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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Rigor técnico para la transición energética

Secretario general del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España (CSCAE) —

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La crisis energética actual ha acelerado la toma de decisiones sobre el uso racional de la  energía en nuestras viviendas. En poco tiempo, el coste de la energía que mantiene nuestros  hogares se ha convertido en un gasto que compite, en esfuerzo económico, con la financiación  de la vivienda. En menos de doce meses, los contratos de luz en el mercado libre han pasado  de 0,09 a 0,16 kilowatios hora de media. Antes, con una energía más barata, pasábamos  agradablemente los inviernos en nuestras viviendas, sin preocuparnos excesivamente por su  repercusión en nuestros bolsillos o por el despilfarro energético que generaban los ineficientes  sistemas instalados o el aislamiento pobre de nuestros hogares.

Como consecuencia de todo esto, durante el último año, tratando de buscar una mayor eficiencia y ahorro económico, se ha generalizado la colocación de placas fotovoltaicas, que está convirtiendo los tejados y cubiertas de nuestras viviendas y edificios en zonas de producción eléctrica. De esta manera, durante unas horas del día, la dependencia energética de los hogares puede verse reducida significativamente.  

Pongamos un ejemplo. Una instalación de 5 kilowatios pico (kwp) puede generar en invierno de 600 a 800 kilowatios hora mensuales de energía. Una energía que no “compraremos y  autoconsumiremos”, cubriendo así, probablemente, las necesidades medias diarias de energía de un hogar. Sin embargo, resulta tan curioso como alarmante que nos preocupe lo que consumimos sin saber lo que derrochamos.  

La inversión económica que ha de hacer el propietario de una vivienda o una comunidad de vecinos en un edificio residencial para una instalación de este tipo tarda en recuperarse en torno a unos ocho años de media, siempre y cuando el precio de la energía se mantenga en los términos en los que se planteó la compra. Pero, además, hay que tener en cuenta otros factores importantes: cada hogar consume la energía de manera distinta y el aprovechamiento de las horas de sol está fuera de nuestro control. 

Ahondando en esto último, en los días laborables, la mayoría de nuestras viviendas están desocupadas. Esa energía que producimos y no consumimos se vuelca a la red como excedente que las compañías eléctricas compran un 50% más barato que la energía que nosotros pagamos, previamente, a la comercializadora. Al llegar la noche, cuando volvemos a nuestros hogares, el consumo energético se dispara y, entonces, tendremos que comprar la energía a precio de mercado.  

En resumen, si hacemos cuentas, en ese momento la instalación ya no resulta tan rentable. Además, hay que introducir dos nuevas variables: el aumento del precio de la energía año a año y la demanda energética real de nuestra vivienda. De esta forma, la inversión realizada puede llegar a ser rentable a los quince años, más cerca de la vida útil de las placas fotovoltaicas. Pero, en ese periodo, las placas pueden haber perdido de un 10% a un 15% de eficacia, lo que vuelve a elevar de uno a dos años más el tiempo necesario para recuperar la inversión.  

La orientación de los edificios es algo inamovible, pero que tiene consecuencias directas sobre cómo colocar las placas. Un tejado con aguas al sur acoge las placas necesarias, ofreciendo un rendimiento óptimo. En cubiertas planas, las posibilidades son múltiples y nos permiten  disponer las placas no sólo al sur, sino con la inclinación adecuada sobre unos soportes  específicos, además de posicionarlas fuera de zonas de sombras y de su visión directa desde la  calle, evitando afear o ensuciar la visión arquitectónica de nuestros entornos urbanos. 

Pero, además, no podemos obviar otras consideraciones importantes relacionadas con la instalación de estos sistemas en nuestros tejados. Una es el impacto sobre el edificio. Su instalación, con una licencia de obra menor, no requiere de ningún estudio técnico pormenorizado que informe, de manera adecuada, sobre el asoleamiento real de la vivienda,  el rendimiento neto y las afecciones sobre los elementos de cubierta, en especial, frente a  viento y humedades.  

Asimismo, las ráfagas de viento, que pueden mover estar placas, someten a una carga de fatiga considerable a los materiales sobre los que se anclan y los problemas derivados de ello  pueden amenazar el estado y la seguridad del edificio y de las personas. Posibles vuelos sobre  canalones, la invasión de medianeras y anclajes sobre terceros o perforaciones sobre los elementos de impermeabilización, con las consecuentes humedades por filtración en los  paramentos interiores, son algunos de estos problemas. 

Y aún hay un tercer elemento que hay que tener en cuenta a la hora de instalar estas placas: su afección sobre el entorno y el paisaje urbano, que debería ser amable y respetuosa, puesto  que pueden suponer un daño difícil de disimular, sobre todo, en ciudades con una orografía  pronunciada. En estos casos, los tejados actúan como una tercera fachada, por lo que, en conjuntos históricos y entornos protegidos, el descuido administrativo puede alterar, de forma irreparable, la identidad de nuestros pueblos y ciudades.  

Un país como España, con tantas horas de sol, tiene la obligación de usar esta energía renovable para reducir la dependencia actual de fuentes externas y contaminantes. Es un compromiso social con las generaciones futuras y los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados por Naciones Unidas. Pero, en lugar de optar por soluciones fáciles que se repiten hasta la saciedad sin calibrar sus costes reales, esa transición ha de realizarse de una manera sensata, estudiando cada caso. 

Nuestros edificios tienen un potencial de mejora que debe ser evaluado pormenorizadamente y, una vez analizada la reducción de su demanda de energía de forma individualizada, podremos proponer un sistema de cogeneración adecuado, ya sea fotovoltaico, geotérmico, aerodinámico o la combinación de varios, integrados en el edificio, con garantías de su utilidad para el consumidor y respetuoso con el entorno construido. Además, ese potencial de mejora individual puede considerar alternativas extraedificatorias como las comunidades energéticas, las centrales térmicas de biomasa o la cesión de excedentes entre particulares distintos. 

Por lo tanto, en la transición energética, apostemos por el rigor técnico para encontrar las soluciones que más se ajusten a las necesidades de cada vivienda, que serán las más eficaces.