Todo comenzó con la iluminación del río Segura a su paso por el centro: se cerraron las compuertas arriba y abajo de la ciudad generando un pantano de aguas densas pero muy resultonas, a cuyas márgenes se dotó de senderos y farolas led que cambian de color. Sin duda, el concejal de Cultura y Turismo, encargado de la iluminación, quedó gratamente sorprendido cuando vio convertirse la orilla del río en un gancho de ocio para runners y familias, ¡justo a unos pasos del hotel que el mismo concejal dirige!
Después siguió con la iluminación de la Avenida Alfonso X, con led de colores también. Aquí, los vecinos y vecinas de Murcia ya empezaron a coscarse de que algo pasaba, pues las lucecitas de colorines, con ese aire tontorrón e informal, casan mal con la señorial avenida de los plátanos y los conventos de Santa Ana y Santa Clara, legado de doña Violante, esposa de Alfonso X. Era la esencia misma del corazón de la ciudad la que quedaba rasgada y alterada. La pavimentación con adoquín gris de toda su superficie, lo que aumenta el calor, ha acabado por destrozar el barrio.
El caso ha llegado a su extremo con la iluminación nocturna de algunos edificios como el de Emuasa en la Redonda, antigua estación de ferrocarril que enlazaba Murcia con Caravaca y Mula, o el mismo Edificio Moneo en la Plaza de la Catedral que nos sorprende en cada fiesta con unas luces a cual más misteriosa en su fachada noble (aquí el adjetivo noble deja de tener sentido, mejor la calificamos de fachada disco-hause-rave).
Con este abuso de la led de colorines a los murcianos ya no nos queda ninguna duda: nuestra (ya no tan) pequeña ciudad, repleta de acequias y casonas de grandes linajes, ha sido convertida en Pandora, el planeta donde transcurre 'Avatar' y los murcianicos y murcianicas pronto nos iremos tornando de color azul. Aumentaremos de estatura, eso sí que será una ventaja.
Me he propuesto acabar mis artículos articulando, valga la redundancia, la versión progresista a los problemas de los que hablo. En este caso, como la iluminación en las ciudades supone aumentar el consumo energético, en época de ahorro nuestro objetivo será racionalizarlo, sustituyendo grandes farolas por pequeñas y repartiéndolas por el territorio de barrios y pedanías. El centro turístico debe volver a una iluminación no agresiva y discreta, siempre con luces neutras y de bajo resplandor.
La iluminación de colores presenta un problema añadido: la banalización del patrimonio histórico. Antiguos despachos de cardenales y conventos poderosos, lugares donde la historia de España cambió para siempre, ganando un reino para la dinastía francesa, no pueden ser coloreados como si fueran el castillo de los pitufos. Esto refleja una grave carencia en educación: las calles y monumentos de una ciudad deben ser tratados con respeto, remarcando sus líneas y materiales originales, revalorizando su estilo, nunca enmascarando su forma bajo un aspecto 'disney' o fosforito.
Los accidentes naturales como los ríos, tienen además la necesidad de permanecer en su ambiente natural, con una luminosidad no agresiva, que respete el ciclo circadiano de sueño y reparación en las plantas, así como el trabajo nocturno de rapaces y pequeños predadores. La iluminación del río y de los árboles del centro está impidiendo el trabajo de autillos, gatos ferales y ranas: habrá más mosquitos, habrá más ratas.
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