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Insultos que no son solo insultos. LGTBfobia en las calles de Madrid

Los LGTB de América Latina encuentran su lugar con el GPSGAY

Eduardo F. Rubiño

Diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid —

Lo contábamos en Twitter ayer por la noche. Estábamos cogiendo el metro Lavapiés para ir a tomar algo con unos amigos cuando al bajar las escaleras nos cruzamos con un grupo de chavales que subían por la escalera de al lado. Nosotros íbamos hablando relajadamente y nos habíamos abrazado sin darnos cuenta. Fue en ese momento cuando los chicos comenzaron a gritarnos varias cosas, que al principio no entendimos. El primer ¨maricones“ nos hizo caer en la cuenta de lo que estaba pasando. Luego continuaron los insultos y los comentarios homófobos hasta que nos perdimos de vista. 

Con la estación llena de gente y los guardias de seguridad al lado de los tornos en ningún momento temimos que nos fueran a agredir físicamente. De hecho incluso nos volvimos para intentar verles la cara y responderles. Cuando se marcharon se nos quedaron varias sensaciones que nos gustaría contar, no tanto por lo que nos sucedió a nosotros, sino por el momento que vive Madrid en cuanto a la LGTBfobia. 

Nos vino a la cabeza rápidamente que había sido una tontería y que no había pasado nada. Pero nos quedamos en silencio, en un banco, con una mezcla de bajón, de impotencia y de rabia, un poco avergonzados incluso por no haber sabido reaccionar de otra forma. No es la primera vez que nos ocurren situaciones parecidas, aunque hacía mucho que no nos pasaba. Lo cierto es que cuando te ocurre a ti piensas que un insulto no es gran cosa, que el insulto de unos descerebrados no debe hacerte parar ni un momento. Que incluso concederle demasiada importancia es casi rendirte ante ellos, mostrarte débil cuando no lo merecen.

Pero sí tiene importancia. En primer lugar porque esos mismos chavales que a nosotros nos vieron en las estaciones de metro, ante las cámaras de seguridad, la gente, las luces y los guardias, no iban a pasar a mayores, pero quién sabe con quién se cruzaron en cuanto salieron por la boca del metro. Es este mismo perfil el que luego acosa y pega a una pareja cuando vuelve a casa por una calle solitaria de madrugada o que si se cruzan con una persona trans le dan una paliza. Por poner un ejemplo real que me han prestado desde el Observatorio Madrileño contra la violencia por LGTBfobia: en enero dos chicas lesbianas se besan en un bar y se les quedan mirando unos chicos. Les preguntan que si son lesbianas, dicen que sí y siguen con comentarios homófobos hasta que uno de los agresores pega un puñetazo a una de ellas. Por eso, ni ante el más mínimo insulto, ni ante la más leve muestra pública de homofobia podemos quedarnos callados ni calladas. Porque los que nos han insultado a nosotros son los mismos que mañana quizás le rompen la cara a alguien. 

En segundo lugar porque los insultos tienen una enorme fuerza performativa que las personas LGTBI interiorizamos desde el primer “maricón” que oímos en la escuela (el insulto más utilizado en las aulas aún hoy), y por tanto no son una cosa menor. Un insulto homófobo no deja de ser una enseñanza vital que te dice: ándate con ojo, porque tú no puedes permitirte mostrarte en cualquier lugar como haría cualquier persona verdaderamente normal. Un insulto no es solo el momento en el que alguien pronuncia un insulto, sino cómo resuena en tu cabeza, cómo resuenan todos y cada uno de los que hemos oído las personas LGTBI desde que somos pequeñas, dirigidos a nosotras o a otras y que nos han enseñado que no somos bienvenidos. El resultado es que no hace falta que nadie te insulte ni te agreda para que en muchos lugares no te cojas de la mano, no te des un beso o no hagas según qué cosas sin mirar dos o tres veces lo que tienes alrededor. Es una amenaza invisible que afecta a tu subjetividad y la construye desde una vulnerabilidad que los hombres heterosexuales no conocen. Hay personas trans que sencillamente no se atreven a coger el metro porque saben que se exponen a sufrir ataques graves por su sola presencia.   

Las agresiones por LGTBfobia no han dejado de aumentar en los últimos años en la Comunidad de Madrid. Así lo refleja el último informe del Observatorio Madrileño contra la LGTBIfobia de 2017 que ha sido recientemente publicado. En la Comunidad de Madrid se recogen 321 incidentes, incluyendo 120 agresiones verbales, 70 casos de discurso de odio, 57 agresiones físicas, 27 amenazas 18 denegaciones de servicio 8 agresiones sexuales y 4 expulsiones del hogar.

Las conclusiones de este informe relacionan este nuevo brote LGTBfobia con el aumento de la visibilidad que tenemos. Conforme nos comportamos con mayor naturalidad en zonas céntricas, conforme nos sentimos más libres para expresarnos como queremos surge la reacción más virulenta de quienes ya han perdido casi toda la batalla cultural.

No es casualidad que sea precisamente durante la semana del orgullo cuando más agresiones se producen en la Comunidad de Madrid (41 incidentes justo durante el orgullo pasado) ni que las agresiones ocurran precisamente en la ciudad de Madrid y no en otros municipios pequeños donde las personas LGTBI muchas veces ni se plantean mostrarse en público como tales. Golpean allí donde hemos conquistado espacios. Por eso hay que denunciar, denunciar públicamente y ante la policía. Porque afortunadamente en Madrid y gracias a que el Partido Popular perdió la mayoría absoluta tenemos una Ley de Protección Integral contra la LGTBifobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual, y una Ley de Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y no Discriminación, conocida como Ley Trans, que son pioneras en el mundo y que deben protegernos a todos y todas.

No podemos dar ni un paso atrás hasta devolver a sus guaridas a las alimañas que aún andan sueltas creyendo que la calle sigue siendo suya. La próxima batalla será hacer que se cumplan esas leyes que conquistamos y que a día de hoy, la dejadez del gobierno autonómico ha dejado en suspenso. Pero el camino que hemos emprendido es irreversible y no vamos a dejar de pelear ni un momento, hasta que todos podamos sentirnos libres y seguros en nuestras calles. Feliz orgullo. Hagamos de la visibilidad nuestra mayor arma un año más.

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