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En primera persona

Cuando para ser abuela necesitas un manual: del “no le digas que esto es caca” a los parques de bebés “son jaulas”

Una abuela y un abuelo con sus nietos.

Carmen Moraga

Ser abuela no es una tarea fácil, os lo aseguro. Siempre pensé que una no tenía que prepararse mucho para afrontar ese momento, que era algo que te sobrevenía, sin más. Pero después de varios años ejerciendo ese papel he llegado a la conclusión de que es mucho más complicado de lo que me imaginaba. No porque no sea maravilloso. Es fantástico. Muchas amigas que aún no lo son me envidian por ello.

Pero hay veces que me pregunto si todo lo que me está pasando a mí les pasa a más abuelas. O le pasaba a mi madre con sus nietos, que llegaron a rozar la docena. Hago memoria y no la recuerdo agobiada por si esto o aquello nos iba a parecer bien o mal. Tampoco me recuerdo a mí muy preocupada por lo que pasaría en mi ausencia cuando mis padres se quedaban con nuestros hijas e hijos, es decir, muchos fines de semana. Ahora te dejan 'instrucciones' en el Whatsapp. Una amiga mía me leyó las que le puso su hija para una noche y de verdad que la admiro, todo pautado, oye.

Digo esto porque os confesaré que estoy un poco desconcertada con ciertas cosas. Tengo, tenemos, tres nietos y he llegado a la conclusión de que debería hacerme con un “manual de la perfecta abuela”.

Bueno, voy al grano. Cuando mi hija mayor tuvo a su primer bebé estaba deseando que me lo dejara en casa, incluso a dormir. Pero la lactancia se lo impedía. Sus dos hijas han mamado hasta bien cumplidos los dos años. Bueno, no era lo normal en mi época pero admito que es sano. Aunque pienso que eso de dar 'a demanda' es un poco esclavo. El bebé se pasa el día en la teta y si las madres se escapan entre horas van corriendo a todas partes. “Desde que te fuiste no ha parado de berrear, hija”. “No digas berrear, mamá, los niños simplemente lloran y lo hacen siempre por algo. Es su manera de expresarse”. Vale. Descarto también comentarios como “creo que deberías plantearte darle biberones” porque sé que la respuesta es “pero qué pesada eres”.

Los primeros meses suelen ser más fáciles para una abuela. Lo más complicado llega cuando el niño o niña empieza a hacer 'cosas'. Entonces pienso lo 'apañados' que eran los parques donde dejábamos nosotros a los hijos mientras hacíamos otras tareas sin preocuparnos de que estuvieran en peligro. “Creo que me pueden dejar uno que ha encontrado la tía en su trastero”. “Esos parques son jaulas, mamá. Los niños deben estar en un espacio abierto para experimentar y desarrollar su curiosidad”. Vale, nada de parques.

Nada tampoco de hamacas ni taca-tacas. Ahora los dejan en el suelo, de modo que no puedes moverte de su lado, ni despistarte porque si es espabilado habrá alcanzado a velocidad de vértigo una pared o un mueble donde haya un potencial riesgo. Sobre todo cuando empiezan a gatear y a agarrarse a lo que pueden mientras aprender a caminar. “Ese niño, que se va a matar”. “Mamá no seas dramática. No pasa nada”. Vale. Intento relajarme.

“¿Qué te has metido en la boca? No, no, eso es caca”, se me ocurrió decirle a mi nieta mientras engullía un trozo de papel o no sé bien qué. “No, mamá no le digas eso. No le regañes y le digas a todo que es caca, la caca es la caca. La confundes. Luego cuando hacen caca piensan que es algo malo, se sienten culpables”. Vale. Es un papel, un papel guarro del suelo que no se come. Apunto para otra vez.

Tampoco acierto cuando bromeo sobre el tema. “Ay marranita, te has cagado otra vez ¿eh?”, me pilló mi hija diciéndole a la niña, que sonreía encantada. “¡Pero mamá no le digas que es una marranita! Ríete con ella mientras la limpias o hazle cosquillas pero no la regañes por hacerse caca, mujer ”. Vuelvo a fallar. Vaya.

Otra abuela me contó hace poco que su hija se enfadó con ella porque se le ocurrió hacerle al pequeño la 'ametralladora': “pam, pam”, dijo. “Mamá no le enseñes a matar, enséñale mejor a salvar ballenas”. La cosa quedó en unas risas. El niño ahora levanta las manos e imita una fuente por donde expulsan el agua las ballenas. Es listo.

En la calle me admira la paciencia que tienen. Todo hay que explicárselo, razonarlo. Si no quieren andar, gritan y se tiran al suelo, no vayas. “Ya he hablado yo con ella. Déjala”. Si se pelean entre las dos hermanas no hay que desesperarse, ni mucho menos perder los papeles. “ Chicas, vamos a solucionar esto...”. “No te pongas a su altura, mamá, y menos les digas que hagan eso 'porque lo digo yo y punto'. Tienen que entenderlo”. Así que paciencia.

Confieso que, con todo, hay una frase que me fascina y que he hecho mía ante las dificultades: “A ver cómo lo gestionamos”. Sirve para cualquier situación imprevista. Me chifla.

Un día le pregunté a mi otra hija que acaba de tener un bebé qué tenía que hacer para mejorar mis actitudes 'abueliles' y me dijo: “educar en el respeto”. Desde entonces abro todos los enlaces que me envían -supongo que a modo de indirecta- y que muchas veces ni abría y me procuro leer todo lo que cae en mis manos sobre la materia. Y os confieso que empiezo a entenderlas, aunque a veces me cuesta.

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