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Madrid a las 22h: paseo de agosto por el ecosistema del escaparate luminoso

Víctor Honorato

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Termina de oscurecerse el cielo de Madrid a las 22h del 4 de agosto, pero en la calle Arenal, aledaña a la Puerta del Sol, no es del todo de noche. El brillo de los escaparates evita la penumbra y ayuda a no tropezar, al acercarse al kilómetro cero, con la calzada levantada y las vallas que delimitan las enésimas obras del entorno de Sol, que hoy recuerda a un solar o, si se quiere, al cráter de impacto de un pequeño meteorito, de los que entorpecen el deambular, pero no llevan a eventos extintivos.

Este es el hábitat del turista agosteño, en ese momento de la jornada en que el asfalto empieza a soltar el calor acumulado durante el día y mantiene las temperaturas por encima de 30 grados hasta casi la medianoche. Los visitantes consumen y los madrileños se sienten seguros, advirtió esta semana la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que teme que la orden de Moncloa de apagar vitrinas a las 22h para ahorrar gas a partir de la semana que viene “espante” al personal y atraiga la violencia callejera. 

Cabe observar entonces, por si acaso, al ecosistema amenazado. El primer fogonazo luminoso en Arenal lo da una pantalla publicitaria, imposible apartar la vista. Se estrena estos días en una plataforma de televisión una serie sobre cazadores alienígenas y el dispositivo simula una cámara térmica en la que los viandantes se pueden ver reflejados. Una pareja que ya dejó la adolescencia atrás hace unos años juega delante de la pantalla, haciendo como que dispara una metralleta con las manos. Son Juan Luis de Diego y Alejandra Torres, que no estaban enterados del anunciado apagón, pero reflexionan durante unos segundos. Al final convienen en que tampoco pasa nada por desconectar algún letrero. Juan Luis señala un café, un hostal: “Si, total, la gente lo busca en Google”. De la pantalla publicitaria también cree que se puede prescindir. “A esta mierda, que le den”, se ríe.

Del Arenal como calle vecinal se ha pasado en los últimos años al Arenal turístico, en el que los comercios tradicionales cierran y son sustituidos por tiendas de recuerdos y franquicias de consumo. El blanco de quirófano de la tienda de fundas de teléfono, de la heladería industrial, se filtra a la calzada. Otra pantalla luminosa, habría que creer que consume poco, muestra un mensaje ecológico: “El mundo necesita un giro. Recicla”. En un extremo, ya casi entrando en Sol, un hombre duerme bajo un escaparate, parece que la luz le molesta porque se cubre la cara con el brazo. 

Por la plaza, el transcurrir de grupos es constante, pero poca gente detiene la marcha. En la misma placa del kilómetro cero hay un grupo haciéndose fotos. Es una familia numerosa, con carrito de bebé y pequeños correteando, que están dando un paseo porque una visitante se despide. Lides Pérez tiene 68 años y regresa a Caracas, donde hace menos calor que en Madrid, según precisa. A Lides el alumbrado le gusta, pero entiende que se pongan límites. “Hay demasiadas vitrinas, y si están todas prendidas…”. Con ella viene Elisa Moody, de 40 años, lleva cuatro de ellos viviendo en Madrid, y se nota: “Por el tema del ahorro hay muchas otras cosas que se pueden hacer”. El grupo se hace fotos con el cartel de Tío Pepe, al que se le ha fundido una e.

Doblando por Preciados, se ve a un grupo de una decena de veinteañeros que salen de trabajar de una tienda de ropa deportiva. Todos siguen la actualidad y no son nada partidarios de oscurecer vitrinas. “Es que el alumbrado público es inexistente”, dice Pablo, de 23 años. A Antonio Rubio, de 25, le preocupa la seguridad, se imagina a su hermana pequeña paseando de madrugada por la zona y no le gusta. Tania Castellanos, de 27, apunta que la denunciada oleada de pinchazos nocturnos a mujeres jóvenes este verano “impresiona” y que, en esas circunstancias, cuanta más luz, mejor. Ambos coinciden en que para consumir menos energía hay alternativas. “No se puede ir en helicóptero de Moncloa a Torrejón”, critica Rubio, a quien también molesta “lo de la corbata”, en referencia a los hábitos del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Pero matiza ipso facto que le da igual que se encienda “la bandera de España en Colón si viene [el tenista] Nadal” o “las luces de las piedras del Templo de Debod”. Ambos bromean antes de despedirse con otro político de notoria pasión lumínica: “Al que le va a dar algo es al alcalde de Vigo”, ríe Castellanos.

El fulgor constante también permite que en Callao se reúna un corro de más de un centenar de personas en torno a cuatro chavales que bailan breakdance. Hay un ambiente muy festivo, gritos en varios idiomas, sonrisas. Luis Hirata, de 38 años, acaba de llegar de Brasilia, jungla de asfalto dentro de la jungla tradicional, donde también parece ser que también hace menos calor que en Madrid. “Es que además con tantos edificios no corre el viento”, protesta tímidamente, aunque parece encantado de lo que ve. Un grupo estrictamente madrileño viene acompañando a unos amigos llegados de Miami. Miguel Yactayo, de 53 años, dice que en la urbe americana la luz artificial también se hace notar y “todo es puro poste prendido”. Le gustan las luces madrileñas, cuando se le informa del plan de apagón nocturno tuerce el gesto.

Una de sus acompañantes locales, Marina González, de 60 años, entiende que el ambiente de la plaza no se sostendría sin luz, y apunta a motivos no confesados, más allá de la necesidad de ahorrar por imperativo ambiental o geopolítico. “No me creo que con la luz y el aire acondicionado [se ahorre mucho]”. Habla de “intereses políticos”. Un familiar tercia: “Favores”. A unos metros, un vendedor de top manta con camisetas del Real Madrid, entiende que tampoco hay tanto problema y que si se apagan los grandes luminosos se notará más la iluminación pública. 

El emblemático cartel de Schweppes, que acaba de cumplir 50 años, casi no se nota a ras de suelo en la Gran Vía, saturada de luz. La intensidad disminuye conforme se desciende hasta Cibeles. La luz ornamental de los monumentos no se verá afectada por los recortes finalmente, según el texto del Real Decreto que los impone. Posando frente a la fuente están, recién llegadas de Buenos Aires, Mariel García y Sandra Paz. Dicen que sería una pena que la iluminación se perdiera, envidian el mantenimiento de la vía pública madrileña, que comparan favorablemente con el de su ciudad. Allá la luz es más barata, porque está subsidiada, explica Mariel.

Caminando por el Prado, girando por la Carrera de San Jerónimo hacia el edificio del Congreso de los Diputados, los leones apenas tienen luz ya. Víctor Losada, esposa e hijas se hacen una foto en la penumbra, tras un día de paseo y parque de atracciones. Han venido de A Coruña a pasar unos días. “Hay cosas más importantes donde recortar”, opina él, partidario de no oscurecer vitrinas: “Ves los escaparates iluminados por la noche y al día siguiente vas y compras”.