El final de El Prado o cuánto cuesta un bar con licencia en Malasaña

¿Cuánta inversión hace falta para abrir un nuevo bar en Malasaña? La respuesta es difícil de concretar y responde a la ubicación del local, su tamaño y las características de la licencia que posee. Tal vez una buena forma de guiarse pueda ser mirar con detalle una de las últimas operaciones inmobiliarias en cerrarse en el barrio: la venta del bar El Prado.

Este local clásico, de los de barra de chapa y mármol, croquetas en la vitrina de cristal y tapa con botellín de cerveza, cerró el pasado miércoles después de completarse la compra del local. En la calle se comenta que la venta y el traspaso de la licencia se cerró en unos 800.000 €. Sus actuales inquilinos tuvieron que desalojar el local de un día para otro y, de momento, se desconoce quién ha sido el comprador, puesto que su persiana permanece cerrada y solo muestra un cartel con el nombre de la empresa inmobiliaria que firmó el acuerdo.

Su elevado precio se debe en parte a que en el barrio y por normativa municipal contra el ruido no se pueden conceder nuevas licencias de apertura a bares, restaurantes o discotecas. Así que las que quedan se han revalorizado y, aunque el negocio acabe cerrando, se convierten en la práctica en “eternas”, como las califican con una mezcla de broma y resignación algunos responsables municipales.

El Prado estaba en venta desde al menos el año pasado. Entonces se pedían 900.000 € por este bar-restaurante de 93 metros cuadrados y dos plantas (la de arriba, de 65 m2), con salida de humos y ubicado en un tramo de la calle con numeroso paso de personas. Allí se han empezado ya a instalar franquicias de comida rápida como TGB, Papizza o Tako Away, empresas capaces de contar con el elevado nivel de capital inicial que es necesario para adquirir un local en la Corredera.

Alitas y cervezas

Alitas y cervezas

La venta supondrá el final del bar El Prado tal y como lo conocíamos. Definido en redes sociales como “el cutrebar que nunca defradua”, acogía en su interior a una clientela que se dividía en dos grupos: el de los parroquianos de todos los días, que encontraban allí un oasis parado en el tiempo desde hacía décadas, y los jóvenes que salían los fines de semana y acudían al local para beber y comer a precios relativamente baratos.

La oferta gastronómica del Prado era también clásica: alitas de pollo, ensaladilla rusa, morcilla de Burgos o bocadillo de tortilla. Todo anunciado en uno de sus cristales, con un lettering de otra época y con el simpático dibujo de un pulpo que probablemente nunca volveremos a ver. El Prado era también uno de los últimos lugares de Malasaña en los que ver partidos de fútbol en pantalla grande.

El bar se describía con bastante exactitud en esta reseña del local publicada hace unos años en el blog Tabernomaquia, de la que rescatamos este extracto: