Los recientes hechos ocurridos en Torre Pacheco han generado múltiples interpretaciones desde perspectivas periodísticas, sociológicas y antropológicas que invitan a reflexionar sobre la evolución social y política de la Región de Murcia. Entre ellas destaca el análisis de Andrés Pedreño y Miguel Ángel Sánchez, publicado en Viento Sur, que aporta una visión histórica y matizada, evitando la comparación simplista con los disturbios de El Ejido del año 2000. Dicha comparación, aunque frecuente, suele ocultar otros procesos importantes de la Región, como el ocurrido en Totana entre 1998 y el 2000.
En aquellos años más de cien inmigrantes ecuatorianos, ya integrados en el tejido agrícola y en procesos de arraigo, recibieron una orden de expulsión por parte de la Delegación del Gobierno. La respuesta social no fue el rechazo ni el miedo, sino una movilización vecinal masiva con el respaldo activo de la Iglesia —que había facilitado la llegada de estas personas desde Ecuador— y de los sindicatos locales. Esta movilización consiguió frenar parcialmente las expulsiones y consolidó un modelo de integración comunitaria.
Dos décadas después, la Región ha pasado de ese modelo de cohesión social a un escenario marcado por la instrumentalización política de la inmigración, especialmente la de origen magrebí. Este cambio ocurre en un contexto de desinversión en servicios públicos esenciales, debilitamiento de los vínculos comunitarios y una creciente desafección institucional. La transformación ha afectado profundamente los mecanismos de respuesta colectiva ante conflictos sociales.
Para comprender esta evolución, es crucial diferenciar claramente los casos de Torre Pacheco y El Ejido. En El Ejido, la violencia fue una reacción impulsiva, desencadenada por el asesinato de una mujer a manos de un inmigrante con trastornos mentales. Ubaldo Martínez Veiga ha analizado cómo aquella situación derivó en una implosión social provocada por el colapso repentino de un frágil pacto de convivencia, sostenido por un modelo agroindustrial basado en mano de obra migrante precaria e indocumentada. En ese contexto, el miedo, los rumores y la desinformación generaron un estallido de violencia racista, con saqueos y agresiones masivas, ante los cuales el Estado reaccionó tarde y con descoordinación, generando críticas internacionales sobre el racismo estructural subyacente.
En contraste, lo sucedido en Torre Pacheco representa una explosión inducida, estructurada estratégicamente y amplificada mediante discursos mediáticos externos. No fue un incidente aislado, sino el resultado de una movilización difusa con antecedentes claros en la Región. Un caso significativo fue el asalto al Pleno del Ayuntamiento de Lorca, ocurrido el 31 de enero de 2022. Aunque inicialmente se presentó como una acción espontánea de ganaderos desesperados, Pepe Quiñonero señaló cómo había sido cuidadosamente organizada, incluyendo el uso de una megafonía ambulante que difundía un llamamiento dramático a defender “la vida y el futuro”.
Otro antecedente se produjo en Alhama de Murcia, poco antes de los sucesos de Torre Pacheco, cuando un migrante con problemas mentales intentó abusar de una menor. La noticia, difundida por perfiles vinculados a Vox, encontró cierto eco. Sin embargo, la rápida intervención del Ayuntamiento, liderado por la alcaldesa Rosa Sánchez, evitó que la movilización prosperara, aunque evidenció que los mecanismos de agitación ya estaban preparados y a la espera de una oportunidad.
Esa oportunidad llegó con la agresión a un vecino de Torre Pacheco, Domingo, presuntamente perpetrada por un temporero magrebí con antecedentes penales, el 7 de julio. La noticia se difundió rápidamente en redes sociales. El día 10, Vox anunciaba desde su perfil nacional una concentración para el 12 de julio, mientras que el Ayuntamiento convocaba otra para la noche del 11. La instrumentalización política fue reforzada por cámaras de eco digitales, especialmente activas en las periferias urbanas de Barcelona, que facilitaron la llegada de grupos violentos al municipio. La situación obligó a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a desplegar a los Grupos de Reserva y Seguridad (GRS) y cerrar los accesos a Torre Pacheco.
Con esos grupos llegaron también numerosos perfiles digitales profesionales, especializados en generar contenido y monetizar su actividad en plataformas. Estos perfiles no actúan solo como altavoces ideológicos: su modelo de negocio depende de captar atención y maximizar la viralidad. El territorio se convierte así en un set: grabar in situ aporta autenticidad y anima a los actores a sobreactuar. Conectados a redes transnacionales, amplían audiencias. El resultado es un círculo vicioso: la polarización genera beneficios, y esos beneficios financian nuevas campañas de agitación, dificultando cualquier desescalada institucional que solo es posible tras su expulsión.
Ante este panorama, la pregunta clave es inevitable: “¿y ahora qué?”. En un mundo donde se abandona el ius soli para dar pábulo al ius sanguinis, el migrante se convierte en el nuevo enemigo, pese a que —como reconoce la ciudadanía de Torre Pacheco— sin su trabajo la maquinaria económica se detendría. Nos encontramos ante una sociedad atrapada entre la dependencia estructural, el miedo y la necesidad de reforzar identidades excluyentes. En este contexto, la agresión al migrante no es implosiva, sino explosiva: no surge del colapso interno, sino que se proyecta hacia afuera como forma de gestionar tensiones económicas, sociales y políticas.
Como ha señalado Zygmunt Bauman, en las sociedades contemporáneas la inseguridad ocupa un lugar central en la percepción ciudadana, y la promesa de seguridad se ha convertido en uno de los productos más rentables del mercado político. El discurso de la seguridad se impone como uno de los pocos relatos capaces de ofrecer una falsa sensación de orden en un presente incierto. La inseguridad –sensación o realidad- se convierte en mercancía electoral y mediática, y el migrante en el chivo expiatorio perfecto. Convertir al diferente en enemigo no solo regula identidades, sino que legitima estallidos funcionales a ciertos actores políticos y digitales que buscan alcanzar el poder gestionando el miedo. Y cuando eso sucede, el otro, mañana, puedes ser tú.