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La lengua del Nobel

El escritor Jon Fosse posa en Frekhaug, en Noruega, después del anuncio del Nobel este jueves.

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Probablemente uno de los descubrimientos del Nobel de Literatura de este año (al menos en mi caso) es el nynorsk, una de las maneras de escribir en noruego y la más minoritaria. La palabra significa “nuevo noruego” aunque es la forma más antigua y menos utilizada frente al bokmål, que significa la lengua “de libro” y está entroncada con el danés que una vez dominó el país. 

Jon Fosse, el premiado, escribe sus obras de teatro, novelas y poesías de esta manera que se enseña en el 15% de las escuelas de Noruega. Las instituciones oficiales usan ambas formas y el nynorsk es lengua oficial en algunos municipios sobre todo en el oeste del país, donde nació y creció Fosse. La mayoría de los periódicos no están escritos así y los jóvenes prefieren otras formas de escribir. 

La obra de Fosse en cualquier caso ha sido traducida por todo el mundo, también al español, y ha tenido especial repercusión en el teatro en Alemania y Francia y más recientemente también en el teatro en inglés. Su editor en Reino Unido, de la editorial independiente Fitzcarraldo, especialista en descubrir premios Nobel antes de que lo sean, subrayaba este jueves la importancia de que Fosse escriba con este dialecto minoritario como un gesto político en sí, según comentaba. “¿Cuándo es la última vez que ha ganado el Nobel una lengua con tan pocos hablantes?”, decía el traductor del escritor al inglés. “El nynorsk es una lengua minoritaria que está bajo presión constante, y Fosse es un defensor continuo que ha mostrado las cualidades literarias especiales de esta lengua escrita”, decía también la especialista en literatura del periódico noruego Klassekampen al diario británico Guardian.

En realidad, Fosse tiene una explicación más personal. Cuando la publicación cultural Los Angeles Review of Books le preguntó en una entrevista el año pasado si escribir en nynorsk era un “acto político”, Fosse contestó: “No, simplemente es mi lengua. Es lo que aprendí desde mi primer día en la escuela hasta el final, durante 12 o 13 años. Es una lengua minoritaria, y esa es la única ventaja que tengo como escritor. Casi nunca se usa en anuncios o en empresas de la manera en la que se utiliza en la academia, la literatura y la iglesia. Como no se usa mucho, tiene un tipo de frescura que el bokmål no tiene”. 

Las batallas políticas sobre lenguas oficiales, cooficiales y minoritarias no sólo suceden en España. Son en muchos sentidos parte de la riqueza, variedad y complicación de la historia europea. A menudo también reflejan la tensión entre lengua familiar y la estándar, entre la lengua oficial con las reglas que intentan canonizar las instituciones y la viveza y naturalidad con la que se utiliza esa lengua o se pasa de una a otra. De ello también es buen reflejo la historia de los diccionarios, como el de Oxford en inglés, producto de las contribuciones de decenas de miles de personas que mandaban usos de palabras que encontraban por todo el mundo: un ejemplo pionero de cómo hacer un texto inclusivo y que en el siglo XIX era considerado una idea de rebeldes que no respetaban el idioma como se debía. Otro modelo de esa frescura es el diccionario de María Moliner, más vivo y cercano a la cultura popular que el de la Real Academia. 

Lo que tal vez nos recuerda Fosse es la intimidad de las lenguas que a menudo se pierde en debates más partidistas y cómo los escritores pueden ayudar a recuperarla igual que otros apasionados de las palabras. La preservación de la riqueza lingüística es uno de los bienes culturales en un continente tan plurilingüe y políglota como Europa. Por supuesto, en parte tiene que ser una cuestión política por el derecho a hablar tu lengua y a que te puedas comunicar que va mucho más allá del estatus institucional o del acervo cultural detrás. Pero la lengua, incluso de la que se hace más bandera, no es sólo algo colectivo, es también personal. Hacer chistes para marcar distancias con el otro o utilizar las lenguas como moneda de cambio hace que se pierdan de vista la intimidad de una lengua y la naturalidad con la que a menudo convive con las demás que tiene cerca. 

La otra lengua de la que habla Fosse en las entrevistas es la de escritura como algo único que a él le empuja a contar una historia y a callar cuando no tiene más que decir. Desde esa intimidad que tiene con su lengua natal, Fosse sólo quiere a más personas, muy lejos de su pequeño rincón. Y confía en que lo que quiere transmitir no se pierda en la traducción. En otra entrevista, en el Financial Times en 2018, decía: “Si escribo bien, puedo ver mis experiencias en lo que he escrito. Pero también puede verlas una señora en Japón y un cincuentón en Rusia. Eso es lo que me interesa”. 

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