Borrar murales feministas, posible delito de odio
En los últimos días, y con motivo de la celebración del 8M, en las calles de distintos puntos de España y, especialmente, en la Comunidad de Madrid, los rostros de las mujeres que protagonizan diferentes murales feministas han sido emborronados con pintura durante la noche, a escondidas y parapetándose en el estado de alarma que no han respetado sus autores. Estos actos, que algunos se atreverán a calificar como actos vandálicos, están muy lejos de ser solo eso. Más bien son una señal de alerta de la polarización de los seguidores de extrema derecha que vienen ocupando el espacio público en clara amenaza al orden democrático y los valores sobre los que esté se sostiene.
Este tipo de ataques, aunque sean materiales, cuando están motivados en el rechazo, aversión y odio hacia un grupo diana de las discriminaciones –colectivo vulnerable, en lenguaje de derechos humanos– nada tienen que ver con el vandalismo. Más allá del daño económicamente exigible y reparable, sus autores dejan un mensaje que quiere intimidar y reproduce la violencia que sufre ese grupo diana a nivel estructural. En este caso el grupo diana del mensaje de odio es claro: todas aquellas mujeres que se identifiquen como feministas y/o con los feminismos; y la violencia que reproduce no es difícil de adivinar: la violencia machista que, precisamente, se denuncia en fechas clave como la del 8 de marzo.
Utilizar esta fecha clave para atacar estos murales feministas es importante. Porque reafirma el motivo de la intención que se tiene y, por tanto, la idea de que estamos ante un incidente de odio de carácter político. Que estos ataques hayan sido con ocasión del 8 de marzo concuerda, y no solo, con los indicadores de polarización que nos indican cuando estamos ante un supuesto delito de odio. Por esto, más allá del destrozo en las paredes que habían sido depositarias de obras de arte urbano, es necesario ver e identificar, especialmente por parte de los líderes políticos, la violencia simbólica que representa estos hechos y debe ser condenada con contundencia.
No es difícil darse cuenta de que de lo que ha sucedido en el barrio de Ciudad Lineal de Madrid, en Alcalá de Henares, en Getafe, en Huelva.... es un ejercicio de poder, de dominación que busca imponer unas ideas y someter otras totalmente legítimas y legitimadas. Ninguna democracia que se autoproclame plena puede ignorar, relativizar o infravalorar ni estos actos ni otros que se vienen sucediendo como los ataques perpetrados contra centros de menores extranjeros. Llevamos meses alertando de que se están cruzando las líneas rojas de la libertad de expresión por parte de los líderes de la derecha descentrada, sin que desde las instituciones se actúe y con la total naturalización y normalización de la retórica de la ultraderecha y sus representantes por parte de los canales de información que llegan masivamente a los hogares en horario prime time.
Los ataques a los murales feministas son un ataque a la democracia y otra señal más de cómo la impunidad con la que se sienten los seguidores de extrema derecha va a más y de cómo el hilo invisible que teje sus ideas totalitarias anuda cada día a más gente a una extraña hermandad con la intolerancia, la agresividad y la ofuscación. Lo inquietante no es solo esto, sino que, además, parece que no interesa dar cabida ni visibilidad a quienes practican contra narrativas que muestran cómo manejar la fragilidad personal y fracaso social que representa que los sentimientos de odio estén siendo refugio de cientos y cientos de personas que se creen lo de la guerra cultural, los enemigos de España y que el feminismo defiende la supremacía de la mujer sobre el hombre.
Mentiras que cuando se convierten en verdades incuestionables se tornan en un peligro real para la convivencia y paz social que hacen que el día a día sea cada vez más violento. Como decía Audre Lorde, “lo que nos separa no son nuestras diferencias, sino la resistencia a reconocer esas diferencias y enfrentarnos a las distorsiones que resultan de ignorarlas y malinterpretarlas”. Distorsiones como las que alienta la extrema derecha cuando quiere hacer ver como un acto de autodefensa de la familia, la patria, las fuerzas del orden, el trabajo, la moral... su ataque directo a la médula espinal de la democracia, esa que vertebra los derechos, en este caso, los derechos políticos de las mujeres que no son como ellas ni lo que esperan ellos. No es cualquier ataque el que han sufrido los murales, sobre todo si se sabe lo que representa la potencia feminista para la extrema derecha: ni un paso atrás.
16