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Carta a una futura no madre

Dos mujeres caminan.

Belén García Abia

Querida futura no-madre:

Me gustaría escribirte un carta-refugio que te acompañara más allá del día, a la que pudieras volver cuando esa herida que te ha desgarrado por dentro supure de nuevo. Es una herida que sangrará cada cierto tiempo. Tal vez en la sala de espera de ginecología rodeada de mujeres embarazadas, el día que una amiga te envíe una foto de su hija, cuando oigas distraídamente el nombre que habías deseado para tu bebé o tal vez al mirar al hombre que amas y ver en ese gesto suyo al hijo que nunca vais a tener juntos. Yo creía que había sido capaz de coserla y hacerla cicatriz; pero al sentarme a escribirte esta carta me he dado cuenta que no ha sido así.

El día que Ana Requena me propuso escribir sobre la no-maternidad para esta sección le comenté que era un tema que ya había cerrado en mi vida. Había escrito y publicado un breve libro-vómito que me había servido, como suele hacerlo mi escritura, para sacar de mí y luego cerrar. Me dejó tiempo para pensarlo y volvió a proponérmelo hace unas semanas. La noche que leí su correo soñé que escuchaba a un niño llamarme desde otra parte de la casa, decía 'mamá' una y otra vez y al querer salir para encontrarme con él los pies se me clavaban al suelo y me resultaba imposible llegar hasta allí. Vuelve la sensación de impotencia y de resistencia a lo imposible. Me despierto sudando y llorando y siento que no he sanado ninguna herida porque no se pueden cerrar puertas a la pérdida y al duelo.

Escribo duelo pero no es este un hijo muerto, sino una ausencia.

Escribo pérdida pero no es algo que se haya extraviado, sino una ficción.

He querido escribirte esta carta para contarte que cuando ya no pienses en hijos y des por cerrada esa etapa de tu vida, te seguirá doliendo y tendrás que aprender a manejar ese dolor a tu manera. Tal vez puedas pintarlo, escribirlo o moldearlo pero deberás sacarlo de dentro para que no se te enquiste y se convierta en piedra.

Cuando mi pareja y yo nos dimos cuenta de que nos costaba quedarnos embarazados, fuimos al médico. Era profundamente desoladora la frialdad que rodeaba todo. Ya había vivido de cerca un tratamiento de fertilidad. Había visto el desgaste emocional que producía, la ilusión rota cada veintiocho días y ese volver a empezar con más pruebas y más intentos. Un bucle mensual de ansiedad, esperanza y dolor. Yo no quería vivir todo aquello, así que tras algunas breves pruebas de compatibilidad me anunciaron que, en principio, no había ningún problema. Fue entonces cuando hice un pacto con mi no-hijo; si quería venir al mundo, yo estaría esperándolo, le recibiría con todo el amor que me era posible darle pero no iba a someterme a tratamiento alguno. Ya sabes que mi bebé nunca llegó.

Hace tiempo que no pienso en hijos. Hace tiempo que no me preguntan si quiero tenerlos. Debo parecer vieja; biológicamente lo soy. Una es la edad que tú vives y otra la de tu útero y la de tus óvulos. Desde niñas nos dijeron que si nos esforzábamos lo suficiente en algo, seríamos capaces de conseguirlo. Todo es posible, nos repiten. Pero no es así. No todo lo es. Para tu cuerpo y el mío engendrar un hijo no lo ha sido. Si no destierras esa idea te invadirá la culpa y la ira y tal vez llegues a rechazar tu cuerpo. Tal vez creas que no has hecho lo suficiente, que te lo planteaste demasiado tarde, que fumaste demasiado tiempo, que antepusiste tu trabajo o tu independencia, que alargaste demasiado una relación acabada. Harás cábalas para intentar entender por qué tú no eres madre y ellas sí, por qué a ti te resulta imposible y para ellas es algo natural.

Parir es lo que nos diferencia de los hombres. Lo que nos hace diferentes. Lo que nos define como mujeres. Lo natural. El milagro de la vida.

Esta es nuestra herencia.

Subrayo en el libro Irse de Esmeralda Berbel esta frase; “Nunca he tenido una habitación propia. Por suerte. Dar vida es nuestra ventaja”. Es una punzada. Me detengo en ella. ¿Y si no somos capaces de dar vida?, ¿y si no queremos?, ¿se es mujer por la capacidad de engendrar? Pienso en algunas de mis vecinas, aquí en estas islas de África, que crían hijos que no han parido. Sus madres naturales han emigrado o han fallecido y otras madres los crían como si fueran suyos. ¿Qué es ser madre? ¿Qué es ser mujer? Solo tú puedes responder a esas preguntas. Te pesará tu herencia de madres, la línea genética que se ha acabado en ti, te pesará la educación que has recibido y deberás tragarlo todo, una y otra vez, para poder expulsarlo. También deberás nombrarlo todo de nuevo.

Querida futura no-madre, quiero contarte que vas a sentirte impotente, culpable y sola. Resultarás incómoda. No sabrán si preguntarte, no sabrán qué decirte, no querrán hablar de los hijos delante de ti. Tu dolor les resultará incómodo y esperarán que vivas tu duelo en silencio. No lo hagas, por favor. No seas prudente ni sumisa. Vive tu duelo como tú desees vivirlo.

Y después, redefine las palabras.

La palabra madre en árabe pertenece a la misma raíz etimológica que comunidad, grupo o asociación mientras que la etimología de padre se refiere a pertenencia, ser de. Si pintara la palabra madre dibujaría un gran círculo abierto que recoge. Si pintara la palabra padre lo haría a través de una línea continua. La madre es la que reúne, agrupa, abarca, congrega o fusiona.

He querido resignificar las palabras mujer, madre, hija para romper con mi herencia. Llegué a entender que el nutrir(me) y el alimentar(me) me pertenecen, aunque no haya parido. Ese ha sido el momento en el que he creado otros lazos; engendrar y ser engendrada, parir y ser parida, alimentar y ser alimentada.

“He cerrado el círculo. Me he construido en lo frágil”, escribe Maillard en su libro Bélgica. Así es querida futura no-madre, aprenderás a reconstruirte en lo frágil, a llenar tu vientre de ti, a renacer en ese imposible y parirás una mujer nueva, fuerte, que nombrará el mundo con significados distintos.

Decirte que desde esta carta creo una red contigo, que estoy, que puedes responderme, que en realidad no es solo una carta-refugio sino un hilo, un hilo irrompible que te lanzo para que puedas recogerlo desde ese tu lado.

Te abrazo desde la fuerza compartida.

Estoy. Soy.

Belén.

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