Negacionismo colonial
La propuesta de revisar el contenido de los museos españoles para superar su posible “marco colonial”, planteada por el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ha vuelto a soliviantar a quienes consideran que España no debe realizar ningún ejercicio de reflexión sobre su papel en la Conquista y colonización de América. En una entrevista reciente, la delegada de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, rechazó la idea de Urtasun afirmando que “no tiene ningún sentido” porque España no tuvo colonias sino virreinatos y, además, en los museos españoles no habría objetos extraídos por la fuerza de esos territorios porque “España no expolió”.
Tales aseveraciones demuestran un grave desconocimiento del etnocidio que padecieron los pueblos prehispánicos a causa de la Conquista española, un proceso de control territorial en el que la extracción de riquezas discurrió a la par que la destrucción de los vestigios culturales previos como vía para imponer la nueva cultura y religión foránea. Así desapareció buena parte del acervo cultural de estos pueblos y civilizaciones, entre ellos su memoria plasmada en distintos códices de los cuales se conserva un número irrisorio (y no precisamente en tierras americanas). Ante un saqueo patrimonial incalculable, afirmar que “España no expolió”, midiendo el expolio en el inferior número de piezas procedentes de América que España tendría en sus museos respecto a otros países, cuando la Corona española fue la principal ejecutora de esta empresa imperial, puede sonar a broma de mal gusto, además de poner en evidencia no haber entendido el sentido de la propuesta del actual ministro de Cultura.
Sin embargo, eludir responsabilidades a través de la comparación con lo que hicieron otros países es un clásico de quienes llevan años respondiendo al grito de “leyenda negra” cualquier cuestionamiento que se haga al papel de España en la Conquista y colonización de América, aunque las críticas procedan de otros españoles. Las declaraciones de Rivera de la Cruz traslucen, sobre todo, la incomodidad con un tema que, en el fondo, cuestiona la actual identidad nacional española, construida durante siglos sobre el orgullo del sometimiento a otros pueblos, como demuestra el simple hecho que la fiesta nacional de España se celebre el 12 de octubre, día en el que Cristóbal Colón habría “descubierto” el “Nuevo Mundo”. Y aquí radica gran parte del drama y los conflictos, también contemporáneos, que arrastra sin resolución no sólo el nacionalismo español sino también el propio Estado erigido sobre una sacrosanta unidad de España impuesta contra la voluntad de algunos de los pueblos que lo habitan. A lo que se suma la incapacidad, que comparten muchos ciudadanos de este país, de verse desde afuera y analizar críticamente los elementos, en este caso bastante problemáticos, que han conformado la identidad española.
Desgraciadamente, las premisas de las que parte Rivera de la Cruz están muy extendidas. Los intentos de negar el carácter colonial e, incluso, imperialista del dominio español en América no son nuevos y no siempre han estado protagonizados por españoles, de hecho. Aparecieron en el debate historiográfico ya en el siglo XX, también por parte de un sector de historiadores latinoamericanos, mucho más próximo por afinidades culturales o de clase con cierta academia española franquista. Tales historiadores, pertenecientes a una larga tradición de clases dirigentes hispanófilas, mostraban sus simpatías hacia el supuesto papel modernizador de España. Este debate se sigue alimentando en la actualidad con trabajos de dudoso rigor histórico.
Pero, más allá de los debates historiográficos, parece evidente que el hecho de que la organización de los territorios de ultramar españoles se diera en forma de virreinatos no cambia la naturaleza colonial de la dominación hispana en América. Por tanto, la trampa de negar relaciones de poder dependientes y asimétricas, propias de un orden colonial bajo control imperial, usando otra categoría que supuestamente ponga a esos territorios en términos de una igualdad que no era tal, no deja de ser un ejercicio de funambulismo muy propio de un perfil humano que puede ser englobado bajo la etiqueta del negacionismo colonial.
Este negacionismo colonial se enmarca en un paraguas más amplio, el de un revisionismo histórico que también reescribe las causas de la Guerra Civil española a la vez que niega o minimiza los crímenes del franquismo
Este negacionismo colonial se enmarca en un paraguas más amplio, el de un revisionismo histórico que también reescribe las causas de la Guerra Civil española a la vez que niega o minimiza los crímenes del franquismo. Se trata de un negacionismo amplio que está calando en una parte de la sociedad española gracias a la ofensiva reaccionaria comandada por intelectuales retrógrados, autores de best sellers pseudo históricos que inundan las estanterías de las grandes cadenas de venta de libros e influencers en las redes sociales al rescate de la hispanidad. Semejantes ideas encuentran asimismo altavoces en un amplio espectro mediático que va desde los canales televisivos referentes de la ultraderecha hasta en los medios hegemónicos, presuntamente plurales pero donde es difícil encontrar voces que cuestionen los pilares identitarios del nacionalismo español, ni se diga su lectura romantizada de la Conquista.
De hecho, la defensa de la hispanidad ha tomado nuevos bríos hoy, a lado y lado del Atlántico, en una alianza que no sólo es intelectual sino también política. Aglutina en América Latina a descendientes de criollos, o de migrantes europeos más recientes, que conforman unas burguesías nacionales que, siglos después, siguen asumiendo y reproduciendo el orden colonial. Y, en España, es reivindicada por unas clases dominantes que pretenden seguir dirigiendo de manera indirecta los designios del continente tutelando sus liderazgos. La fundación FAES presidida por José María Aznar sería una de sus principales herramientas.
En esta tarea, quienes defienden la “gesta civilizatoria” que supuso la Conquista encuentran aliados entre individuos autodenominados de izquierdas –pero con posiciones reaccionarias próximas a la derecha o la ultraderecha–, algunos de los cuales pertenecen a fuerzas que dicen hablar en nombre del comunismo o del marxismo, una ideología emancipadora en las antípodas del etnocentrismo que justifica el colonialismo. Defender el sometimiento de otros pueblos por estar menos “civilizados” no es sólo la antítesis de un pensamiento revolucionario que requiere de una mínima empatía humana sino también una muestra de la falta de comprensión del nefasto impacto del colonialismo y el imperialismo en las poblaciones donde se impone. Parece innecesario afirmar que alabar imperios, cualesquiera sean, difícilmente se puede considerar una postura de izquierdas, pero en tiempos de negacionismo de lo obvio, hay que recordarlo para evitar que algunos reescriban a su antojo las doctrinas ideológicas, además de la Historia.
Quizás este fenómeno no debería extrañarnos si tomamos en consideración que la visión institucional que se tiene y se proyecta de América Latina desde los distintos organismos del Estado español sigue permeada de cierto paternalismo, de un mal disimulado sentido de superioridad y de una voluntad de reconquista empresarial. No hay más que acudir a los documentos y declaraciones emanados del Ministerio de Asuntos Exteriores, así como a los discursos del rey, quien tiene por mandato constitucional una simbólica representación del Estado en “las naciones de su comunidad histórica”, es decir, en América Latina y el Caribe. De hecho, el anacronismo de enviar a un representante de la misma institución que sojuzgó durante siglos a pueblos que se sienten ya liberados ha provocado algún altercado diplomático en los últimos años. Sirva también recordar la respuesta que, en 2019, el Gobierno de España dio al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, cuando requirió al Vaticano y a la Corona española que pidieran perdón a los pueblos originarios “por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos”: “La llegada (…) de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”.
Parece evidente que el actual Estado español no entiende que deba asumir ninguna responsabilidad con el papel histórico ejercido por las instituciones que le antecedieron. A diferencia de la realidad de muchos países de nuestro entorno, y más allá, donde se han puesto en marcha procesos de revisión colectiva del pasado colonial, y de sus impactos en las poblaciones colonizadas y en la metrópoli colonizadora, España sigue inmune, de momento, a esta oleada decolonial. Por supuesto, se puede argumentar que este proceso tan en boga afuera puede convertirse en un lavado de cara para resarcir agravios del pasado mientras se cometen abusos en el presente. El caso de Canadá, uno de los países donde la sensibilidad institucional con el tema decolonial es más acusada, podría ser paradigmático: mientras se recuerda en cada clase universitaria o en cada sesión de cine que se está en tierras de pueblos originarios, las mineras canadienses, con la aquiescencia tácita de su Estado, no tienen problema en ir a aprovecharse de las riquezas de otros pueblos originarios al sur del continente.
Pero estas contradicciones no deben impedir reconocer que, si bien el ejercicio de reparación de estas acciones pueda ser más simbólico que real, sin embargo, tiene un impacto positivo en las sociedades porque establece que determinadas ideas o prácticas, previamente asumidas acríticamente, ya no se pueden normalizar. Este deber con la memoria genera conciencia sobre el daño que provoca todo ejercicio de un poder imperial y todo colonialismo. Que esta labor se inicie desde los museos no parece una idea descabellada. Por mucho que algunos quieran presentar estos debates como un innecesario ejercicio de reescritura del pasado con ojos del presente, estamos más bien ante temas plenamente vigentes pues su legado condiciona la política y la sociedad actuales. Es más, en tanto el colonialismo y el imperialismo, sean del pasado o del presente, se sigan queriendo ocultar, ponerles nombre y denunciar sus crímenes se vuelve un compromiso ineludible para el conjunto de la humanidad.
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