¿Estará todavía está allí para ver el próximo Año Nuevo? El ruido sobre la durabilidad de Keir Starmer se calma estos días en que los parlamentarios están lejos de los salones de té y los pasillos de Westminster, pero los wasaps zumban de un lado a otro con la misma agitación: ¿debería quedarse o debería irse?
Cualquier partido que haya caído tanto, dudaría rápidamente de su líder. Con un -54%, Starmer ha sido declarado el “primer ministro más impopular de todos los tiempos”, un título que también ha recibido en algún momento dado cada uno de sus cuatro predecesores. Teniendo en cuenta lo poco que tienen en común Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss, Rishi Sunak y Starmer, quien venga después puede sumarse al club de los “más despreciados” en este momento de volatilidad antipolítica.
Internamente, los laboristas discuten sobre qué se gana con cambiar la cara de quien está en en la cima del poder y qué se pierde en estabilidad política, después de los locos años de puerta giratoria de los conservadores en el número 10 de Dowining Street. Tras el referéndum del Brexit, cambiar de primer ministro cuatro veces en ocho años casi destruye al otrora “partido natural de gobierno”. Con todo “sin precedentes”, la historia no es una guía, las viejas lealtades del partido están muriendo y los nuevos partidos están haciendo promesas extravagantes.
En el Times, Fraser Nelson, el editor de 'Spectator', desalienta a los laboristas a abandonar a su líder, advirtiéndoles que no “alucinen acerca de los poderes milagrosos de una cara nueva”. Un nuevo primer ministro necesitaría un nuevo mandato, escribe: “Sin esto, las divisiones del gabinete se vuelven más difíciles de controlar; los diputados, más difíciles de domesticar. Las cosas empiezan a desmoronarse. Por lo general, tales líderes terminan convocando elecciones para buscar un mandato personal (Theresa May) o sacar al partido de su agonía (Sunak). O simplemente porque ya no puede controlar el Parlamento (James Callaghan)”. Pero todos seleccionan lo que quieren de la historia, y este consejo no es de alguien con buenos deseos hacia los laboristas. Un consejo nada inocente proviene del Sunday Times: “El Partido Laborista todavía no tiene una buena razón para deshacerse de su primer ministro electo”. El fracaso es una buena razón.
Peter Kellner, encuestador y analista, escoge de la historia el ejemplo del éxito de John Major. Tras reemplazar a Margaret Thatcher en 1990 después de que ella se hundiera a su nivel más bajo, sus ratings se dispararon al 61% y, en 1992, obtuvo una cuarta victoria consecutiva de los conservadores. Major fue notable solo en su insignificancia, pero la impopularidad de Thatcher se había convertido en una carga insoportable. Eso es lo que dicen los aspirantes a defenestrar a Starmer en el laborismo: los votantes lo detestan. Para mí es un misterio el veneno contra un hombre serio y decente, con un impresionante recuento de cosas bien hechas. Puede que le falte la oratoria y el carisma, pero después de los primeros ministros que acabamos de sufrir, esta aversión siniestra solo puede surgir de una furia más profunda contra los gobiernos y los políticos gobernantes. ¿Cuánto podrá aguantar un nuevo líder?
Sin embargo, si las elecciones locales de mayo próximo arrojan resultados catastróficos, con la bancada parlamentaria y el gabinete en obras y sin luz en el horizonte, los laboristas pueden hacer lo que nunca han hecho. Para evitar ser el primer primer ministro laborista formalmente echado, Starmer podria retirarse con elegancia y dignidad, diciendo: “He hecho todo lo posible, ahora es tiempo para otra persona”. Esto nunca sucede, pero, quien sabe, vivimos unos tiempos sin precedentes.
Cuando se hizo innegable que las elecciones de 2010 se perderían, Gordon Brown debió haberse apartado, mejorando su reputación. Una renuncia voluntaria de Starmer ayudaría a que la selección del próximo líder fuera un drama menos dañino. Los candidatos obvios son buenos: Wes Streeting, Angela Rayner y Andy Burnham son inteligentes y practicados, pero todos tienen que demostrar que entienden lo que significa “cambio”.
No te molestes en cambiar de líder por la apariencia y la oratoria. Los parlamentarios laboristas necesitan una razón unificadora, sin el canto fúnebre del laborismo triste ni tentaciones de fantasías a lo Corbyn. “Cambio” debe significar escapar de un manifiesto pobremente concebido y declarar abiertamente: “Desde que el manifiesto fue escrito, el mundo ha cambiado tanto que se ha vuelto irreconocible: Donald Trump es presidente y rompe alianzas; Europa está en guerra; la economía global está amenazada por una gigantesca burbuja de IA; la extrema derecha está en marcha”. Descarta promesas fiscales que distorsionen las prioridades presupuestarias. Abandona las líneas rojas del Brexit, libérennos para acercarnos lo más que Europa esté dispuesta a aceptar. Introduzcan de inmediato una representación proporcional para rescatar la democracia con una política de cinco partidos. Depura las donaciones de Westminster.
El gobierno se ha visto abrumado por la falta de dinero, y eso no cambiará. Teniendo en cuenta la sombría evaluación de sus restricciones hecha por el think-tank Resolution Foundation, un nuevo líder tiene que decir cómo mejoraría las cosas. ¿Qué nuevos fuelles podrían encender las brasas del crecimiento? Admitir la magnitud del problema con honestidad para denunciar a Nigel Farage y su fantasiosa contabilidad Verde. Cuéntennos para qué sirve el gobierno. No se trata solo de una cuestión de buenas palabras.
Puede ser imposible para los parlamentarios laboristas ponerse de acuerdo sobre la persona o las políticas de un nuevo líder. Los intentos de golpe contra Brown fracasaron debido a la lucha interna por un sucesor. Las renuncias del ministros que le pedían públicamente que “se hiciera a un lado”, varios complots, una carta rebelde dd dos exministros a todos los parlamentarios laboristas y un probable rival desapareciendo en las horas cruciales de la trama dieron buenas historias: toda la información sobre el laborismo se centró en un posible asesinato. Ese es el riesgo de una insurrección ruidosa e indecisa.
Si suficientes parlamentarios laboristas tienen el valor, el plan, la organización y la claridad de propósito, entonces “sería bueno que se hiciera rápido”, como escribió Shakespeare en 'Macbeth'. ¿Por qué esperar a cierta calamidad electoral en mayo? Sin bola de cristal, me parece seguro que un número suficiente de ellos convocarían la tolerancia entre facciones para acordar una nueva vía hacia adelante. La medida del “cambio” exitoso sería elevar los ratings de los laboristas, despedir a Farage y hacer las cosas más difíciles que el país necesita. Si eso no sucede, el laborismo podrá mirar hacia atrás a los logros de la era Starmer y preguntarse por qué actuaron así.