Balance de la visita de Sánchez a Palestina: de los gestos a los resultados
Salvo que se la esté reservando para una posterior andanada diplomática, hasta sorprende la timidez de la reacción del gobierno israelí a la visita del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, por tierras palestinas. A fin de cuentas, se ha limitado a acusarlo de dar apoyo al terrorismo de Hamás, cuando lo habitual hubiera sido que completara el exabrupto acusándolo de antisemita. Esa es la forma en la que tradicionalmente Benjamin Netanyahu y los suyos pretenden callar voces críticas, como si señalar las violaciones del derecho internacional que vienen cometiendo desde hace tiempo significara un alineamiento con los terroristas y un odio visceral a los judíos. Y lo peor es que, en la mayoría de los casos, es un recurso que les funciona; lo que otorga a Tel Aviv un margen de maniobra del que no dispone ningún otro Estado del planeta para saltarse todos los límites y todas las reglas de juego que obligan a una potencia ocupante y a un Estado que se dice democrático y de derecho.
En términos comparativos con lo que está siendo el tono medio de reacciones gubernamentales a la brutalidad del castigo israelí contra los gazatíes -basculando impotentemente entre el lamento por la pérdida de vidas humanas y la inocente petición de contención a las partes-, el gesto de Sánchez debe entenderse como un acto de valentía política. Por supuesto, siempre se puede ir más allá y romper relaciones diplomáticas, establecer un embargo de armas (como sí se ha hecho con otros violadores de las normas de la guerra), congelar los intercambios comerciales (en torno a los 3.200 millones de euros anuales, con un claro superávit a favor de España) y hasta apuntarse a la campaña BDS (boicot, desinversión y sanciones). Pero, en términos realistas, habrá que reconocerle el mérito de haberle dicho cara a cara a Netanyahu lo que ningún otro dirigente occidental se ha atrevido a hacer. Y basta con mirar a la inmediata reacción israelí de enfado para calibrar la importancia de dicho gesto.
Lo que ocurre, en cualquier caso, es que lo que demanda actualmente la situación sobre el terreno no son tanto gestos como hechos y resultados inmediatos. Y, desde esa perspectiva, de la visita (en compañía del primer ministro belga) no se extrae un balance que permita pensar que habrá servido para, al menos, encarrilar el proceso hacia una pronta solución del conflicto.
Por un lado, la petición de alto el fuego que ambos visitantes han planteado en alguna declaración a los periodistas (no directamente a Netanyahu) ni siquiera cuenta con el respaldo unánime de los Veintisiete, con Alemania a la cabeza de los que se alinean plenamente con Israel, bloqueando una vez más la posibilidad de que la Unión Europea pueda tener un papel relevante en la búsqueda de solución a un conflicto que nos toca tan de cerca. De ahí que lo más habitual estos días sea contentarse con la petición de treguas, pausas y corredores humanitarios que sólo son, en el mejor de los casos, respiros puntuales a la espera de que la violencia vuelva a desatarse.
Por otro, aunque lo haya manifestado recientemente en su discurso de investidura y lo haya vuelto a mencionar con ambigüedad durante la visita, el reconocimiento unilateral de Palestina como Estado no parece que esté a la vuelta de la esquina (salvo que ahora, tras la reacción israelí, se acelere el paso para demostrar que España no se amilana ante la bronca). Es cierto que un reconocimiento unilateral por parte de España no va a cambiar las dinámicas sobre el terreno, pero también lo es que ya hay unos 140 países en el planeta que han dado ese paso y que hasta el parlamento español aprobó en 2014 una proposición no de ley en ese mismo sentido, sin que nunca se haya dado el paso definitivo. Incluso en la propia Unión Europea ya hay nueve países (el último fue Suecia, en 2014) que lo han hecho. En el fondo, esperar a una unanimidad que no es realista a día de hoy es simplemente diferir la decisión ad calendas graecas, tratando de esconder la falta de voluntad política para ello.
Tanto o más difícil se adivina ese paso si encima se supedita a la previa celebración de una conferencia internacional de paz. Actualmente el proceso de paz está muerto y por si hiciera falta alguna señal del grado de voluntad del gobierno israelí para sentarse a una mesa con sus contrapartes árabes (incluyendo la palestina) para encontrar una solución negociada al trágico conflicto que los enfrenta desde hace décadas, basta recordar que Tel Aviv ha anunciado de inmediato que no enviará representantes a la reunión de la Unión por el Mediterráneo que se celebrará el próximo lunes en Barcelona. Junto con la ONU, la Asociación Euro-Mediterránea es el único foro internacional en el que Israel se sienta en términos de igualdad con los palestinos y el resto de los países árabes, y su ausencia sólo puede interpretarse como una clara señal por parte del gobierno supremacista de Netanyahu de que está dispuesto a proseguir su rumbo hasta conseguir el dominio total de la Palestina histórica por todos los medios.
¿Es necesario, llegados a este punto, tener que añadir que condeno los atentados de Hamás y que respeto a los judíos tanto como a cualquier otro pueblo del planeta para no ser igualmente tachado de dar apoyo a los terroristas y antijudío?
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