Andrea es médica de familia, así que no le cuesta mucho darse cuenta de que alguna de sus hijas, de tres años y nueve meses, respectivamente, está enferma. Es de Cádiz, pero trabaja en un Centro de Atención Primaria en Barcelona. Su marido es ingeniero y, como ella, también tiene un horario exigente que requiere de su presencia. Además de frecuentes viajes. La familia de él vive en su país, Uruguay. La enfermedad de una de las pequeñas, por tanto, supone un caos.
“He tenido que dejar a mi hija mayor enferma con niñeras prácticamente desconocidas. Personas con las que apenas me había tomado un café”, explica. “La culpa que sientes es enorme, pero en mi caso, faltar al trabajo es muy complicado. O hay que cancelar las citas de los pacientes o algún compañero tiene que hacerme un favor y cubrirme el turno. Un turno que yo le tengo que devolver”.
Andrea no está sola en esa situación. Muchas personas tienen que criar a sus hijos sin tener ningún tipo de apoyo familiar. A veces en situaciones todavía más complejas que la suya, de hecho.
Según datos del Informe Monoparentalidad y Empleo 2025 de la Fundación Adecco, actualmente en España existen 1.944.800 hogares monoparentales, lo que equivale al 10,3% del total. La gran mayoría de ellos, un 81,4%, están liderados por mujeres. En concreto 1.582.100 madres sacan adelante a sus familias sin más apoyo que sus propios recursos.
Una de ellas es Irene, madre soltera por elección de una niña de cuatro años. Irene es vasca pero vive fuera de Euskadi. Durante los dos primeros años de la niña sí pudo contar con la ayuda de su madre, que se mudó con ellas. Posteriormente, su padre enfermó y su madre tuvo que regresar.
Desde entonces, explica, su vida es “trabajar y criar, nada más”. Se organiza como puede: “Tengo una canguro que viene a las 7:15 a casa y se lleva a la niña a las 9:15 al cole. Yo trabajo en casa, pero empiezo a las 8:00 horas. Después la voy a buscar todas las tardes y paso la tarde con ella. Veo a mi hija muy feliz y eso me hace que yo también lo esté pero no tengo nada de tiempo libre. No puedo hacer la compra cuando quiero, no puedo ir a nadar en el mar, que me encanta, no puedo dejarla sola ni cinco minutos. No hay nada más en mi vida”.
La soledad como norma: una crianza contra natura
Para la filósofa y escritora Carolina del Olmo, autora del libro ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista (Siglo XXI, 2025), este tipo de situaciones no deberían sorprendernos, pero sí preocuparnos. “A lo largo de la historia de la humanidad, la crianza siempre ha sido una práctica colectiva”, explica. Y recuerda cómo, en sociedades cazadoras-recolectoras, “los bebés pasan una enorme cantidad de tiempo en brazos de otras personas que no son su madre. Lo raro es lo de ahora, que una mujer se pase el día sola encerrada en casa con su hijo”.
Y esa circunstancia excepcional en nuestra historia como especie tiene consecuencias. Del Olmo las resume de la siguiente forma: “La soledad física de criar a un bebé se ha estudiado muchísimo”, asegura. “Es bastante teratogénica, o sea, que produce depresión posparto. No es sano, no es normal y no ayuda”.
A la soledad se suma, añade, la inexperiencia estructural: “Muchos llegamos a adultos sin haber cuidado. Se ha perdido eso que pasaba antes que una chavala o un chaval había visto ya varios bebés antes de tener el suyo porque sus hermanas o sus primas, o las vecinas, ya habían tenido hijos. Entonces no solo es que estemos solos, es que estamos desorientados frente a esa experiencia”.
Muchos llegamos a adultos sin haber cuidado. Se ha perdido eso que pasaba antes que una chavala o un chaval había visto ya varios bebés antes de tener el suyo porque sus hermanas o sus primas, o las vecinas, ya habían tenido hijos
Pese a todo, Del Olmo intuye un tímido avance: “Por lo menos se habla más de esto. Hay más conciencia, desde la filosofía, la psicología o incluso desde las instituciones”. Aunque reconoce que cada poco tiempo aparecen modas que enturbian el debate.
Pone como ejemplo “las chorradas de las tradwives” que, opina, “no creo que tengan ningún efecto real en cuanto a apelar a jóvenes para convencerlas de que ese es un modelo de vida al que puedan aspirar, pero sí pueden polarizar el debate otra vez cuando estábamos en un momento interesante, creo. Desvían la atención de los problemas reales de cuidado y distorsionan el discurso feminista”.
Una tribu muy trabajada
Una idea útil sería, por tanto, crear o encontrar una comunidad de apoyo. Algo que puede resultar una tarea ardua, aunque tampoco imposible. A veces, con la ayuda de tres amigas, alguna canguro de vez en cuando y algún favor pedido puntualmente, es posible conseguir que la vida de los padres sin apoyos familiares no fluya, pero que al menos pueda seguir avanzando.
Irene conoce bien estas dificultades y nos resume sus estrategias de esta manera. “Tengo a mi amiga Pilar que vive aquí a la vuelta. También es madre sola y nuestras hijas se llevan muy bien. Si, por ejemplo, un sábado necesito hacer la compra desesperadamente y mi hija no quiere venir conmigo, pues la llevo a casa de Pilar y se queda con ella una hora”, explica. “Pero claro, es en casos de necesidad. No se la puedo dejar para irme a nadar a la playa. Con eso no puedo contar”.
Todo tiene sus pros y sus contras. Mis padres o mi hermano tienen formas de criar que para mí no son las mejores. De esta forma, al menos, he podido ir eligiendo mi tribu
También Andrea lo intenta: “De vez en cuando nos sentamos con mi marido para ver cuáles son las opciones reales que tenemos en cuanto a su trabajo y al mío”, nos cuenta. “También vamos creando un listín telefónico de personas de confianza que puedan quedarse con nuestras hijas: niñeras, pero también amigos y otros padres”.
Trabajan especialmente en esto último: tejer una red de padres amigos que estén en las mismas circunstancias que ellos y que predomine un poco la regla de hoy por ti y mañana por mí.
“Muchas veces ni siquiera es que vengan a cuidarte a la niña: es venir a jugar un rato con ella para que tú puedas poner una lavadora o barrer la casa”, apunta. “No ha quedado otra solución que formar una red, que lo bueno que tiene es que si la construyes desde cero pues puedes ir moldeándola a tu gusto. Eligiendo qué tipo de personas quieres que estén más presentes en tu vida”.
Dicha esta ventaja, enseguida lo matiza: “No querría romantizar demasiado esta forma de criar. No he encontrado nada bueno en criar así. A veces, te encuentras que tienes que ‘colocar’ a las niñas –porque la palabra es esa– y las dejas con una niñera pero el sentimiento de culpa es enorme ya que quizá está enferma y es justo el momento en el que más necesitaría estar con alguien conocido”.
Irene es algo más suave: “Todo tiene sus pros y sus contras. Mis padres o mi hermano tienen formas de criar que para mí no son las mejores. De esta forma, al menos, he podido ir eligiendo mi tribu”.
El coste económico de la crianza en soledad
Hasta ahora hemos abordado este problema desde el punto de vista logístico o emocional. Pero también tiene una faceta económica que resulta obvia: es un agujero financiero continuo.
Si la economía va justa, los progenitores pueden desbordarse. Y no hay nada peor que un padre o madre preocupado por la economía familiar, ya que crea mucha inestabilidad
Rosa Maestro, fundadora de Masola, una asociación para madres solas por elección, lo formula sin suavidad: “Para las familias que no tienen apoyo cercano, criar supone un tormento”.
La activista habla de frustración, depresión, desgaste físico... Pero también de un mayor gasto económico. “La economía no suele estar muy bollante en este tipo de familias porque a veces solo entra un sueldo y es necesario hacer gastos que otras familias se ahorran como niñeras o actividades extraescolares”, explica.
Todo esto tiene consecuencias en otros campos porque “si la economía va justa, los progenitores pueden desbordarse. Y no hay nada peor que un padre o madre preocupado por la economía familiar, ya que crea mucha inestabilidad”.
Y la cosa empeora, señala, si alguno de los hijos tiene necesidades especiales. “No hay ayuda escolar ni institucional. Unas simples pruebas para detectar un TDAH o el autismo cuestan 500, 600 o 700 euros, más luego psicólogos, logopedas, etc.”.
La crianza sin red no debería ser una heroicidad
A lo largo de estas historias y reflexiones aparece una idea común: criar sin apoyo no es una elección épica ni una demostración de fortaleza individual, sino una situación estructural que hoy afecta a miles de familias y que se sostiene, casi exclusivamente, a base de desgaste personal.
Al preguntarles, ninguna de las madres entrevistadas pide milagros. Ninguna reclama soluciones utópicas. Lo que demandan es algo mucho más básico: tiempo, flexibilidad y condiciones materiales que hagan posible cuidar sin tener que vivir siempre al límite.
Para Andrea, la reivindicación es clara y concreta. “A mí lo que me cambiaría la vida sería tener flexibilidad laboral”, explica. Poder quedarse en casa cuando alguna de sus hijas está enferma sin que eso suponga cancelar las citas de sus pacientes, sobrecargar a sus compañeros o tener que pedir favores constantes. No tener que elegir entre cuidar y cumplir.
En su caso, como en el de tantas personas empleadas en sectores esenciales, la conciliación no falla por falta de voluntad individual, sino por la rigidez de un sistema que sigue considerando el cuidado como una contingencia privada.
Necesitamos un entorno que asuma la vulnerabilidad como parte constitutiva de la vida adulta y no como una anomalía que cada familia debe resolver por su cuenta
Irene apunta en la misma dirección, aunque desde otro lugar. Su demanda no es solo laboral, sino vital: “Me gustaría contar con una ayuda que no tuviera que pagar”, dice. Alguien con quien su hija esté bien y ella pueda, simplemente, descansar. “No he tenido un descanso desde que se fue mi madre”, confiesa.
Desde el ámbito teórico y político, Carolina del Olmo insiste en que el problema no es individual, sino cultural: “Necesitamos un entorno más amable para criar”, sostiene. Un entorno que asuma la vulnerabilidad como parte constitutiva de la vida adulta y no como una anomalía que cada familia debe resolver por su cuenta.
En ese sentido, propone cambios estructurales: reducción drástica de la jornada laboral, “pero a 25 horas como mucho”, afirma. Que nos diera más tiempo disponible para la vida cotidiana y un sistema de derechos sociales menos dependiente del empleo: “Cobramos paro cuando hemos trabajado un año y medio. Tenemos derecho a un permiso de maternidad remunerado cuando llevas cotizado no sé cuánto tiempo”, explica. “Todo está vinculado al trabajo y en una sociedad en la que este ya no es la fuente de lo que era antes, necesitamos una organización de derechos sociales y de protección social que sea independiente de él”. Medidas que no solo beneficiarían a quienes crían, sino al conjunto de la sociedad.
Rosa Maestro, desde la experiencia asociativa, es más pesimista sobre el corto plazo, pero no menos clara. Según ella, mientras no exista un apoyo institucional real, las madres seguirán sosteniéndose unas a otras como puedan. “Hacer tribu con otras madres es, hoy por hoy, la única manera de salir adelante”, afirma. Pedir ayuda, buscar asociaciones, tejer redes informales: no como ideal romántico, sino como estrategia de supervivencia.
Finalmente, todas coinciden en lo esencial: criar sin red no debería implicar heroísmo. No debería exigir renuncias constantes ni culpa ni agotamiento crónico. No debería depender de la buena voluntad de amigas, de niñeras improvisadas o de abuelos sobrecargados. Si la crianza es una tarea imprescindible para sostener la sociedad, también debería ser una responsabilidad compartida.