Un ensayo puede parecernos fascinante por su capacidad de argumentar lúcidamente las vicisitudes del asunto o temática que aborda, con un diagnóstico preciso, actual y completo sobre la materia que aborda. Pero, para mí, lo que más me entusiasma es encontrar a una escritora como Lola López Mondéjar quien, además de las virtudes referidas, provoca en el lector la necesidad de ampliar sus reflexiones con más lecturas y análisis; nos impele con su obra a conversar y a cuestionarnos. 'Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad' (Premio Anagrama de ensayo 2024), trata sobre la pérdida de la narratividad del sujeto actual por el intenso impacto de los dispositivos tecnológicos que forman parte casi indisoluble de nuestros cuerpos, de forma que traba la potencial creación de una identidad personal autónoma, de un sentido subjetivo del sí mismo que no resida en mimetizar los memes, discursos y maneras de pensar (mejor dicho: no-pensar) que determina e interesa al capitalismo digital.
Los obstáculos que emergen para mucha gente a la hora de poder relatar su propia existencia y llevarla al lenguaje, y su posible diálogo y confrontación con el otro, provoca unos efectos negativos en nuestras interacciones humanas y en nuestra acción colectiva que la mayoría asume como algo inevitable y circunstancial. Algo que deriva en la paradójica tesitura de que, si hace algunas décadas nos preocupaba el analfabetismo digital en la población, ahora nos estremezca el analfabetismo afectivo y relacional. Este fenómeno influye en diversos factores, ya sea en lo que perturba el manejo del bienestar propio de cada persona, ya con sus derivadas en la polarización, el gregarismo ante iniciativas autoritarias, y otras conductas sociales que amenazan el futuro de nuestra convivencia.
Este es un eje esencial de su tesis: “Presentismo, fragmentación, superficialidad, descenso del umbral de la empatía, atrofia de la capacidad narrativa y fantasía de la invulnerabilidad son síntomas que interrogan lo que tradicionalmente definíamos como humano” (p. 167). Aunque más que un único eje con multiplicidad de temas, creo que su enfoque y secuencia de argumentaciones esbozan una espiral de análisis que va in crescendo. Un planteamiento que se apoya en el daño que nos produce la “economía de la atención” y la explotación comercial y financiera de nuestros datos como navegantes del ciberespacio. La dependencia es tal que los mensajes simples que recibimos constantemente conforman nuestro imaginario sin cesar.
El desenlace de este panorama responde a varias aspiraciones. Una de las claves es esta (p. 320): “Empatía y compasión, fricción y contacto, retorno a la imaginación narrativa que estamos perdiendo.” El logro de tal misión se apoya en articular vías de conversación con el/los otro/s que nos permitan configurar la propia subjetividad, y aceptar, empatizar y entender las posiciones de los demás en el diálogo. Perder el miedo a la fricción en el cara a cara, un escenario que, por ejemplo, muchos jóvenes evitan por no saber controlar las opciones de respuesta ante el interlocutor. Ya Sherry Turkle nos recordaba en 2015 que somos seres con historia y relaciones complejas, y que las conversaciones mejoran la habilidad para tratar con los demás. Pero ¿cómo y a través de qué medios trasladar el contenido de estos mensajes que inviten a la mayoría a repensar su propio ser, a esbozar la construcción de una narrativa de la realidad como decía Bruner en 1991? ¿Cómo estimular la necesidad de cambiar los tiempos de atención y reflexión sobre el acontecer de nuestro entorno sin utilizar los mismos medios digitales en los que casi todo el mundo está inmerso?
Cuando se efectúa un alegato tan consistente en este ámbito, es probable que sus conclusiones deriven en una generalización que podría incidir en sus adecuadas estrategias. La acelerada dependencia tecnológica posee aspectos desastrosos que compartimos con 'Sin relato', pero también su uso razonable goza de aspectos útiles, algo que expresa también la autora. Podemos imaginar qué hubiera sucedido durante la pandemia del COVID-19 con un auge de las conversaciones digitales, sin la posibilidad de uso de estas tecnologías y la red Internet, a pesar de los derivados negativos que conlleva. No es fácil encontrar espacios de resistencia ante el neoliberalismo y el capitalismo de la era digital, y muchos de esos lugares se desenvuelven en el mismo mundo virtual que se convierte para numerosos sujetos en arma nociva de consumo. Quizás, aunque parezca una contradicción, uno de los retos radica en lograr que mediante esos recursos digitales se cambie el rumbo de la gente y genere otras áreas de conversación.
Revertir la alfabetización afectiva y reflexiva de los “in-dividuos” requiere cambiar nuestra concepción de los seres humanos como agentes en la era digital, como el caso de la llamativa apuesta por el término “con-dividuo” que formuló el colectivo “Q” en el Proyecto Luther Blisset en 1995, es decir: “una singularidad múltiple cuyo desarrollo conlleva nuevas definiciones de responsabilidad y voluntad”. O, como parte activa de iniciativas de inteligencia colectiva tanto en el mundo presencial como en el virtual. También demanda mudar el territorio de nuestras relaciones habituales, pues quienes disfrutan del encuentro, la conversación y la fricción con otros en los bares, en las plazas, en los viajes y en otros entornos, lo saben. Pero alterando los medios efectivos para transmitir las virtudes de su práctica. Los recursos que utilizamos habitualmente quienes participamos de este diagnóstico adverso de una porción considerable de la humanidad, no dejan de formar parte de burbujas sociales que no friccionan con los entornos donde se desenvuelve esa mayoría incapaz de relatarse a sí misma y a los demás.
Hace más de un cuarto de siglo, Howard Rheingold, quien acuño el término “comunidad virtual” elaboró un singular documento titulado: “El arte de organizar buenas conversaciones en línea”. En él se exponían cosas como:
“El objetivo permanente es un discurso civilizado: todo tipo de personas que mantienen conversaciones y debaten sobre una variedad de temas y se tratan decentemente.
Conversaciones auténticas, desde la cabeza, el corazón y las entrañas.
Un compromiso compartido de trabajar juntos para lograr una mejor comunicación, mejores conversaciones. Si esto se logra, no se necesita nada más.“
La implacable explotación, manipulación y tergiversación de los medios sociales digitales llevado a cabo por el capitalismo digital en estas dos últimas décadas, no debe ocultar la contribución que emergió desde sus inicios en la sociedad de la información, sin caer en el tecno-optimismo. Se trata de no improvisar el futuro de la naturaleza humana ya sea en la biosfera física y como en entorno virtual. Seguimos reflexionando con Lola López Mondéjar.