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Biografía alternativa de Feijóo

Feijóo, a los siete años, retratado en París.

Jose A. Pérez Ledo

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Alberto Núñez Feijóo nació en septiembre de 1961 en un pequeña aldea gallega de apenas dos habitantes. Según él mismo ha contado en varias ocasiones, su primera palabra fue “auxilio”, lo que dejó claro a sus padres la poca predisposición del chiquillo para el ámbito rural.

Los Feijóo eran tan pobres que se alimentaban de ilusiones, muchas de las cuales ni siquiera les pertenecían. La familia contaba con solo dos ovejas, pero no podían comérselas porque una de ellas se usaba como montura y la otra ejercía como canguro y preceptora del pequeño Alberto.

Siendo Albertito el único niño en 600 kilómetros a la redonda, no tardó en desarrollar una fértil imaginación. “Fraga jugaba conmigo todos los días y me daba valiosos consejos”, recordaría años más tarde. Fue ese Fraga psicogénico el primero en animarle a dejar atrás aquella aldea miserable. En palabras de Feijóo: “Manuel me dijo: «Tito, tú estás destinado a algo grande. Viaja, conoce mundo y, algún día, tomarás las riendas del país»”.

A la tierna edad de siete años, Alberto hizo el hatillo y se plantó en París, donde fue parte activa del mayo francés. Esta temprana conciencia política le llevó a descubrir que, “por justa que sea una reivindicación, nunca merece romper el mobiliario urbano”, tal y como dejó escrito en una de sus misivas a Alfonso XIII.

Para entonces el monarca llevaba treinta años muerto, pero eso no impedía al imaginativo Feijóo mantener una intensa correspondencia con él. “Yo no lo consideraría una patología exactamente”, asegura un terapeuta y amigo de Feijóo, en este caso, real. “Alberto se pasó solo toda la infancia y juventud. Aquella era su manera de compartir sus ideas políticas con alguien”. Sus más de trescientas cartas sin respuesta condensan el grueso de su pensamiento político además de varias recetas de cocina, una crítica de La Guerra de la Galaxias donde se alinea con el Imperio, varios chistes de gangosos y lo que podría ser un poema.

A los 15 años, Feijóo se enroló en una expedición ballenera que le llevó hasta Terranova, Canadá. Es ese viaje, el joven Alberto aprendió varias lecciones que luego emplearía en su trayectoria política, como hacerse amigo del que parezca más peligroso o lanzar los cadáveres por la borda. También aprendió a hacer nudos de trébol, razón por la cual jamás lo verás con el cordón de un zapato suelto. Fue en las gélidas llanuras de Terranova, mientras deshacía grasa de ballena en un barreño, cuando decidió hacerse funcionario.

En 1996, Aznar necesitaba un hombre con conocimientos de medicina para el Ministerio de Sanidad, y alguien le habló de un muchacho gallego que, durante años, había lidiado con el escorbuto en alta mar. Feijóo iniciaba así su carrera política.

Su amplia experiencia filatélica, tras más de tres décadas carteándose con gente muerta, le valió la presidencia de Correos. Empezó entonces su lucha por darle una nueva vida al telégrafo. La implantación de internet, sin embargo, dejó sus empeños en agua de borrajas.

Al alcanzar la presidencia gallega en 2009, Feijóo comprendió que aquellas palabras del Fraga psicogénico de su niñez habían sido proféticas. Estaba, en efecto, destinado a algo grande. Hoy Alberto Núñez Feijóo es un hombre de éxito con varios emolumentos, alguno de ellos de cuantía desconocida. Pero, en el fondo, sigue siendo aquel niño que sueña con escapar de la aldea a lomos de su oveja.

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