Verdú que te quiero Verdú

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A una cierta poesía, quizá a la mejor, a la más envidiable, la distingue algo: nunca la terminas de desentrañar. Le pasa a esa poesía que cambia como cambiamos nosotros, va a favor y en contra del tiempo igual que un minuto borracho, dice más de lo que dice… Así sueña uno que en días como ayer, en el que Maribel Verdú recogió en Arnedo el Premio Rafael Azcona del festival de cine Octubre Corto, quizá «el verde que te quiero verde», el famoso verso de García Lorca no diga exactamente lo que dice; piensa uno que quizá no quiso escribir don Federico un adjetivo al principio y al final de su verso extraordinario en la más famosa epanadiplosis de la lengua española, sino un apellido: Verdú. 

Quienes a finales del siglo xx veíamos cine, hablábamos de cine y queríamos compartir con amigos y paisanos filias y fobias cinematográficas, convertidas hoy en tremendo festival, ni soñábamos que un día aquellos jóvenes desvelos nos tendrían hoy ante personas como Maribel Verdú ni ante galardones como el que la actriz vino a recoger a Arnedo.

Llegó a La Rioja una artista extraordinaria a honrar el premio Rafael Azcona (historia del cine en su conjunto) y llegó también con ella la historia de nuestro cine en particular, la de los nacidos en los años 70 del siglo pasado. Vino la Verdú y trajo con ella El año de las luces, Amantes, Belle Epoque, La buena estrella, películas que redundan en lo que sabíamos que era el cine, pero también llegaron con ella películas raras (o como quiera que se diga) que nos ampliaron la idea de lo que se podía ver en una pantalla gigante: lo quinqui, lo bigalunesco, lo monstruoso, a un pintor universal y a un portero de fútbol, una Celestina, una Blancanieves… viajamos a México con ella y parecía que nos estaba llevando a Hollywood y cuando el Guillermo que traía en el apellido un Toro vino a España, terminamos de darnos cuenta, por fin, de que nuestro cine podía hacer cualquier cosa, de que aquí había un Jólibut propio; aprendimos a ser valientes y a encarar lo que nos diera la gana, cualquier proyecto y todo género, aprendimos, en resumen, a querernos tal y como somos.

De aquel tiempo en adelante el cine español es, sin más, cine a secas, cine que te quiero cine, y en buena medida lo es gracias al trabajo que desde los años 80 lleva a cabo gente como ella, que pueden participar un poco y también pueden ser la película entera, un poema completo: la Verdú; actrices que pueden dar voz, ser fonema, letra, sílaba o palabra plena, hacer lo que haga falta, decirlo todo y encarnarlo todo por igual, por igual ir en medio, o al principio y al final de una película, y mirarnos desde allí, mirar a cámara un segundo y, como escritas por Lorca, convertirse en verso y a nosotros, a su vez, en lectores, en los espectadores que recitan: Verdú que te quiero Verdú.

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