El comportamiento electoral de la Región se explica, en conversaciones de café, sucintamente con dos generalizaciones: la primera, en la Región predomina el bloque de derechas con un 51% frente a un 49% de las izquierdas y el centro: una utopía. La segunda, no tenemos conciencia regional y se vota mirando el tablero nacional. Estas visiones son contradictorias, pero por economía de espacio trataré en este artículo solo la primera.
La idea de una división en bloques apareció tras el triunfo nacional del Partido Popular, tras una década y pico de gobierno socialista que, en Murcia, tras la dimisión de Collado defenestrado por su partido, significó el éxito de Ramón Luis Valcárcel. Su llegada suponía la derrota de María Antonia Martínez (1995), quien se retiraría en 2000 tras perder sus segundas elecciones ante Valcárcel. Sería en aquellas elecciones donde se diseñó el ya famoso eslogan: 'Agua para todos'. El lema construía un pasado mítico de una sociedad agrícola que había dejado de serlo. Esta necesitaba lamer sus heridas tras el incendio de la Asamblea Regional ante el proceso de reconversión industrial. El pasado idealizado se había transformado en una causa que movía el voto. Olvidado el hambre y las manos encallecidas, se recordaba el mundo agrícola como si fuera el Bando de la Huerta de la capital. La seda y los gusanos dejaron de ser un trabajo para convertirse en un juego con el que entretener a los niños cada primavera.
La configuración de aquella causa aparecía ligada a un bien preciado, el agua, en una sociedad que ya no era agrícola. Su resultado, el abandono por parte del Gobierno regional de cualquier proyecto de industrialización y terciarización tecnológica para centrarse en el sector primario. Este, hipervitaminado por el apoyo público, se organizó en poderosos lobbies que demandaban mano de obra barata, principalmente migrante, y bajos controles medioambientales. Entre tanto, la población formada emigraba de la Región ante la falta de trabajos remunerados.
La crisis de 2008 acentuó esta situación, al tiempo que el sueño del agua para todos se caía de las portadas. Un nuevo ciclo político nacía. Este cuajó en dos nuevos partidos: Podemos y Ciudadanos. Seis años después, en 2015, el Partido Popular perdía su mayoría absoluta. La independencia del Legislativo del Ejecutivo permitió en aquella dorada legislatura el desarrollo de nuevo Estatuto de Autonomía, ahora paralizado.
Sin embargo, el fin del ciclo del predominio del Partido Popular llegó en 2019, con la victoria del Partido Socialista que había encontrado una causa, el soterramiento. Para entonces, Ciudadanos había dejado de ser socialdemócrata para transformarse en liberal, de la ¿Restauración? En él, al parecer, funcionaba una inversión del sistema electoral de primarias. Esto daba lugar a que las lealtades de los elegidos no fueran con el partido, sino con quien los elegía, lo que explica el resultado de la moción de censura. Sus lealtades no estaban ni con las promesas electorales, ni con las siglas, ni con la regeneración regional, estaban con el puesto prometido y, en consecuencia, con el señor que los eligió que traicionó a su partido y se pasó al PP. La aceptación de aquella traición por parte del PP suponía la conformación de un Gobierno tránsfuga al que sumaban, por necesidad, los salientes de Vox. Una traición que es posible que les cueste votos.
La minoría del PP en 2015 y su derrota posterior quiere decir que no existen esa división en bloques que algunos emplean para justificar las derrotas. La victoria del PP fue posible con la creación de un motivo o un relato que aglutinaba el voto. La victoria del PSOE y de Cs en las últimas fue por algo parecido, aunque este último olvidara qué les llevó al Gobierno. En las próximas elecciones es muy posible que quien se lo lleve será quien sepa generar un proyecto que se transforme en un motivo para votar que no sea el hastío y la desgana. ¿Quién logrará conquistar al votante? ¿Tirarán los partidos regionales?
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