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Diarios de Ucrania (2): de Mohilov-Podolski a Murcia

Julia, Andriy y en el carricoche, Daniela

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Tras terminar la primera entrevista con Anastasia en el Cabezo de Torres, tiré para el sur, cruzando el río Segura y las vías del tren, hacia Santiago el Mayor. Allí me esperaban Andriy (41 años) y su hija Julia que está 1º de la ESO. Si no fuese por la melena pelirroja de Julia, que la alejan ostentosamente del canon meridional español, podríamos pensar que se trata de una típica familia murciana. Aunque realmente es así: Julia habla español como cualquier adolescente nativo de Murcia. ¡Palabra de lingüista! La noche anterior a la entrevista, había ido a llamar a su puerta, tras cotillear los apellidos en el buzón, en búsqueda de alguno más exótico, pues había oído a Andriy, en el portal, hablando en una lengua eslava con otro vecino. Lo cierto es que vivo mucho en la calle y, en los primeros días del conflicto violento deseado por el Kremlin, que ha resultado ser una agresión rotunda, una invasión demoledora, y una hecatombe deleznable, capté varios cuchicheos entre murcianos y murcianas marcadamente rubios que se expresaban en eslavo de Murcia. «¿Ucranianos?» me preguntaba. Ucranianos y ucranianas eran. Andriy me abrió, pues, la puerta de su casa y, con un café descafeinado acompañado con bombones de chocolate, comenzó la plática.

Andriy no llegó a España como exiliado en el año 2021, sino que, en un fenómeno comparable con la huida masiva de lorquinos hacia el sudeste de Francia en los años 1960, generada por la combinación de escasez allá y necesidad de mano de obra agrícola acá, él emigró desde de Mohilov-Podolski -óblast de Vinnytsia-, en el sur de Ucrania, situado junto a la frontera con Moldavia. Escuchando su libre albedrio, así como el hambre y el deseo de una vida digna, marchó, en 2001, hacia la España de la aparente opulencia de Aznar. Tras pocos meses en Zaragoza, se instaló en Murcia donde, al igual que la gran mayoría de ucranianos, sobrevivió, siendo ilegal, durante un largo período de tiempo.

Andriy aprendió a hablar español en seis o siete meses porque la vida “le apretó”. Él hablaba inglés, lo cual no constituía un gaje que le impidiese vivir durante un tiempo en el centro que Jesús abandonado regenta no lejos de la pedanía de Aljucer. Actualmente, Andriy vive con su esposa, Olha, su hija mayor, Julia, y la recién nacida, Daniela, en régimen de propiedad, en un piso muy acogedor de Santiago el Mayor. Al igual que muchos ucranianos y ucranianas, Andriy vino a España para echar una temporada y volverse con sus ahorros a su Ucrania natal para seguir con su vida. pero ese plan no salió exactamente como lo previsto. Él y su familia son un ejemplo.

Cuenta Andriy que él creció en una agonizante URSS que, al irse al garete, no brindó el mejor caldo de cultivo a una resplandeciente Ucrania que, entre otros entresijos heredados de casi 70 años de totalitarismo soviético, tenía que lidiar con la hecatombe de uno de los mayores desastres nucleares de la historia de la humanidad: el de la explosión del reactor de la central de Chernóbil. Ya, casi desde el principio, en 1991, Ucrania fue dirigida por títeres prorrusos quienes, del mismo modo que el bielorruso Aleksandr Lukashenko, gobernaron durante casi 20 años una nación que no terminaba de despegar sus alas, pues el padre ruso autoritario y posesivo estaba siempre en la sombra saboteando y entrometiéndose en los procesos democráticos más relevantes, repercutiendo así en la imposibilidad de regeneración, saneamiento, o emancipación del yugo. Desgraciadamente, no fue sino hasta los acontecimientos del Maidán del invierno 2013-2014 que el poder ejecutivo, secuaz de Vladimir, encabezado por… uno más, se vio obligado a huir, pues el pueblo soberano, en realidad, no soberano, había decidido ser soberano. Al camarada Vladimir se le atragantó y, tras un par de palmaditas en las espaldas, parió la injerencia violenta de Rusia, apenas maquillada, en la secesión de las dos nuevas repúblicas de Donetsk y Lugansk, en el Dónbar occidental, por un lado. Por otro lado, la farsa del referéndum nauseabundo mediante el cual la Federación se Rusia se anexionó Crimea, a orillas del Mar negro. Corría marzo de 2014 y la Duma ratificaba el tratado de anexión de Crimea y Sebastopol por una mayoría aplastante de 443 votos a favor, 1 en contra y 0 abstención(es). Ni el Dream Team de Pep Guardiola ni los resultados del rais Sadam Hussein, en el referéndum democrático de 2002 en Irak, habían cosechado semejante resultados. Veredicto: Vladimir Putin lo hace bien: Здоровье (Salud en ruso).

Tras cuatro años en España, Andriy pudo obtener papeles, pues trabajaba ya como escayolista y tenía contrato. No nos damos cuenta los nativos españoles o, ni tan siquiera, los europeos, de que el no tener papeles influye en el cotidiano. Es más, él cuenta que tener papeles permite, ipso facto, pretender acceder a un trabajo mejor y digno, un trabajo de esos que tú y yo tenemos y nos permite obtener una hipoteca con un banco y pasar a ser así propietarios. “Cuando yo cojo mi coche, yo no pienso cuánto tengo que echar. Yo echo y lleno”. No obstante, él es muy consciente de que perdió cuatro años, por no cotizar, antes de acariciar el Santo Grial. Siempre pensé en que la portada del pasaporte indicaba la división (como en el fútbol) en la que podíamos evolucionar desde nuestro nacimiento. ¿Habida cuenta de que un sueco hace pis así y un boliviano hace pis asá, ¿vale lo mismo un pasaporte boliviano que uno sueco? Andriy tiene la respuesta. En la Sede de VOX, en la Gran Vía de Murcia, siguen tratando de resolver el enigma.

El padre de Andriy nació en Rusia en tiempos de la URSS y vivó durante mucho tiempo en Donetsk, actualmente independiente y bajo la órbita rusa. Su madre es de Ternópyl (oeste de Ucrania). Esto no supuso un impedimento para la formación de una familia de la que Andriy fue el fruto. Sin embargo, cuando sucedieron los acontecimientos del Maidán en 2014, Andriy sí tuvo una charla con un primo, por parte paterna, que reside en Rusia en la que se decidió no hablar, bajo ningún concepto, de política. Al oírlo contarme eso, no pude evitar pensar en lo que se debió de vivir en tantas familias españolas divididas por el dolor y la política durante, al menos, las dos primeras décadas posteriores al final de la Guerra Civil. “Ellos piensan una cosa y nosotros otra”. Al mencionar yo a aquellos rusos que osan desafiar la mordaza en Rusia para manifestarse en las vías públicas en contra del belicismo, Andriy me responde que así es Putin. Primero, acalla a su pueblo y las opiniones discordantes. Luego, ataca. Añade que su tía, que vive en Moscú, le dijo por teléfono que, en Rusia, estaban esperando un ataque de Ucrania, además de que parecen no estar muy informados. Están poco informados o desinformados como cuando estalló la crisis de Crimea. De hecho, mientras redacto este segundo artículo sobre los acontecimientos recientes de Ucrania, el Kremlin acaba de decretar la mordaza y las grandes agencias de prensa internacionales, así como las principales redacciones televisivas y radiofónicas occidentales están empezando a salir de Rusia una tras otra. Estamos en 2022.

Al igual que la mayor parte de los ucranianos, imagino, Andriy no se imaginaba que Putin fuese capaz de semejante exacción ni que su ejército fuese a agredir su país. Julia lo confirma. Estupefactos se quedaron cuando el zar de los tiempos modernos dio el paso e intuyo que los cuchicheos en ucraniano que oí por Santiago el Mayor y el barrio del Carmen, mientras me dirigía al centro, no eran sino una manifestación de esa estupefacción. “Putin es peor que Hitler […] quiere imperialismo. Ha probado una tarta y no puede parar”. “¿Esto tiene un fin?”, pregunto yo. “Él no para. Él, si coge Ucrania, se va para delante”, me respondió Andriy. Argumentó con los avisos que Putin lanzó a Finlandia y a Suecia nada más iniciada la invasión de Ucrania. Putin recurre a menudo a la excusa de los intentos de la OTAN para extender su influencia sobre nuevos países más al este (Georgia, Moldavia, etc.), pero lo que parece querer no es sino imperialismo. “Es un fanático”. Según Andriy, se le vio el plumero en 2014 y Julia añade que, de haber intervenido Occidente en Crimea, tal vez no se estaría viviendo la catástrofe humanitaria actual. Por un lado, dado el tiempo que llevan ostentando el poder, tanto Putin como el bielorruso Lukashenko son una farsa. Por otro lado, el actual presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, está desempeñando el papel de modo heroico pese a que se riesen de él hasta hace unos días por ser cómico. Al pobre héroe, le han dado el papel de su vida: una tragedia sin título.

Pasada la mitad de la entrevista y sin que le preguntase al respecto, Andriy se refirió a los niños y niñas ucranianos que están sufriendo bombardeos en sus vecindarios ya que, cuando todo esto haya terminado, va a hacer falta a muchos psicólogos y psicólogas, pues las decisiones de Putin y llevadas a cabo por su ejército están generando, en cuestión de días, una generación de traumados de guerra. La sobrina de Andriy tiene tan solo 7 años. Hay 400 metros entre su casa y la de sus abuelos. Salió para ir con sus padres a ver a los abuelos cuando, de repente, irrumpió en el cielo el agresivo ruido de las sirenas de la guerra. La niña se dio la vuelta atemorizada y corrió hacia su casa, sola, como si su vida dependiese de ello. Su nombre es Sofía. Aquí, en Murcia, vive su prima Julia. Va al instituto con sus amigos y lleva una vida de adolescente occidental, vida que no se ve amenazada por un loco que decide unilateralmente desencadenar los infiernos. Ojalá Sofía y todos los niños y niñas y adolescentes ucranianos puedan saborear una pizca de la vida de Julia. Se lo deseo a las próximas generaciones, pues el bárbaro sanguinario, Vladimir Putin, ha roto a la generación actual. Ojalá deba rendir cuentas ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Andriy lo anhela.

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