Sabemos que saben hacerlo mejor, mucho mejor
Los desayunos en días festivos suelen ser especialmente dulces, para quien tenga los mínimos cubiertos, claro.
Algunas aprovechamos para tomarnos dos cafés, saltarnos la eternamente desequilibrada dieta con un extra de cruasanes y deambular online entre páginas de periódicos varios, desde el que hay que leer si queremos enterarnos de lo que pasa a nivel más local, hasta los que cuadrarían más con nuestros intereses y miradas.
En el repaso de los imprescindibles, a veces el cruasán se nos queda entre las muelas, ante nuestra caída de mandíbulas. Aho zabalik, que decimos en euskera. El café se nos vuelve ácido, por mucha canela que lleve. Un regusto desagradable, de racismo cutre y salchichero, se nos desparrama sobre la mesa. Es lo que me ocurrió hace 15 días.
¡Ay! ¡Otra vez! Mi cabeza procesa lo que ve en la portada de papel del decano de los diarios provinciales. Una portada que rezuma racismo. Un mensaje con un alcance proporcional a la credibilidad e influencia de este medio, hijo de una familia mediática poderosa y muy, muy asentada. Un diario formado por profesionales, con criterio mediático contrastado, que a menudo ha contribuido a normalizar cuestiones con un marcado estigma social, que, en fin, ha contribuido a hacer sitio para todas las personas que formamos esta sociedad. Uno de los objetivos, aunque no solo, más honrosos de los medios de comunicación y que justifica su existencia y necesidad. Pero no entiendo muy bien por qué con el racismo tienen recaídas y también, una constante erupción, como un herpes latente, que no se acaba de ir, y que hace brotes recurrentemente.
“Ni las prohibiciones ni el tiempo desapacible disuaden de consumir alcohol en la calle, desde grupos de jóvenes, a una familia de Mongolia” dice el titular sobre una foto donde se ve a agentes de la policía municipal trabajando de noche. Y ya sabemos que la nocturnidad siempre aumenta la sensación de alevosía, actos ilícitos… También es verdad que le da morbo y espectacularidad a la cosa.
Como decía, vemos a la policía interpelando a unas personas de rasgos asiáticos. Para ver a los jóvenes tenemos que entrar en la versión online y generar tráfico al medio. Miedo me da ver los comentarios si abren ese espacio en algún momento. O las interacciones en Twitter, que gracias a contenidos como estos, incitan a que se convierta en un vertedero de odio. Pero claro, es que esos titulares son demasiado golosos para que criptorracistillas de internet dejen pasar semejante invitación a soltar al racista que llevan dentro, que se les apolilla si no les dan espacio para colocarlo.
No se entiende muy bien cuál es el propósito de apuntar a la 'familia de Mongolia'. “La Guardia Municipal donostiarra, con los ciudadanos asiáticos pillados bebiendo”. Pillados infraganti, en flagrante delito, ya ve usted, qué desagradecidos. Encima que les dejamos vivir aquí, no respetan nada.
No me coloquen el argumento de que describen un hecho. Todas y todos tenemos recorrido para saber a estas alturas que el argumento es débil, sonrojante para quien se tome en serio como profesional. Evidentemente, se está criminalizando a un colectivo susceptible de ser discriminado por origen. Si como dice la noticia “sólo el 5% de los sancionados fueron personas de origen extranjero”, ¿por qué llevarlo a portada? No parece lo mismo si destacamos que “el 95% de las personas sancionadas fueron euskaldunes”. Claro, lo noticioso se nos va, y nos quedamos sin gancho. Aunque el gancho exacerbe el discurso de odio, antesala de la violencia física.
A otro nivel, lo mismo hace con los jóvenes este reportaje. Con la COVID, el último colectivo sospechoso, homogeneizado por arte de representación mediática e institucional, es la juventud. Que según esta imagen, les da igual todo, y con tal de montar fiesta, les da igual contagiar a la abuela o a su madre. No sé yo si representarles así favorece a alguien y responde a la verdad social.
Criarnos en una sociedad estructuralmente racista, machista, edadista, capacitista y no sigo, pero hay más conceptos para nombrar la discriminación de toda persona que se salga de una norma en la que cabe más bien casi nadie, no es una impronta de la que nos libremos fácilmente. Por eso, si por un lado lo estamos intentando, por lo menos algunas instituciones, medios y entidades, alguna gente, gente que ya ve que una sociedad inclusiva no se puede sustentar en privilegios de un grupo sobre otro, no nos vengan a torpedear tan burda pero eficientemente. La parte de la balanza de la discriminación aún tiene mucho peso en nuestra construcción e imaginario. Nos sobran todos los extras que nos regalen. Y en casos donde estamos consiguiendo quitarnos esa mochila tóxica, publicaciones así nos pueden tirar abajo el castillito. Porque es frágil de mantener, ante los embates cotidianos de distinta intensidad, mediáticos, políticos, institucionales, culturales….
Lamentablemente, y eso lo sabemos bien en el Observatorio de la Diversidad de SOS Racismo, el racismo es una asignatura muy pendiente de muchos medios de comunicación, no solo del que mencionamos hoy. Aún son demasiados, por lo que su labor no es inocua. Este que hemos tomado es un ejemplo de lo que podríamos ver en más de uno. El racismo es algo transversal.
En fin. Si se confirma la dinámica mediática de que las portadas las eligen las y los responsables últimos en redacción, ni la periodista que ha realizado el presente reportaje se merece malograr así su trabajo, ni la sociedad, todas las personas que la conformamos y la mejoramos, independientemente del origen que tengamos, nos merecemos estas derivas racistas y discriminatorias. Ni qué decir de las hijas e hijos (si los tuvieran) de la familia retratada, que seguramente algún aprieto habrán pasado estos días en la ikastola.
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