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Retratos de Franco y uniformes de Vox en un restaurante murciano: “Los futbolistas también llevan publicidad en la camiseta”

Camarero en el restaurante El Romeral en la localidad murciana de Molina de Segura.

Aldo Conway

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“Pues yo la verdad que no lo veo para tanto”. Son las palabras de David Gomariz, dueño del restaurante El Romeral en el municipio murciano de Molina de Segura cuando se le pregunta por el razonablemente joven Francisco Franco que custodia el comedor desde la pared de la barra, impreso en un almanaque. “Me lo trajo un amigo y me gustó, así que lo puse. Algunos clientes me los han pedido y entonces hice un encargo de más, pero no los voy regalando”, comenta Gomariz a elDiario.es Región de Murcia. Para el hostelero, simpatizante –al mismo tiempo– de Vox y del dictador, el revuelo originado en los medios y en la localidad ha sido cosa del Partido Popular, al que acusa de haber “dado el chivatazo” para “relacionar a Vox con Franco”. El restaurante está situado en una nave entre una empresa de alarmas y una gasolinera en la carretera hacia Fortuna.

El pasado 23 de enero fue amonestado por el Ayuntamiento porque había trasladado la iconografía de extrema derecha de este restaurante a la cantina del polideportivo local próximo, que regenta por cuarto año consecutivo. Según la portavocía municipal, se le avisó de que estaba incumpliendo el pliego de condiciones de la cesión de la cantina y tuvo que retirar toda la parafernalia del local.

El partido de ultraderecha hará la presentación de sus candidatos nacionales no muy lejos de aquí, en la plaza de toros de la capital murciana. En las elecciones autonómicas de 2019, Vox consiguió un total de 4 escaños y casi el 10% de los votos emitidos. Los comicios generales de ese mismo año también fueron determinantes, donde arrasó con el 28% de los votos, ganando en un total de 16 de los 45 ayuntamientos de la Región.  

Dos de los tres camareros que van de aquí para allá con bandejas de carne a la brasa no tienen visible la manga de la discordia: el día es gélido y la puerta está abierta, por lo que llevan chaquetas encima. Dani, uno de sus trabajadores, de origen ecuatoriano, atiende en barra tras acabar el servicio de comidas. Él sí que luce el logo de Vox en su uniforme. Otra camarera, que en ese momento lleva una chaqueta negra que le cubre la indumentaria del restaurante, cuenta que David la miró con expectación cuando le enseñó los nuevos uniformes, pero que a ella la política le da igual y argumenta que hay uniformes que llevan publicidad de empresas “y no pasa nada”.

El dueño lo compara con los patrocinios de la liga de fútbol. “Los futbolistas llevan publicidad en la camiseta”. A las dos y media de la tarde el restaurante está a reventar y no hay casi mesas libres, y apenas dos o tres huecos en la barra: mesas de cuatro y de cinco, todos hombres y casi todos parecen venir de trabajar en algún sitio de la zona, excepto algunos jubilados que orbitan alrededor de las máquinas tragaperras o que hacen la sobremesa tras el biombo del comedor.

La polémica servida en las últimas semanas no parece haber alterado el normal flujo de personas en el local, ni para bien ni para mal, según el hostelero; “aquí viene siempre la misma gente” y no ha notado en ese sentido la atención mediática que ha recibido su decoración de unos días a esta fecha. Cuando la sala se vacía, David rebusca entre las entradas del televisor y da por fin con un videoclip de un tema de drill :“Fua, ¿has visto? Madre mía”, le dice a Dani, señalando el televisor, mientras unos coches hacen drifts y dejan tras de sí una columna de humo blanco.

“Lo que te decía”, prosigue: “Hay otros sitios, como Casa Pepe o el chino ese de Madrid que sí que tienen allí montado un museo, esto no es para tanto. Hasta que ha pasado esto no los conocía, además”. Oculto bajo la camiseta del hostelero, cuelga de una cadena de oro de eslabones anchos el logo de la formación de extrema derecha del mismo material. “¿El colgante de Vox o toda la cadena? En total, unos cuatro mil y pico o cinco mil euros”, expone mientras sujeta el pesado colgante. Su tono de voz es jovial y comedido, y parece acostumbrado a dar estas explicaciones. “Los de Vox no me han dicho nada por todo esto que ha estado pasando, aunque el otro día vinieron unos del partido, de no sé qué pueblo, a comer”.

Los trabajadores se lo toman con sorna e ironizan: “Soy chica Vox”. Parecen prestar todavía menos importancia que su jefe al uniforme, bien porque les convenga o bien porque realmente les de igual, mientras que la mente tras la idea, el propio David, afirma que él “únicamente es simpatizante y le pareció gracioso” grabarse las letras del partido de Abascal en la manga de los nuevos uniformes.

Antes de abandonar el local, Gomariz abre su garaje. Tras una puerta metálica se abre una nave alargada que hace las veces de almacén y también de garaje para su flota particular. Sin hacer grandes alardes, su tono de voz denota cierto orgullo al levantar una de esas mantas de almacén que evitan que el polvo lo cubra todo: la joya de la corona es una Kawasaki Ninja de mil centímetros cúbicos de cilindrada que, además de llevar las letras de Vox en una pegatina sobre la cubierta del motor, comparten el color corporativo (aunque esto se deba a que es el color 'estándar' de estas motocicletas). “Esta corre, ¿eh?”, presume de ellas con orgullo y muestra una segunda moto azul, esta vez con las letras de los de Abascal de color blanco. También tiene un Mercedes de alta gama al que no se atreve a ponerle nada “por si le hacen algo al coche”.

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