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Reconocerse como víctima: el primer paso para salir de la violencia de género

Miren y Nerea, educadora social y piscóloga de uno de los Equipos de Atención Integral a Víctimas de Violencia de Género

Sol Gragera

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Entran por la puerta sintiéndose debilitadas, vulnerables, avergonzadas, culpables, tristes y a veces con rabia. Anuladas. No saben qué les está sucediendo. Paralizadas. Todo esto es lo que tienen en común las 911 historias de mujeres afectadas por la violencia machista que han sido atendidas por alguno de los cuatro Equipos de Atención Integral con los que cuenta el Instituto Navarro para la Igualdad (INAI) del Gobierno de Navarra en todo el territorio. Eso y, por supuesto, el miedo. El miedo que a su vez alimenta una espiral de silencio que se sienten incapaces de romper. No suelen hablarlo con nadie. Si es que a veces les queda alguien. Ni ellas mismas se reconocen como víctimas de violencia de género.

“Ponerle ese nombre es difícil”, reconoce Nerea, una de las psicólogas que ofrece terapia y seguimiento en el Equipo de Atención Integral ubicado en Berriozar y que atienden la Comarca de Pamplona y la zona norte de la comunidad foral. Lo conforman un grupo de cuatro psicólogas y cuatro trabajadoras y educadoras sociales. Mucha parte de su tiempo lo ocupan en la carretera para desplazarse a localidades como Burguete, Isaba o Irurzun. No todas las mujeres pueden permitirse escapar una hora, viajar o explicarle a su pareja adónde van. En concreto, Nerea atiende a 17 mujeres en diferentes fases de un proceso complicado de abordar y cuyo inicio pasa, principalmente, por tomar conciencia de que lo sufrido es violencia. “Reconocerse como mujer maltratada son palabras mayores. Muchas veces tenemos una idea o un perfil estereotipado de lo que debe ser una mujer maltratada que no es para nada real. Aquí atendemos a mujeres de todo tipo, a muchos niveles, tanto social, como laboral y familiar”, sostiene Nerea.

La mayoría de las mujeres no se reconoce como víctima de violencia de género

Miren, educadora social del Equipo de Atención Integral de Pamplona y zona norte

Muchas llegan a este recurso derivadas por sus centros de salud, por la Policía Foral o Local, por los Servicios Sociales. También a través de un abogado o por la recomendación de una conocida que se ha acogido al servicio. Todas ellas, apunta Nerea, comparten el mismo sentir: “La impotencia o la indefensión”. Dentro de una atención enfocada desde distintos prismas, las trabajadoras y educadoras sociales abordan las capas más superficiales del trauma. Y son ellas las que ayudan a desgranar lo vivido, a ponerle palabras y a tomar conciencia de qué es violencia. “La mayoría de las mujeres no se reconoce como víctima. Cuando hay violencia física o agresión sexual es más fácil, pero hay muchas que vienen y dicen: ‘No sé muy bien qué hago aquí, yo no soy de ésas’. En el imaginario colectivo hay un ‘esas’ en el que ninguna mujer nos queremos ver. Hay un perfil súper estereotipado y perversamente construido”, así de claro lo percibe Miren, una de las educadoras sociales del equipo que atiende a elDiario.es después de verse con una afectada durante una hora en una sala diferenciada. Su función pasa por ofrecerles un espejo a las víctimas donde poder reconocerse. Para explicarlo coge papel y lápiz y reproduce el dibujo que suele hacer en las primeras sesiones. Muestra dos tipos de relaciones de pareja. Una donde se produce una interacción de igualdad, en el que las opiniones, necesidades y deseos son validados para ambos. Y otra donde se produce un control sobre ella.

“Suelo explicar que el control en una relación desigual y de poder sobre la otra persona se mantiene por la agresividad, que conecta con el miedo. También por el victimismo o el chantaje emocional, que conecta con la culpa y con la pena, que también paralizan”, ilustra, y añade más: “Cuando mis opiniones no son validadas dentro de la relación de pareja, empiezo a desconfiar de mi propio criterio. Cuando mis necesidades no son validadas, empiezo a desconectar de lo que necesito, y cuando mis deseos tampoco son válidos, empiezo a desconectar de lo que deseo”. Cuando se quiere dar cuenta, la personalidad de la víctima ha quedado debilitada. De esta forma, añade, “el trabajo de recuperación pasa por que la mujer pueda volver a conectar con lo que ella desea, necesita y piensa en todo lo que le ocurre en la vida. Ese es el camino de vuelta”.

Reconocer los tipos de maltrato

La toma de conciencia para por identificar los tipos de maltrato a los que una persona puede ser sometida. La física y la sexual son evidentes, no así la violencia psicológica. “En la violencia psicológica hay muchos juegos y manipulaciones que a veces cuesta ver”, explica Nerea, quien añade que también la violencia social es difícil reconocer. En concreto, este tipo de maltrato lleva al agresor a aislar a la mujer de su círculo familiar, de sus amigos o incluso a dejar el trabajo o los estudios. En este punto han irrumpido las redes sociales, con el ciberacoso o la suplantación de identidad como formas de agresión. Nerea explica que también ayudan a reconocer la violencia económica, que no sólo responde al control del gasto por parte del agresor, también a situaciones “más sutiles” o de endeudamiento con las que carga la víctima. Otro tipo de maltrato responde a la violencia ambiental que genera, por ejemplo, los portazos o golpes sobre la mesa.

La principal secuela que esto produce a nivel psicológico, señala, es la de la “indefensión aprendida”. “Hay una sensación de quedarse atrapada, de dependencia, tristeza, muchas veces confusión, una mezcla de rabia, sobre todo una baja autoestima, poca valoración de una misma. Impotencia, no saber ‘cómo salgo de aquí’. Miedo a qué pasará si le dejo, qué va a pasar con los niños, qué va a pasar con la casa”, explica. A largo plazo, añade, se percibe el estrés postraumático. “Son mujeres que tienen recuerdos y pesadillas muy frecuentes, reviven mucho lo que ha pasado, tienen miedos y sienten cierta desconfianza o distancia hacia todo el mundo. Y luego vemos todo lo que es el espectro de los estados emocionales más depresivos, también hay mucha irritabilidad, son dos caras de la misma moneda”, abunda la terapetuta.

Cuando una mujer decide ponerse para salir de esto, se puede. Y lo hacen.

Nerea, psicóloga del Equipo de Atención Integral de Pamplona y zona norte

Pese a sufrir la crudeza de la violencia de género sostenida en el tiempo, Nerea es optimista y defiende que se puede superar y recuperar una vida normal. “Cuando una mujer decide ponerse para salir de esto, se puede. Y lo hacen. Es verdad que a veces los procesos son muy difíciles porque hay procesos judiciales muy duros detrás. Hay hombres que no las dejan o, si las dejan, siguen haciendo muchísimo daño. Es muy difícil, pero el proceso de recuperación emocional muchas de ellas sí lo consiguen”, subraya.

Herramientas para empoderarse

Remarcan que la mujer es protagonista de su proceso y ella decide con quién o quiénes quiere hablar, si con la trabajadora social, la educadora o la psicóloga. Cuando entra por la puerta, la primera entrevista la realiza una trabajadora social. Esta realiza un historial y valora en qué punto de sometimiento a la violencia se encuentra y cómo se va abordar la intervención. Aunque muchas veces hay resistencia a iniciar terapia, en otras ocasiones la gravedad de la sintomatología lleva a comenzar primero por este proceso, para después abordar por medio de las educadoras sociales la prevención en las relaciones futuras y evitar repetir historias de maltrato. “Hay mujeres que tienen más resistencia y otras más abiertas que no saben muy bien qué es este proceso. Hay quienes permanecen con sus agresores, aquí el trabajo va por establecer líneas rojas. Hay mujeres divorciadas o que están a punto de hacerlo o mujeres en procesos judiciales. Hacemos grupos de trabajo en el que cada una está en un punto diferente y así se ayudan entre ellas”, explica Miren.

El objetivo es que recuperen la confianza en su propio criterio ante la vida

Miren, educadora social

La educadora social cuenta que les prepara una tarjeta con tres preguntas: “Ante esto, ¿qué piensas? ¿Qué necesitas? ¿Qué deseas?”. Con ellas les propone que se discutan y se entrenen en cada aspecto de sus vidas. “Me he encontrado con mujeres que han entrado en crisis porque en la pescadería les han preguntado si querían el salmonete entero o en filetes, porque ellas no sabían tomar esa decisión solas”, confiesa. El objetivo que persigue, por tanto, es que “recuperen la confianza en su propio criterio ante la vida”.

Aprender a tomar decisiones cuando la persona ha sido anulada es un paso fundamental para lograr el empoderamiento. Para Nerea también lo es buscar una red social de apoyo y romper el silencio: “Empezar a decirlo, a contarlo en espacios seguro. Yo siempre les digo que en la violencia muchas veces el secreto retroalimenta y valida los sentimientos de vergüenza o culpa que el otro hace sentir”.

Denuncias y aumento de atenciones en 2021

Según aclara también la terapeuta, ni de lejos todas las afectadas que llegan a los Equipos de Atención Integral han abandonado a su maltratador o han interpuesto una denuncia. “Son muy pocos los casos en los que deciden denunciar, porque para denunciar hay que estar muy preparada con todo lo que viene después”, remarca. Pese a ello, el número de denuncias por este motivo no ha dejado de aumentar en Navarra desde 2015, y solo entre enero y septiembre de este año se han interpuesto un total de 1.213. Es decir, una media 4 al día. De este volumen, hasta un 40% corresponde a mujeres menores de 29 años.

En lo que va de año, la atención a mujeres víctimas de violencia de género ha aumentado en estos recursos un 23% con respecto al mismo periodo de tiempo en 2020. En Navarra, además de este equipo hay otros tres pertenecientes al INAI que atienden el área de Tudela, Estella y Tafalla. En ellos atienden cerca de una treintena de psicólogas, trabajadores y educadoras sociales. A ellos hay que sumarles el Servicio Municipal de Atención a la Mujer de Pamplona dependiente del Ayuntamiento de la capital de Navarra. Así, han recibido ayuda hasta 911 mujeres y 60 hijos e hijas (49 menores de edad), un 11% más que el año pasado.

Según los últimos datos ofrecidos por el Gobierno foral, también se ha visto incrementado el número de personas que han acudido a los distintos recursos de acogida del INAI. Entre enero y septiembre han pasado por ellos un total de 221, un 30% más que en 2020. De estas, más de la mitad eran mujeres y el resto menores. A su vez, han crecido las acreditaciones para poder solicitar una vivienda protegida, pasando de 201 concedidas en lo que llevamos de año, frente a las 144 de 2020. “Este aumento considerable”, explica Edurne González, la coordinadora de este recurso del área de Pamplona y norte de la comunidad, responde a que “muchas mujeres estuvieron aguantando en 2020 para ver si la situación mejoraba”. Hasta que se dieron cuenta que la pandemia nada tenía que ver con la violencia machista.

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