MUJERES PIONERAS

La costurera propagandista del amor libre y la revolucionaria de La Comuna que fundó un periódico en el Madrid del XIX

Luis de la Cruz

Madrid —
27 de julio de 2025 06:00 h

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Aunque la historia del siglo XX suele ejercer una cierta tiranía en la construcción de nuestras genealogías feministas, ya en el siglo XIX hubo pioneras cuyas ideas avanzadas y su forma de vida sorprenden a quienes vivimos instalados en la contemporaneidad. Las mujeres republicanas y obreras del Sexenio Democrático (1868-1874) tuvieron una importancia especialmente preeminente, pero su memoria quedó luego olvidada o encorsetada en el tópico revolucionario.

Empezaremos por glosar la figura de Guillermina Rojas, que nació el 25 de junio de 1848 en Puerto de la Orotava (Tenerife) aunque emigró con solo seis años a la liberal ciudad de Cádiz, donde crecería y se iniciaría en la política. Su padre era el zapatero Pedro Rojas y su madre la costurera Doloris Orgis, con la que compartiría oficio.

Animada por su madre, estudió para maestra y llegó a ejercer en la Escuela Pública de Niñas de Santa María del Rosario en 1868. Pero duró poco en el puesto. Según sus biógrafas, renunció al puesto por desacuerdo con el modelo de educación religiosa y los métodos pedagógicos en vigor, recuperando los enseres de costura a la vez que se metía de lleno en el ambiente revolucionario de Cádiz. En la tacita de plata participó de la fundación del club republicano femenino Mariana Pineda y una escuela de formación para mujeres adultas. En Cádiz empñó también sus primeras armas retóricas.

A principios de 1971 la encontramos ya en la capital de España, donde siguió trabajando de costurera a la vez que se incorporaba a la Federación Regional Española (la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional). Debió de integrarse rápidamente en la primera plana del panorama societario de la época, como demuestra su nombre en la nómina de oradores del mitin de octubre de 1871 en el Teatro Rossini de los Campos Elíseos, una suerte de acto defensivo de la Primera Internacional contra las tentaciones ilegalizadoras del gobierno de Sagasta. En el Rossini, compartió estrado con los Pablo Iglesias, José Mesa o Anselmo Lorenzo.

En su discurso, Rojas clamó contra la propiedad individual, la idea de patria y la “actual constitución de la familia, por deficiente respecto del cuidado físico y moral de los hijos, y tiránica respecto de la mujer”. En estas últimas palabras ya se encontraba el tema por el que fue más conocida Rojas Orgis en su tiempo, la defensa del amor libre –que en la época hay que entender como libre asociación de personas–, una posición adelantada a su tiempo que le valió no pocas chuflas y una campaña misógina contra ella en prensa.

De los ataques hacia su persona, que se dieron en cabeceras como El Debate, dirigido en aquel momento por Benito Pérez Galdós, Guillermina se defendió en un artículo publicado el 13 de noviembre de 1871 publicado en La Emancipación. En el texto, reiteró su rechazo al “contrato matrimonial, ya religioso, como civil”, que no se fundamentaba en “sólidos lazos del amor”. Su intención, decía, era “dejar la aguja para tomar la pluma, dedicando la noche a hacer lo posible por despertar a mi sexo del letargo en que yace”. Aunque no se utilizaba el término divorcio, pedía “igual libertad a los dos sexos para hacer o deshacer el 'contrato'” Del mismo tema conocemos un poema publicado durante la Primera República (1873), en la revista Los Descamisados titulado, precisamente, ¡Amor Libre!

Su correligionario Anselmo Lorenzo se refiere al asunto en su biografía, El proletariado militante, donde dijo que “la prensa en general se manifestó mojigata y reaccionaria hasta un extremo inverosímil, tomando el nombre de Guillermina Rojas y sus declaraciones como pretexto para exponer hipocresías, doctrinas trasnochadas y ridículas lamentaciones”.

Del resto de su actividad política durante su estancia madrileña sabemos más bien poco, aunque debió ser importante pues fue nombrada secretaria de la Federación Local Madrileña. Vivió en primera persona la pelea interna entre socialistas y anarquistas, pudiendo situarla en esta postura, que era la mayoritaria en la Internacional del momento.

Poco se sabe de ella a partir del final de la república en 1874 y la llegada de la Restauración canovista, que ilegalizó la Internacional. Se ha escrito que fue propuesta para coordinar la correspondencia con Muria en la Comarcal del Sur. Se ha especulado además con su marcha al exilio, algo que fue muy común entre sus correligionarios en la época, aunque unas referencias administrativas en el Ayuntamiento de Cádiz hacia 1893 parecen sugerir que por entonces vivía en la ciudad en la que se había criado. La firma de una sección en el periódico anarquista gaditano Rebelión en 1919 también se ha atribuido a su persona.

Aunque la figura de Guillermina Rojas es hoy bastante desconocida, durante décadas su nombre quedó prendido en el imaginario popular, ciertamente desdibujado y limitado a su querella pública por el amor libre. Para la investigadora Gloria Espigado se convirtió en el prototipo de la nueva mujer socialista, lo que hizo que su nombre fuera utilizado muchos años después del Sexenio como referencia, tanto por detractores como por otras mujeres de ideas avanzadas, como la también libertaria Soledad Gustavo.

Como sus años coincidieron con los de la comuna parisina, la comparación con Louise Michel se hace omnipresente en las líneas que la recordaban. Precisamente en esta actitud –hay noticias de la participación de Rojas entre barricadas en el barrio de Antón Martín– la recuerda Galdós en su episodio nacional sobre Amadeo de Saboya.

Entre quienes utilizaban su memoria para cargar contra su legado encontramos la alusión de Manuel de Saralegui y Medina en 1907 a una copla popular gaditana de la época del Sexenio que decía: “Guillermina, Guillermina / No vayas al Comité, / Que esas son cosas de hombres, / No son cosas de mujer”. Ese mismo año Emilia Pardo Bazán la mencionaba en un artículo con menos mala baba (“según mis noticias es persona de buena conducta y formal”, decía) pero cuestionando la necesidad de reivindicar la libre asociación con el otro sexo puesto que, según ella, ya se podía hacer sin ninguna cortapisa legal. La condesa fue, sin duda, una mujer libre, que mantuvo una relación no sancionada, precisamente, con Benito Pérez Galdós, el mismo que pocos años antes había cargado contra Guillermina Rojas.

Guillermina Rojas no fue la única mujer destacada en la escena pública durante los años del Sexenio Revolucionario y la revolución Gloriosa, podríamos hablar de Margarita Pérez de Celis, de la zaragozana Modesta Periu o de Florentina Mina Puccinelli, entre otras, a menudo vistas como reflejos de las pétroleuses de la Comuna de París o encarnaciones de la Marienne republicana.

Esta última mujer, Puccinelli, coincidió en Madrid con Guillermina Rojas a principios de los años setenta del XIX, aunque parece que quiso marcar distancias con ella. El 17 de junio de 1873 apareció en el diario La Época y en otras cabeceras una nota que decía:

“La ciudadana Florentina Mina Puccinelli, que ya conocen nuestros lectores, y a quien algunos han confundido con la señora Guillermina Rojas, desea que se haga la debida distinción entre ambas personalidades femeninas. Según dice la primera, su representación es exclusivamente política y guerrera, mientras que Guillermina Rojas es internacionalista y defiende el amor libre y otras pequeñeces”.

Pero, ¿quién era aquella mujer de apellido italiano? Empecemos por aclarar que su verdadero nombre fue Wilhelmine Müeller y había adoptado su nuevo nombre después de casarse en París con Léon Puccinelli, con quien se enrolaría en el ejército de Garibaldi durante la guerra franco-prusiana que tuvo lugar entre julio de 1870 y enero de 1871. En esta campaña comenzó a destacar por su facilidad de palabra, ya fuera en modo de arenga o fijada en el papel con la pluma.

Asentada antes en Madrid, fue nombrada socia honoraria del Club Republicano del Congreso, comenzó a escribir en prensa y hasta fundó su propio medio de sátira política, llamado El León. Fue desde España desde donde partió hacia Francia y se alistó en las filas de Garibaldi. Al terminar la campaña, en el transcurso de la cual había resultado herida, quedó en el país vecino, donde se alistó en La Internacional y participó de los episodios revolucionarios de La Comuna defendiendo la ciudad de París. Al caer la capital, y siendo una heroína de la revolución, se exilió en la ciudad de Ginebra. En los años siguientes se embarcó en giras propagandísticas que incluyeron el vecino Portugal y España, donde la confusión entre esta y Guillermina Rojas explica la nota en prensa de la que nos hemos hecho eco un poco más arriba.

En la prensa de la época encontramos suficientes referencias como para afirmar que su carismática figura causó mucha curiosidad en la España de la época, cuyos periodistas destacaban su indumentaria masculina, su cabello rubio y su belleza. Aunque fue, esencialmente, una mujer de acción, dejó escrito en 1871 el opúsculo L'homme obscur qui ment.

Fijó su residencia en Barcelona, donde abrió una academia sin que esto frenara sus ímpetus políticos, exacerbados con la llegada de la Primera República en 1873, que la llevaron a sumarse a la insurrección cantonal de Valencia. Tras algunos vaivenes –que en su agitada biografía se traducen en varias detenciones y exilios– volvió a la ciudad de Madrid para abrir otra academia de idiomas en la calle de La Aduana.

Mina acabó sus días en Barcelona en 1882, sin que su figura tuviera ya la resonancia de antaño y en una precaria situación económica y de salud. Como en el caso de Guillermina Rojas y otras pioneras de su misma generación, su memoria se convirtió en un símbolo –uno de los reflejos alegóricos de la revolución con forma de mujer– para pasar en poco tiempo a desvanecerse. Es tarea de hoy hacerlas recuperar su lugar en la historia del XIX español con una recuperación biográfica más densa, que se centre en las dimensiones políticas y humanas de la generación de mujeres que salieron a la calle a tomar el espacio público, la palabra y las armas.

PARA SABER MÁS

  • AMAZONAS ROJAS [II]: Mina Puccinelli, garibaldina y comunera (ALACANT OBRERA – Agrupació d'Estudis Socials)
  • Espigado Tocino, G. (2005). Experiencia e identidad de una internacionalista: trazos biográficos de Guillermina Rojas Orgis. Arenal, 12(2), 255-280.
  • Sánchez, M. D. L. A. R. (2004). Aproximación a una escritora revolucionaria en el sexenio: Guillermina Rojas y Orgis. In Actas del XIV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas: New York, 16-21 de Julio de 2001 (pp. 475-486). Juan de la Cuesta.