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Así viví el golpe de Estado en Turquía

Partidarios de Erdogan toman los taques sacados a las calles por el Ejército durante el golpe de Estado en Turquía / Depo Photos \ EFE

Carmen Taberné

Ankara —

Hoy es 17 de julio del año 2016 y hace un día y medio del golpe de Estado fallido que tuvo lugar el 15 por la noche en Turquía. Era viernes. Habíamos estado trabajando durante toda la semana con un grupo de expertos que habían venido a Ankara a participar en un seminario. Todo había ido bien y queríamos celebrarlo con una cena. Decidimos ir a Tunali, una zona céntrica de Ankara donde hay muchos bares y restaurantes y donde la gente suele concentrarse los fines de semana.

Ese día, no sé por qué, tenía una extraña sensación, un mal presentimiento. Habíamos quedado con el experto inglés en un parque lleno de gente. Yo decidí esperar en la acera de enfrente. Quería evitar aglomeraciones. Me sentía incómoda. No sabría explicar muy bien por qué. Estuve callada durante toda la cena, o al menos, más callada de lo normal. Alfredo me preguntó si me pasaba algo, porque no es muy normal que yo no participe activamente de las conversaciones. Le dije que estaba cansada, pero en realidad, estaba inquieta.

Alrededor de las nueve de la noche, comenzaron a sobrevolar aviones caza del ejército turco a muy baja altura. Al principio no le dimos mucha importancia, pero cada vez eran más frecuentes, más escandalosos y más numerosos. A los 20 minutos de que hubiera pasado el primer avión, se había estado sucediendo un goteo constante de un avión cada dos minutos, aproximadamente. Al cabo de un rato, empecé a inquietarme y así se lo hice saber a Alfredo. Él le quitaba hierro, pero yo sabía que algo extraordinario estaba pasando. No se hacen ensayos para el día de la Victoria un viernes a las nueve de la noche. No se trataba de alguna maniobra rutinaria.

Al poco, empezamos a recibir mensajes en el grupo de Whatsapp que tenemos varios españoles en Ankara, en el que está incluido el embajador. Nos confirmaban que algo estaba pasando, pero aún no se sabía muy bien el qué. Las informaciones eran confusas. Se hablaba de que todos los puentes de Estambul estaban siendo cortados al tráfico, que el aeropuerto de Ataturk se había cerrado, que había un enorme despliegue policial por las calles de Ankara y Estambul, pero ¿por qué? ¿Y por qué tanto despliegue aéreo? Olía mal. El embajador nos recomendaba ir a casa y no movernos de allí. En ese momento, me levanté de la mesa y obligué al resto a hacer lo mismo y a pedir la cuenta rápidamente. Me dio la sensación de que me miraban un poco raro. Era la única mujer en un grupo de cuatro hombres. Debieron pensar que exageraba o algo así, pero a mí me daba igual. Había que irse rápido. Mientras pedían la cuenta de la cena, me fui a la calle y busqué un taxi. “En breve la gente empezará a usarlos para volver a casa y no habrá”, pensé. No había tiempo que perder. Dos minutos más tarde, salieron todos y nos fuimos a casa. Por el camino, empecé a recibir mensajes de compañeros de trabajo que decían que, según la prensa turca, podría tratarse de un golpe de Estado. Esta fue la primera vez que oí la palabra coup (golpe de Estado), y curfew (toque de queda), y todo me sonó como a ciencia ficción. Golpe de Estado… Los cazas seguían sobrevolando Ankara y provocaban un gran estruendo. Por la calle había mucha policía, escopeta en mano. En el ambiente se respiraba mucha tensión; el taxista no paraba de hacer llamadas. No logré entender nada de lo que decía. Él también estaba nervioso.

Llegamos a casa rápidamente y encendimos la tele, pero las noticias aún eran muy confusas. En ese momento recibimos un mensaje de la embajada en el que se confirmaba la hipótesis del golpe de Estado. Bueno, la buena noticia es que estábamos en casa, y según nos informaban, nada nos pasaría si no salíamos a la calle. Hasta ese momento no me había planteado informar a mi familia. No quería preocuparles sin saber exactamente lo que estaba pasando, pero la noticia del golpe de Estado en Turquía no tardaría en extenderse y no quería que se enterasen por el telediario, así que llamé a mi padre y a mi madre y les conté lo que estaba sucediendo. Uno nunca se imagina que vaya a tener que dar este tipo de noticias en algún momento de su vida. Intenté medir mis palabras y no ser excesivamente alarmista, pero la verdad es que no había otra manera de decirlo: “Mmm, mamá/papá, oye, que no te asustes, pero… mmm… que parece que se está produciendo un golpe de Estado en Turquía”. Mi madre, lo noté por su voz, se quedó en shock. Mi padre no daba crédito. Me daba cuenta perfectamente, aunque el intentaba disimular y transmitirme calma. Mi hermana, que suele preocuparse bastante cada vez que pasa algo aquí, se enteró durante una representación en el Teatro Romano de Mérida y casi le da un telele. Al resto de mis hermanos les informé directamente por un grupo de Whatsapp. Así son las cosas en el siglo XXI.

La noticia corrió como la pólvora y en media hora mi teléfono echaba humo. Amigos, familiares y conocidos me escribían preguntándome por lo que estaba pasando. Yo contestaba a todos los mensajes que podía y les informaba de que estábamos bien. Salí al balcón y puede ver cómo decenas de cazas sobrevolaban Ankara a toda velocidad dibujando las trayectorias más audaces. Algunos iban a tal velocidad que rompían la barrera del sonido, provocando estruendos similares a los de una bomba. A ello, se sumaban el ruido de las bombas que estaban siendo lanzadas sobre el Parlamento turco, los tanques, las ambulancias; desde todas las mezquitas de la ciudad se escuchaban llamamientos que animaban a la gente a salir a la calle a defender al presidente. El propio Erdogan había hecho lo mismo minutos antes al más puro estilo Rajoy, pero en cutre; en lugar de plasma usó la pantalla del teléfono móvil. Por rudimentaria y teatral que parezca, esta puesta en escena fue de lo más efectiva. Al rato, las calles de Ankara y Estambul se llenaron de gente en señal de protesta y rechazo a la intentona de golpe. Hasta tal punto fue decisiva la intervención ciudadana, que muchos atribuyen el fracaso del golpe a este apoyo masivo a Erdogan en las plazas. Tuve la sensación de estar dentro de uno de esos juegos de realidad simulada, pero lo cierto es que no, que estábamos siendo testigos de algo histórico.

Mantuvimos la calma todo lo que pudimos. Los mensajes de la embajada eran tranquilizadores, en lo que se refiere a nuestra integridad física. Pero ahí fuera estaban pasando muchas cosas. Podíamos verlo y oírlo. Lo más impactante no era la foto de un cielo plagado de aviones y de destellos de bombas y bengalas. Lo más estremecedor e inquietante era el ruido de los aviones. Los escuchabas aproximarse desde lejos hasta que los sentías justo encima de tu cabeza. En el punto más álgido no sabías si iban a caer encima de ti hasta que el sonido empezaba a decrecer y el aparato se alejaba. Hubo un momento en el que, en un acto reflejo, me tiré al suelo e intenté meterme debajo del sofá. Alfredo y Pablo (uno de los expertos españoles que se alojaba en nuestra casa) me miraron raro y una micromilésima de segundo más tarde me sentí totalmente ridícula. Me levanté y recuperé la compostura con toda la dignidad de la que fui capaz.

Nos acostamos aproximadamente a las cuatro de la madrugada. La tensión nos había dejado baldados. Me costó dormirme, pero finalmente lo conseguí. A las cinco y pico, soñé que una bomba caía sobre el Parlamente haciendo un ruido tremendo y en ese momento Pablo se levantó y se dirigió a nuestra habitación. Los cristales habían temblado y parecía que la bomba había caído allí mismo. “¿Estáis bien?”, nos preguntó Pablo. Yo me desperté sin saber muy bien dónde estaba y si seguía en el juego de realidad simulada o no. Vi que los tres estábamos bien y continué durmiendo. A la mañana siguiente me levanté y tomé un café en el mismo balcón desde donde la noche anterior había contemplado aquel espectáculo bélico. Parecía una guerra. O al menos, a mí me lo parecía. Disfruté de la calma y del silencio como nunca. Tampoco olvidaré ese café y ese pitillo en la terraza del día siguiente al golpe. Fueron los más apacibles de mi vida.

Turquía es un aliado incómodo, pero necesario. Por eso la comunidad internacional ha mostrado su apoyo a la legalidad constitucional en el país y ha condenado de forma unánime el golpe de Estado fallido. Veremos qué pasa en las próximas semanas y la deriva que toma el asunto. Solo espero que el pueblo turco sea el actor principal de su historia y de las decisiones que le afectan, como lo ha sido de este fallido golpe de Estado.

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