¡El aeropuerto de Corvera debe ser bautizado! Desde las fuerzas progresistas se tiende a infravalorar la perspicacia de las fuerzas conservadoras, pero la realidad es que su impulso y su abuso de poder le permiten desarrollar las estrategias necesarias para expandir sus paradigmas. En la controversia sobre el uso del nombre Juan de la Cierva para el aeropuerto nos volvemos a encontrar en un escenario donde hay unos que exponen su propuesta con fuerza y otros que dedican sus esfuerzos a contrarrestar esa propuesta sin una apuesta clara. Seguro que hay muchos entre las filas de los populares y sus aliados nacionalcatólicos que tienen sueños en los que bautizan el aeropuerto directamente con el nombre de Primo de Rivera o incluso con el nombre del generalísimo, aun así, en Juan de la Cierva han encontrado el nombre perfecto para realizar un nuevo sacramento por el cual apropiarse del futuro de una infraestructura, ahondando en el “sentido común” conservador que pretenden para el imaginario colectivo de los habitantes de nuestra tierra.
Las fuerzas progresistas han perdido una vez más el marco de la foto, le han marcado la agenda y han vuelto a escenificar la pataleta, un berrinche que en ocasiones puede ser efectivo para amortiguar el golpe, pero que los coloca de nuevo a remolque. Para que las fuerzas progresistas se recompongan en este asunto se debe recordar que las políticas culturales y turísticas de las últimas décadas en Murcia están atravesadas por proyectos que pueden ser llamados “elefantes blancos”, es decir, por construcciones infrautilizadas y en muchos casos en proceso de degradación. Tal y como nos explican Gil-Manuel Hernández y Joaquim Rius-Ulldemolins, este tipo de políticas pretendían crear un mercado turístico y cultural de masas de un modo sobredimensionado. Todo ello con la idea de “situar en el mapa” un lugar, estableciendo una política de oferta y no tanto de demanda, la cual, de forma inevitable nos lleva a destruir los entramados sociales cercanos y crear un empleo precario y poco duradero. La Conservera, el Auditorio en Puerto Lumbreras, el fallido proyecto en Cabo Cope, el extraño Paramount Park y los Polaris World’s de turno son ejemplos de ello. Es en ese marco que el proyecto del aeropuerto debía tener sentido, pero tal y como se han desarrollado las cosas, esa Murcia que imaginaron desde las instituciones conservadoras ha producido principalmente pelotazos y miseria. En una democracia plena, estos fracasos deslegitimarían a los responsables de este plan, no solo para gobernar, sino también para nombrar quiénes son nuestros antepasados ejemplares con la intención de definir nuestra memoria colectiva.
Hay quién verá esta disputa respecto al nombre del aeropuerto como un tema menor si lo comparamos con la cantidad de abusos que están sufriendo los más desfavorecidos, pero debemos pensar que hay cierta relación entre unas cosas y las otras. El nombramiento de ciertas infraestructuras, cuando se produce en regímenes poco plurales como el nuestro, transmutan aquello que es una rememoración (es decir, dar un espacio a determinados recuerdos que conviven con otros) en una conmemoración (es decir, glorificar un recuerdo para hacerlo incuestionable). Tal y como explica Tzvetan Todorov en 'Los abusos de la memoria' (2000), los ritos y mitos se suelen vincular a los acontecimientos fundadores. Mediante una excesiva visibilización, los nombres que recuerdan ciertos acontecimientos se sacralizan, ya que suelen ser eje fundamental del discurso hegemónico del poder. En el caso de Juan de la Cierva, estaríamos sacralizando unos acontecimientos de forma positiva, el papel que desempeñó como golpista hace imposible disociar su nombre a una mirada crítica respecto la Guerra Civil y la dictadura.
Iniciativa e imaginación
Recientemente, los nombramientos de los aeropuertos han sido polémicos, desde el bautizo poco efectivo del aeropuerto Josep Tarradellas-El Prat (nadie usa ese nombre, popularmente todos le seguimos llamando “El Prat”), a la propuesta del consistorio del Ayuntamiento de Puerto del Rosario en Fuerteventura para bautizar su aeropuerto como “Las Parteras”. Este último caso puede ser una referencia de cómo el poder valoriza este tipo de nombramientos, ya que se puede considerar como excesiva la reacción a esta propuesta. El nombre de “La Partera” como propuesta fue elegido en honor a las mujeres que asistían los partos y se ocupaban de los recién nacidos. Honrar un colectivo y femenino es demasié para muchos. En nuestro caso, quizás sea el momento de consensuar y organizar una campaña desde un carácter propositivo, arriesgarse a ser criticados y crear controversia para ver, una vez más, las costuras del régimen. Si de historiadores va el juego, sin acritud, le recomendaría al Dr. Javier Guillamón profundizar en el concepto de «deuda» que utilizan autores como De Certeau o Ricoeur para entender la función social de la historia y así intentar atar víctimas con agresores, deudores con adeudados. Así, uno de esos colectivos agraviados podría ser el de las mujeres conserveras, a quienes como sociedad debemos una disculpa, no solo por la violencia física y simbólica recibida durante su tarea, sino también por la violencia del olvido, tanto de sus prácticas culturales como de su trabajo (recordemos que a muchas se les negó la cotización que les correspondía). Otros nombres ya han salido de forma marginal, quizás Antonete Gálvez, quizás la sindicalista Antonia Nicolás López «La Chaparra», en esta batalla, tras ir a contrapié una vez más, quizás se pueda remontar con consensos e imaginación, que no nos pueda esa “cansera” que decía Vicente Medina, si hay una campaña que llegue al “sentido común” de los murcianos y las murcianas, los vetos caerán.
¡El aeropuerto de Corvera debe ser bautizado! Desde las fuerzas progresistas se tiende a infravalorar la perspicacia de las fuerzas conservadoras, pero la realidad es que su impulso y su abuso de poder le permiten desarrollar las estrategias necesarias para expandir sus paradigmas. En la controversia sobre el uso del nombre Juan de la Cierva para el aeropuerto nos volvemos a encontrar en un escenario donde hay unos que exponen su propuesta con fuerza y otros que dedican sus esfuerzos a contrarrestar esa propuesta sin una apuesta clara. Seguro que hay muchos entre las filas de los populares y sus aliados nacionalcatólicos que tienen sueños en los que bautizan el aeropuerto directamente con el nombre de Primo de Rivera o incluso con el nombre del generalísimo, aun así, en Juan de la Cierva han encontrado el nombre perfecto para realizar un nuevo sacramento por el cual apropiarse del futuro de una infraestructura, ahondando en el “sentido común” conservador que pretenden para el imaginario colectivo de los habitantes de nuestra tierra.
Las fuerzas progresistas han perdido una vez más el marco de la foto, le han marcado la agenda y han vuelto a escenificar la pataleta, un berrinche que en ocasiones puede ser efectivo para amortiguar el golpe, pero que los coloca de nuevo a remolque. Para que las fuerzas progresistas se recompongan en este asunto se debe recordar que las políticas culturales y turísticas de las últimas décadas en Murcia están atravesadas por proyectos que pueden ser llamados “elefantes blancos”, es decir, por construcciones infrautilizadas y en muchos casos en proceso de degradación. Tal y como nos explican Gil-Manuel Hernández y Joaquim Rius-Ulldemolins, este tipo de políticas pretendían crear un mercado turístico y cultural de masas de un modo sobredimensionado. Todo ello con la idea de “situar en el mapa” un lugar, estableciendo una política de oferta y no tanto de demanda, la cual, de forma inevitable nos lleva a destruir los entramados sociales cercanos y crear un empleo precario y poco duradero. La Conservera, el Auditorio en Puerto Lumbreras, el fallido proyecto en Cabo Cope, el extraño Paramount Park y los Polaris World’s de turno son ejemplos de ello. Es en ese marco que el proyecto del aeropuerto debía tener sentido, pero tal y como se han desarrollado las cosas, esa Murcia que imaginaron desde las instituciones conservadoras ha producido principalmente pelotazos y miseria. En una democracia plena, estos fracasos deslegitimarían a los responsables de este plan, no solo para gobernar, sino también para nombrar quiénes son nuestros antepasados ejemplares con la intención de definir nuestra memoria colectiva.