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Cacho nunca imitó al gran pintor Cacho

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Los periódicos del pasado miércoles anunciaban en sus portadas que el pintor José Luis Cacho había fallecido el pasado martes 29. En los últimos tres años no nos habíamos visto. Sin embargo, sí que hablábamos por teléfono. De vez en cuando lo llamaba desde una extensión y a ver esa numeración larga contestaba. Siempre trataba de vacilarlo y cambiando la voz le solía decir que llamaba desde el comité central y le decía que, si él era el encargado de los asuntos culturales, variando la frase en distintas ocasiones, hasta que respondía: “usted es mi biógrafo”. Desde más de tres décadas me nombró su biógrafo y lo repetía entre amigos. Y otras veces disfrutábamos en la distribución de esa biografía que saldría en fascículos semanales en todos los quioscos. En una ocasión le dijo a Paco Jarauta, nuestro amigo y gran filósofo: “Tú puedes ser mi biógrafo, pero mi biógrafo oficial es Patricio”. Obviamente nos reímos. Siempre disfrutamos con la ironía lucida, con las metáforas y el con el juego de las palabras.

Se nos fue el maestro. La última vez que hablamos, fue el 20 de febrero, iba a cumplir años tres días después. Me llamó Iñaki Verástegui, que siempre ha estado ahí permanente en el tiempo con el maestro, y recuerdo que, a través de esa videollamada, entre los tres, tuvimos una conversación delirante, cargada de guiños entre nosotros. Como parte de esa larga conversación me pilló en el autobús, la gente que tenía más cerca escuchaba atónita. Y yo también.    

Menos mal que pude verlo. Desde hace unos meses tenía pensado llevarle mi libro: “Personajes murcianos de fin de siglo”. Como sabía que estaba en el hospital, el pasado sábado día 26 fui a verle. Ya sabía por Marineta que estaba muy mal. Al entrar en la habitación del hospital Reina Sofía me encontré, con otra amiga, Clara, que estaba ahí. Estuvimos un rato hablando y le dije, más o menos la dedicatoria que le iba a hacer:“ Para mi gran amigo Pepe Cacho. El maestro. Con el que he compartido muchísimos momentos y más de 17 y 500 noches y con el que sigo compartiendo nuestro punto velazqueño y cervantino y el amor por la belleza desde la visión platónica”. Al rato el compañero de habitación, al que no había visto, entre el biombo y la poca luz, se levantó de la cama y salió al dar un paseo. Le pedí disculpas por no haberle saludado. Y Cacho, que apenas podía hablar, nos dijo que nos fuéramos cuando pudiéramos que el compañero tenía dolores. Hasta ahí llegaba la grandeza de Cacho. Nos despedimos. También de su compañero, después de buscarlo.

Con Cacho un pintor de pintores, acompañado de Garza, otro pintor especial, navegamos con muchísima nocturnidad y alevosía por los garitos de siempre, noches y noches y noches, en una larga travesía. Y que decir que hablamos y hablamos muchísimo y de muchas cosas, obviamente también bebimos algo. Yo ya había quedado rendido de aquellos azules de una serie de oleos. Muchas veces también hablábamos de aquella otra serie de amarillos, en los que Cacho no se podía imitar. Y cada cuadro era un viaje, muy pausado, en el que el tiempo se detenía. Aún recuerdo esas noches de la Puerta del Pozo, junto a la Catedral, y las explicaciones de cómo veía él esa Catedral. Una de aquellas noches después de dormir en su casa me encontré con un cuadro de esa serie amarilla, en un minúsculo cuarto, la ventana estaba siempre abierta, y al cuadro le daba el sol. Otro día le pregunté por el que ya yo llamaba mi cuadro, y me dijo que ahí estaba y que el sol le estaba dando su acabado. El maestro ya no está aquí pero inevitablemente siempre va a estar para los amigos y en su pintura. También en sus esculturas, a las que dedicó los últimos años. Muchas veces indagué en las causas por la que había dejado de pintar, pero eso sí que daría para un par de fascículos. Maestro, espero que te guste este escrito de tu biógrafo, que se ha pergeñado con música de Lou Reed.  

Aquí les dejo la entrevista que le hice al maestro, a principios de los 90. Tal vez si hubiera guardado la grabación de la cassette tendría para unos cuantos capítulos.

Pepe Cacho: “Velázquez es mi primer espada preferido”

Cuando se le pregunta por su lugar de nacimiento, dice: “Nací en Barcarrota, un sitio de Extremadura; cuando Fraga Iribarne empezó a ponerle costas a toda España, a pesar de estar en el centro de Extremadura, los de mi pueblo decidimos que también debería de tener costa y le pusimos Barcarrota, la costa de la bellota”.

De Barcarrota, en donde llegó a ser monaguillo —y recuerda que la ilusión de su tía Carmen era que fuera obispo—, a los nueve años se traslada con su padre por motivos profesionales a Mula, más tarde a Alcantarilla y, ya por cuenta propia, a Francia, Inglaterra y otras partes del extranjero.

De sus primeros momentos con la pintura recuerda, en su etapa infantil, que “no eran especialmente distintos a los movimientos que cualquier niño realiza con la pintura, porque todos los niños se lo pasan muy bien pintando. Más tarde seguí insistiendo porque algo me llamaba la atención, y como no sabía qué era me despertaba la curiosidad y pintaba un poco más; así me iba haciendo menos niño y seguí pintando”.

Tras terminar sus estudios de bachiller, comienza Filosofía y Letras en la Universidad de Murcia. Le interesan los libros, pero al final (como siempre) regresa al sitio de la pintura; piensa que ese es el mundo que le ha tocado a él, especialización que así explica: “Cuando alguien se empieza a especializar, de alguna manera comienza a neurotizarse en el sentido sano de la palabra. Uno no sabe muy bien por qué se especializa en una neurosis y no en otra; para mí cualquiera es válida. Por eso, finalmente es con esa neurosis con la que mejor te lo vas a pasar, si te la trabajas, claro. Si aparece la musa y tú no te la trabajas, la musa huye y se va a buscar a otro artista. Aunque mejor invocar a pintores, y Velázquez es primera figura”.

Pepe Cacho, uno de los pintores más admirados de Murcia, un buen día dejó de exponer y mucha gente se ha preguntado por ese vacío: “Hace bastantes años que no pinto, o pinto de vez en cuando para templar un poco, como los toreros. En ese tiempo he estado estudiando y haciendo escultura, ya que un pintor no se pone a hacer escultura así de pronto. Son dos maneras distintas de torear y eso o te lo trabajas o no aprendes ese toreo. Puedes torear, incluso con gracia, pero son dos dimensiones reales: largo y ancho, y la tercera es mentira. La tercera es cualquiera de los múltiples usos de las perspectivas que toda cultura pictórica se ha inventado, incluso la aérea o la oriental. Aunque pintores y escultores tengan un camino en común. El pintor tiene el color y la mentira de las perspectivas. Sin embargo, un escultor tiene que torear en otros terrenos, en tres dimensiones reales en el sentido físico de la palabra; el escultor tiene también todo el aire real alrededor de su obra. Así que nunca me he sentido vacío con respecto a la pintura, todo lo contrario. Cuando me encontraba mejor pintando, con mayor facilidad, me gustó la escultura. Y en un momento determinado, si te ha gustado la escultura, como no te la cojas, nunca te la vuelves a coger. La escultura es un trabajo enormemente duro en todos los sentidos”.

Pepe Cacho, al margen de sus primeros espadas, tiene sus maestros murcianos: “En todos los catálogos he citado que soy alumno de Gómez Cano, que en parte es verdad y en otra mentira. Él y yo teníamos la suficiente complicidad; un día le amenacé y le dije: ”Que sepas que voy a poner que tú eres mi maestro. En escultura, mi maestro es Pepe Marcos, porque no te vende el pescado, sino que enseña a pescar. También es cierto que hay que ser un buen alumno para tener a semejante maestro“.

Actualmente está preparando una exposición de esculturas que, a través del colectivo Mestizo, posiblemente exponga en la galería Yerba. También le gustaría contar con una sala oficial para enseñar litografías.

Durante muchos años, Cacho que ya era leyenda, algunos que nunca habían visto un cuadro suyo, fliparon en colores cuando pudieron ver un parte de sus obras en la retrospectiva que se hizo en 2013 en el Museo de Bella artes de Murcia. En su catálogo se decía: “Cacho es el pintor secreto, de culto. Maestro de la soledad sonora. Ordenadamente caótico. Un poeta y filósofo del arte. Un original e inimitable artesano del pincel. Un artista comprometido sólo con la calidad, como se aprecia en esta muestra, única e irrepetible, de medio siglo de paciente trabajo”.

No estaría mal, volver a mostrar aquella obra y otras que no se vieron. Y sus últimas esculturas.

Buen viaje, Cacho, querido amigo. Y al final del poema de Kavafis: “Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas”. Al fin y al cabo, antes: “Itaca te brindó tan hermoso viaje”

Los periódicos del pasado miércoles anunciaban en sus portadas que el pintor José Luis Cacho había fallecido el pasado martes 29. En los últimos tres años no nos habíamos visto. Sin embargo, sí que hablábamos por teléfono. De vez en cuando lo llamaba desde una extensión y a ver esa numeración larga contestaba. Siempre trataba de vacilarlo y cambiando la voz le solía decir que llamaba desde el comité central y le decía que, si él era el encargado de los asuntos culturales, variando la frase en distintas ocasiones, hasta que respondía: “usted es mi biógrafo”. Desde más de tres décadas me nombró su biógrafo y lo repetía entre amigos. Y otras veces disfrutábamos en la distribución de esa biografía que saldría en fascículos semanales en todos los quioscos. En una ocasión le dijo a Paco Jarauta, nuestro amigo y gran filósofo: “Tú puedes ser mi biógrafo, pero mi biógrafo oficial es Patricio”. Obviamente nos reímos. Siempre disfrutamos con la ironía lucida, con las metáforas y el con el juego de las palabras.

Se nos fue el maestro. La última vez que hablamos, fue el 20 de febrero, iba a cumplir años tres días después. Me llamó Iñaki Verástegui, que siempre ha estado ahí permanente en el tiempo con el maestro, y recuerdo que, a través de esa videollamada, entre los tres, tuvimos una conversación delirante, cargada de guiños entre nosotros. Como parte de esa larga conversación me pilló en el autobús, la gente que tenía más cerca escuchaba atónita. Y yo también.