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Que viva la fiesta

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Si alguien alguna vez prueba a hacer política -no les digo llegar a concejal, consejero o ministro-, les hablo de algo más prosaico, ser miembro de una junta directiva o una junta municipal -un cargo de responsabilidad tan cercano que cualquiera te pregunta en la cola del supermercado- se dará cuenta de que una de las cosas que más le importa a la gente son las fiestas del pueblo, barrio o lugar.

Esto es algo que aprendí rápido y que deberían haber aprendido otros: solo hay que ver la que se lía en el ayuntamiento de Murcia con el tema de las sillas de los festejos. Una película de terror que para nada es nueva, como tampoco es nuevo que hay algunos donde no participan mujeres desde que la concejala Mari Carmen Lorente del PSOE se subió a una carroza, como contó mi añorado Chimo García Cruz. Lo de los festejos y las sillas no es nada nuevo, hemeroteca hay sobre el eterno problema de las sillas en esta ciudad, y no, señores del PP, esto no es de ahora, también pasaba con ustedes al mando o ¿no se acuerdan cuando las primeras filas estaban ocupadas por los mismos de siempre?, qué suerte la suya, mientras los demás lo único que podíamos ver era una página colapsada donde era imposible comprar nada.

Las fiestas son importantes, tanto que el tema sillas es ya un monotema. Quizás porque para ellos no hay cuestiones más importantes o en realidad no les interesa hablar de lo que en realidad importa. Las necesidades de una ciudad que necesita modernizarse con un adecuado plan de movilidad del que el PP ha demostrado que carece, tanto para la Comunidad como para el Ayuntamiento de Murcia. Pero para el PP, eso de un transporte público más económico o no despilfarrar el dinero es algo que les suena a chino. Están a lo que están, como en tiempos del tío Paco, mientras haya copla, toros y circo, lo demás da igual, incluso si pasas hambre.

En este Región todo da igual, no importa nada. Hemos tenido en apenas dos meses a una presidenta de la Autoridad Portuaria obligada a dimitir por un caso de corrupción, mientras el exacalde de Puerto Lumbreras, según el Alcázar, que no expresidente de la Comunidad Autónoma, ha sido condenado por otra trama. Lo siento, pero yo no soy de esos que dicen 'que me roben, que me roben mientras pueda ver desde mi silla a las brasileñas'. Yo soy de esos otros que se quejan porque cada euro que falta lo nota mi sanidad o mi educación. Tenemos que aprender a pedir porque un buen concierto de Hombres G, una buena paella o la suelta de una vaquilla no pueden sustituir las plazas públicas en las guarderías. Se lo digo en serio, las prefiero, simple y llanamente, porque con lo que nos ahorramos con eso al mes me da para ir a un concierto a Madrid a ver a quién me salga y todavía me sobra dinero. Seamos listos, que nuestro dinero está mejor en nuestro bolsillo y no en los suyos. Plazas para todos y no de toros.

Que viva la fiesta.

Si alguien alguna vez prueba a hacer política -no les digo llegar a concejal, consejero o ministro-, les hablo de algo más prosaico, ser miembro de una junta directiva o una junta municipal -un cargo de responsabilidad tan cercano que cualquiera te pregunta en la cola del supermercado- se dará cuenta de que una de las cosas que más le importa a la gente son las fiestas del pueblo, barrio o lugar.

Esto es algo que aprendí rápido y que deberían haber aprendido otros: solo hay que ver la que se lía en el ayuntamiento de Murcia con el tema de las sillas de los festejos. Una película de terror que para nada es nueva, como tampoco es nuevo que hay algunos donde no participan mujeres desde que la concejala Mari Carmen Lorente del PSOE se subió a una carroza, como contó mi añorado Chimo García Cruz. Lo de los festejos y las sillas no es nada nuevo, hemeroteca hay sobre el eterno problema de las sillas en esta ciudad, y no, señores del PP, esto no es de ahora, también pasaba con ustedes al mando o ¿no se acuerdan cuando las primeras filas estaban ocupadas por los mismos de siempre?, qué suerte la suya, mientras los demás lo único que podíamos ver era una página colapsada donde era imposible comprar nada.