El próximo viernes, 15 de agosto, Madrid volverá a vestirse de chulapo para celebrar una de sus fiestas más castizas: las de la Virgen de la Paloma. Declarada protectora de los bomberos de la capital, esta devoción hunde sus raíces en el siglo XVIII y es hoy uno de los símbolos más reconocibles del verano madrileño.
Para entender el origen de esta tradición hay que remontarse a aquella época, cuando un humilde lienzo de la Virgen de la Soledad apareció en un corralón de la calle de la Paloma. La pintura, adquirida por una vecina llamada Isabel Tintero, empezó a ser conocida como la Virgen de la Paloma y pronto se ganó fama de milagrosa.
El episodio que selló su leyenda ocurrió durante un gran incendio en la Plaza Mayor. Las llamas amenazaban con arrasar el corazón de la ciudad y los esfuerzos por sofocarlas resultaban inútiles. Desesperados, los vecinos llevaron imágenes religiosas para pedir ayuda divina. Entre ellas estaba el lienzo de la Virgen de la Paloma. La tradición cuenta que, en cuanto llegó, el fuego comenzó a remitir hasta quedar extinguido. Desde entonces, los bomberos la consideran su patrona y le rinden homenaje cada 15 de agosto.
Uno de los momentos más esperados de las fiestas tiene lugar alrededor de las 14.00 horas del señalado día. En un acto cargado de simbolismo, un bombero elegido por la Cofradía de la Hermandad de la Virgen de la Paloma sube por una escalera de unos siete metros de altura y retira el cuadro —una pieza de unos 80 kilos— de la pared en la que reposa el resto del año. Después, el lienzo desciende con una cuerda y se deposita, entre aplausos, en una carroza adornada con flores, que queda a cargo del párroco hasta la procesión de la tarde.
En la operación participan otra veintena de bomberos que ayudan a trasladar la pintura de la Virgen en la procesión y la vuelven a colocar de vuelta por la noche en su sitio original, la Iglesia de La Paloma. Durante la comitiva, los bomberos también llevan a cabo una exhibición a su paso por la Puerta de Toledo y sueltan varias palomas ante la imagen de la Virgen. A las 20.00 horas, la imagen recorre las calles del barrio de La Latina escoltada por el Cuerpo de Bomberos madrileño y acompañada por bandas de música, devotos y curiosos. Esta tradición todavía conserva el espíritu castizo con el que se originó, aunque el proceso para consolidarse no fue para nada lineal.
Como suele ocurrir con todas las leyendas de origen popular, la historia de la Virgen de la Paloma como patrona de los Bomberos de Madrid está rodeada de interpretaciones fragmentarias que, más que ofrecer una versión única, permiten reconstruir un relato con múltiples matices. La versión “oficial” apunta a que todo comenzó en 1787, cuando Isabel Tintero rescató el lienzo de la virgen en la calle de la Paloma. Desde entonces, la devoción popular fue creciendo hasta que, en 1912, se inauguró la actual iglesia de San Pedro el Real —popularmente conocida como de La Paloma—, a la que fue trasladada la imagen después de pasar por otros emplazamientos.
Por aquel entonces, la proximidad física entre la iglesia y el Parque de Bomberos número 3, situado en la Puerta de Toledo y proyectado en 1904, pudo cimentar la relación entre ambos. El parque entró en funcionamiento en febrero de 1907 y contaba con un amplio patio de maniobras que ocupaba gran parte de lo que hoy es la Gran Vía de San Francisco. Cuando se inauguró la “nueva” iglesia, el 23 de marzo de 1912, la prensa recogió que la imagen fue llevada a hombros por guardias municipales. No es difícil imaginar que, en años sucesivos, dada la cercanía, se solicitara la colaboración de los bomberos para bajar el cuadro en las celebraciones, especialmente cuando, a partir de 1923, la procesión del 15 de agosto comenzó a llevarse a cabo con regularidad.
Un hito clave llegaría en 1939, cuando los bomberos, ya con un vehículo del servicio adaptado como carroza, comenzaron a acompañar a la Virgen durante todo el recorrido. Según algunos testimonios, esta organización dependía del médico del cuerpo, Antonio Armas, y se mantuvo, al menos, hasta que la parroquia adquirió su propia carroza en 1956 o 1959.
Durante los años 50, la participación era masiva: asistían numerosos bomberos fuera de servicio y la jornada concluía con una comida en algún restaurante típico, presidida por autoridades municipales y mandos del cuerpo. A partir de mediados de los 60, esta implicación comenzó a reducirse y, en la década de 1970, la presencia de los bomberos en la procesión se limitaba prácticamente a la bajada y subida del cuadro, mientras las fiestas, aunque concurridas, sufrían un evidente declive.
En cuanto a su reconocimiento como patrona, consta en los archivos de la Cofradía de la Paloma —fundada en 1907 y con una rama masculina creada en 1939 bajo el título de Caballeros de La Paloma— que la Virgen ostenta este título sobre el Cuerpo de Bomberos, aunque no está claro bajo qué tipo de nombramiento ni quién lo otorgó. La Virgen de la Paloma es también patrona de muchos madrileños y ha tenido vínculos con otras instituciones y tradiciones. Fue patrona del Real Madrid, cuya presentación anual del equipo coincidía con el 15 de agosto, y algunos toreros también iban a pedirle antes de las corridas. Además, se presentaba a a los recién nacidos ante su imagen, una tradición que se mantiene viva en la actualidad.
En la actualidad, resulta impensable imaginar la procesión de la Virgen de la Paloma sin la presencia destacada de los Bomberos del Ayuntamiento de Madrid. Cualquier crónica sobre este evento recoge de forma casi automática la espectacular bajada del cuadro y la escolta del cuerpo durante el recorrido. Sin embargo, la historia de este vínculo no es tan lineal como puede parecer.
Aunque la leyenda del incendio de la Plaza Mayor en el siglo XVIII cimentó la devoción de los bomberos hacia la Virgen, la participación activa del cuerpo en las fiestas ha tenido altibajos. Según apuntan historiadores y conocedores de la tradición, durante gran parte del siglo XX la intervención de los bomberos se limitaba a lo estrictamente necesario: bajar el cuadro al inicio y devolverlo a su lugar al final, sin piquetes de honor ni acompañamiento oficial.
Especialmente en la década de 1970, las Fiestas de la Paloma atravesaban una etapa de evidente declive. El diario ABC, en su edición del 15 de agosto de 1974, reflejaba el deterioro de la celebración con un titular contundente: “La verbena de la Paloma, a pesar de la falta de ayudas, se resiste a morir”. En aquel entonces, la procesión mantenía su recorrido habitual, pero la presencia de los bomberos como cuerpo organizado prácticamente había desaparecido. Si acudían, era de forma personal y vestidos de paisano. El protocolo actual, que incluye piquetes uniformados, escolta oficial y homenaje público, no se recuperaría hasta finales de los años setenta.
El impulso definitivo llegó con el primer Ayuntamiento democrático y el mandato de Enrique Tierno Galván, decidido defensor de las tradiciones madrileñas. Bajo su gestión, las fiestas recuperaron esplendor y los bomberos volvieron a desempeñar un papel protagonista, tanto en la bajada del lienzo como en el acompañamiento de la procesión, consolidando la imagen que hoy se ha convertido en un sello inconfundible del 15 de agosto madrileño.