximos, como la Hungría de Viktor Orbán o la Alemania de Angela Merkel, que firmó el Nord Stream 2, a cuya cabeza el Kremlin colocó al excanciller alemán Gerhard Schröder.

Y en esa memoria de haber sido de los primeros en alertar de los peligros que venían de Rusia, Polonia también encabeza la mano dura contra Putin reclamando sanciones más severas, como la de cortar ya la compra de combustibles fósiles, que suponen transferencias diarias de 600 millones de euros al Kremlin desde la UE.

Polonia, por su tamaño, por su historia como país conquistado no hace tanto por Alemania para caer posteriormente bajo la órbita soviética, impregna los debates con una visión opuesta muchas veces a las de la histórica locomotora europea francoalemana. En la guerra de Ucrania, se ha visto el afán diplomático de Emmanuel Macron y las dudas de Olaf Scholz en relación con las sanciones, muy determinadas por la dependencia alemana del gas ruso.

Menos dependiente del gas ruso

Pero Polonia no tiene ese problema. Tiene un país carbonizado y contaminante, menos vulnerable que otros a los combustibles fósiles rusos, y hace frontera con Bielorrusia, país usado por Putin para su invasión sobre Ucrania. Y también tiene frontera con Ucrania, a 25 kilómetros de donde han caído misiles rusos, y desde donde le están llegando más de un millón de refugiados a los que está recibiendo, a estos sí, con los brazos abiertos –no como a los 2.500 de la frontera de Bielorrusia a los que cortaba el paso sin presencia de prensa ni organizaciones humanitarias–; y para los que empezará a recibir unos fondos europeos que, hasta hace nada, tenía racionados.

Polonia ha encabezado una lista de ocho países europeos que han pedido la vía rápida para la adhesión de Ucrania a la UE, y, también, el viaje a Kiev al margen de la UE, con el primer ministro esloveno, Janez Janša; y el checo, Petr Fiala, para reunirse con el Gobierno ucranio. No en vano, el viaje partió de Varsovia y la delegación polaca contaba con el primer ministro, Mateusz Morawicki, y el todopoderoso líder de su partido, Jaroslaw Kaczynski.

En efecto, Polonia, miembro clave de la OTAN, se ha convertido en un epicentro para el envío de armas a Ucrania, lo cual le concede un nuevo papel en la OTAN y la UE en un momento en que ambas organizaciones están redoblando sus apuestas militares a raíz de una guerra en la que Kiev está luchando con la ayuda de Polonia, teóricamente, por unos valores que la propia Varsovia venía saltándose desde hacía años. Unos valores con lo que intenta congraciarse de nuevo abriendo los brazos al mayor éxodo en la historia reciente de Europa.

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