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La violación de los derechos humanos como arma de chantaje

Una vista aérea de los rascacielos que emergen a través de la niebla que cubre el horizonte de Doha, Qatar.

Mohammed Al-Kuwari

Embajador de Qatar en España —

Cuando el 5 de junio de 2017 algunos países vecinos decidieron imponer un duro e inexplicable bloqueo contra el Estado de Qatar, la noticia saltó a las primeras páginas de la prensa internacional. Mucho se habló en aquel momento sobre posibles consecuencias políticas y económicas y hubo diversas especulaciones sobre las razones que habían llevado a tomar una decisión de tal calibre. La razón principal que esgrimieron los Estados impulsores fue clara y directa: acusaron a Qatar de apoyar el terrorismo. La impotencia que sintieron el Gobierno y la sociedad qataríes ante semejante imputación ha ido desembocando en un clima de calma gracias a las evidencias que han mostrado a la comunidad internacional la manifiesta falsedad de aquel dardo envenenado. Qatar no apoya, no ha apoyado y no apoyará jamás movimientos extremistas o terroristas. Espero sinceramente que puedan sostener lo mismo naciones sobre las que se extiende la duda del asesinato del periodista Jamal Khashoggi, el paradero incierto de cientos de desaparecidos, el impulso del conflicto bélico que asola Yemen o la situación de miles de presos políticos.

Hoy, más de dos años después de la sorpresiva maniobra que instauró el bloqueo hacia nuestro país, el tiempo ha realizado su imparable labor. La noticia ha desaparecido de las portadas de la prensa internacional, pero continúa siendo una constante en la vida de una región que ha visto empañada su estabilidad por los caprichos de algún dirigente irresponsable. Efectivamente y por muy absurdo que pueda parecer para los ciudadanos de los países democráticos occidentales, la decisión unilateral de intentar aislar a Qatar no fue fruto de un minucioso análisis llevado a cabo por un Parlamento. Ni siquiera se trató del dictamen de un presidente electo, sino del disparatado envite de un poder arbitrario. Lo que en la mente de muchos puede parecer propio de un argumento de ciencia ficción se ha convertido en la realidad con la que viven desde hace más de dos años multitud de personas en la región del Golfo.

Las consecuencias más sangrantes de este conflicto no se encuentran en el apartado político, ni siquiera en el plano económico o comercial. Es en el nivel social donde pueden observarse los auténticos dramas. Desgraciadamente, en una época en la que la defensa de los derechos humanos se ha convertido en un asunto prioritario para la mayoría de los países del mundo, aquellos que decidieron romper relaciones con Qatar han utilizado su violación como un arma de chantaje y presión. Nuestro país ha sido objeto de multitud de maniobras que han pretendido aislarnos y extenuarnos hasta provocar la aceptación de unas condiciones disparatadas. No obstante, no solo los qataríes sufren los efectos del bloqueo, sino también muchos ciudadanos de los países impulsores, obligados a separarse de sus seres queridos o a renunciar a sus vidas, sus trabajos, sus estudios o sus tratamientos médicos por la exigencia de sus Gobiernos, los cuales les obligan a abandonar Qatar. Además, padecen las consecuencias de la calificada como “ley de simpatía”, que castiga duramente, con multas e incluso penas de cárcel, a cualquier persona que muestre el más mínimo indicio de acercamiento o empatía hacia nuestro país. En definitiva, algunos Estados están criminalizando la solidaridad, hecho que debería resultar escandaloso en los tiempos que corren.

A todo ello se une la conocida realidad que viven las mujeres dentro de sus fronteras, muchas de ellas encarceladas, reprimidas o privadas de derechos universales tan importantes como la libertad de expresión. Asimismo, es responsabilidad común ofrecer un futuro esperanzador a los más jóvenes, unas expectativas que les hagan mirar hacia adelante con ilusión. Qatar, a pesar de haberse enfrentado a una coyuntura compleja en estos últimos años, ha sido capaz de crear un modelo que se ha constituido en referencia del mundo árabe. Los jóvenes de muchos países de nuestro entorno ven en nuestra nación un lugar en el que existen oportunidades, trabajo, formación, deporte, cultura y turismo.

En definitiva, no estamos en un buen momento para las acusaciones infundadas, los chantajes o las violaciones sistemáticas de los derechos humanos. El tiempo ha demostrado que no cede a las mentiras y que la defensa de la igualdad y de las libertades es mucho más poderosa que la represión. Qatar apuesta por el diálogo y la negociación como única fórmula para luchar contra la sinrazón. Por fortuna, sabemos que no estamos solos en esta senda.

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