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Doloroso ruido

Una mujer recibe una vacuna en el Palacio de los Juegos Mediterráneos de Almería.

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Hace unos días escuchaba la rueda de prensa de Antonio Zapatero, viceconsejero de Salud Pública de la Comunidad de Madrid. No tenía que cubrirla y sólo lo hacía para tratar de entender los detalles de la vacunación de las personas que más me importan y viven allí. Fue una experiencia desagradable.

Aparte de la escasez de datos útiles concretos en una larga intervención, era doloroso ver a una autoridad sanitaria, un médico, vociferando cual político en campaña contra las decisiones que había tomado el Ministerio de Sanidad sobre la vacuna de Oxford/AstraZeneca. Discutibles o no, eran las mismas que habían tomado sus colegas de Alemania, Francia, Italia, Bélgica o Países Bajos. 

El interés primero y casi único de este servidor público parecía ser atacar al Gobierno nacional en lugar de ofrecer información útil a los madrileños en un momento delicado. Incluso deslizó que en Madrid las personas llamadas a vacunarse estaban dejando de acudir a las citas con un nivel de rechazo al menos tres veces superior al de otras comunidades autónomas de toda España, algo verdaderamente chocante por la diferencia con los demás. ¿Fueron los madrileños tan diferentes del resto de España por unas horas? ¿O hizo algo distinto de las demás la Comunidad de Madrid?

También utilizó una y otra vez información incorrecta sobre Reino Unido: este médico atribuyó la bajada de los contagios desde diciembre sólo al (sin duda) exitoso plan de vacunación, en contra de lo que dice el primer ministro Boris Johnson. El principal freno inicial contra la letal ola de contagios de este invierno ha sido el cierre de bares, restaurantes, tiendas no esenciales, cines y teatros y la recomendación del teletrabajo junto a un control estricto de fronteras. Los efectos de la vacunación se notan ahora en la bajada de las hospitalizaciones y las muertes, pero sin las restricciones para controlar el virus desbocado el Reino Unido no estaría donde está. “El grueso de la reducción de la enfermedad ha sido por el confinamiento”, explica el primer ministro conservador.  

Sin duda, sale más barato para los gobiernos abrir todo, dejar que el virus circule muy rápido y mueran más personas vulnerables. También cuesta más vidas. En estos datos recogidos por The Economist se puede ver el “exceso de muertes” -por encima de la media normal y una manera de estimar el impacto de la pandemia- para comparar regiones de España y de Europa.

El golpe más duro fue el de la primera ola (y donde, en el caso de España, las medidas y su tardanza dependieron del Gobierno central), pero las regiones que menos medidas han aplicado han estado por encima de “las muertes esperables”. Inglaterra está entre las regiones que ha sufrido este año mayor exceso de muertes, efecto de unas pocas semanas de apertura en diciembre, y frenó en seco la tragedia aplicando un estricto cierre que sólo ahora está relajando muy lentamente y mirando “a los datos, no a las fechas”, como dice el Gobierno de Johnson. Después de cuatro meses, y con una incidencia por debajo de la de España, los interiores de los pubs y restaurantes siguen cerrados, continúa el teletrabajo y nadie puede entrar en el país sin tres PCRs. Desde principios de marzo, como se puede ver en los datos del Economist, Londres está por debajo de la media “normal” de mortalidad: según la semana, hasta un 21% menos de muertes en comparación de la media de otros años.

En el caso de Madrid, casi lo más doloroso de todo es ver a un médico hablando así. Por desgracia, ya es normal en España que los políticos jueguen con lo más valioso, la salud, utilizando los números como si no se refirieran a personas. Una ya espera poco de Isabel Díaz Ayuso o de Pedro Sánchez, que irresponsablemente deslizó que los datos de incidencia de Madrid podían estar falseados cuando bien debe saber que desde hace meses acumulan retrasos que luego se corrigen. Ciertamente el retraso es un problema y no sólo sucede en Madrid, pero el foro para quejarse y tratar de arreglarlo es el técnico, durante las reuniones entre el Ministerio de Sanidad y la Consejería de Salud, y no un corrillo con periodistas, sin detalles y tirando la piedra y escondiendo la mano (en público, no quiso explicarlo). 

Hace tiempo que dejé de ver las ruedas de prensa de Fernando Simón porque a menudo su principal aportación es describir la forma de la curva de contagios en alza, que intenta suavizar con múltiples metáforas mientras el Gobierno central sigue de espectador y los ciudadanos quedan al albur de la buena o mala suerte que tengan según lo irresponsable que sea el gobierno regional que les ha tocado. Pero al menos no utiliza ese foro para atacar a políticos a voces como si fuera un político más.

En esta crisis ha quedado claro que las voces de la salud pública también se equivocan y que a veces pueden ser instrumento de políticos y sus pequeños intereses. Pero la mayoría sigue haciendo un esfuerzo por seguir siendo un referente de calma y orientación práctica para los ansiosos ciudadanos: es esencial que no se dejen arrastrar por quienes contaminan su misión. Ya nos sobran políticos, y si las autoridades sanitarias se unen al griterío entonces estamos perdidos.

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