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Los buenos gestores y la gente humilde

Ione Belarra, Yolanda Díaz y Pablo Iglesias en el traspaso de carteras a las dos primeras.

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Tuve un colega allá por los 2000 que, contra todo pronóstico, votó al PP en unas elecciones. Ante mi estupefacción, me dijo que lo había hecho porque, aunque no estuviera de acuerdo en casi nada con ese partido, eran “buenos gestores”. Es verdad que mi colega era uno de los tíos con menos luces que me he encontrado en la vida, y desde luego no puede decirse que tuviera nada parecido a una construcción ideológica, pero no dejó de sorprenderme su decisión, que no encajaba ni con su trayectoria vital, ni con su contexto social, ni con el comportamiento de su día a día. Mi más simplón colega fue títere que vino a representar una de las mejores estrategias de las que se han valido siempre las derechas, y que en aquellos tiempos consiguieron extender de manera literal: la de convencer a quienes no pertenecen a su caladero de votos natural (un caladero de clase, un caladero ideológico) de que solo ellos tienen la pericia necesaria para gobernar porque son buenos gestores.

Hay que ser bastante corto para no darse cuenta de a qué se refiere la derecha cuando habla de gestión. La experiencia, la historia, nos demuestra que se llama gestión a lo que debiera llamarse enriquecimiento personal, tráfico de influencias, delito fiscal, blanqueamiento de capitales, sobresueldos, prevaricación, cohecho, amiguismo. Todo ello englobado en una malversación de fondos públicos que convierte en sinónimos las palabras gestión y corrupción. La gran mayoría de los ministros y colaboradores de Aznar en las fechas en que mi colega les regaló su voto porque eran “buenos gestores” fueron después imputados, condenados e incluso encarcelados por los delitos de corrupción: Jaume Matas, Eduardo Zaplana, Rodrigo Rato, Ángel Acebes, Ana Mato son solo algunos de ellos. Si nos remitimos a los papeles de Luis Bárcenas, la lista se abulta como un bolsillo reventón de fajos de billetes y convierte al propio Partido Popular en responsable civil subsidiario de los delitos de su ex tesorero. La caja B, el caso Gürtel, el caso Taula, el caso Púnica, el caso Lezo, el caso Kitchen, el caso Ciudad de la Justicia, el caso Villarejo, Valencia era una fiesta. En Madrid, con Esperanza Aguirre como principal responsable (con sus buenísimos gestores Ignacio González y Francisco Granados), según el informe que, tras cuatro años de investigación, publicó en 2019 la Comisión de Investigación sobre la Corrupción Política de la Asamblea de Madrid. Muchos son aún los investigados y procesados del PP madrileño, y por la trama Gürtel siguen en prisión Alberto López Viejo, Jesús Sepúlveda Recio, Guillermo Ortega Alonso y Enrique Clemente Aguado.

Aunque, en todo caso, solo serían buenos gestores de los peores intereses (es decir, de los suyos propios), la verdad es que, desde este lado de los banquillos y las rejas, tan buenos gestores no parecen. Pero el mantra les ha funcionado y aspiran a que les siga funcionando, como ha recordado la vicepresidenta Yolanda Díaz en el acto de presentación de la candidatura de Unidas Podemos a las elecciones madrileñas del 4M: “Frente a lo que nos dicen, hemos demostrado que sí sabemos gestionar”. Sí. Solo que gestionar para los intereses comunes no lo consideran gestionar bien, porque se quedan sin contrato, sin sobre, sin mordida, sin la garantía de todo que les proporciona, generación tras generación, la familia, el club, la casta. El problema no era demostrarlo, sino vencer las resistencias para poder hacerlo, las barreras para poder entrar a jugar en el tablero donde están el dinero público y el poder de distribuirlo, la obstrucción de la participación legítima de las izquierdas en el poder legislativo, el combate por tierra, mar y aire (y hasta con explosivos) frente a quienes al menos tratan de defender los intereses comunes.

La derecha ha acuñado la idea de que la izquierda no sabe gestionar porque la izquierda quiere gestionar de otra manera: desde la construcción (no confundir con ladrillo), el amor, el diálogo, los cariños, la diversidad, por parafrasear a la estimulante ministra de Trabajo y Economía Social. Y si la izquierda no ha tenido muchas ocasiones de demostrar que tal afirmación es una interesada falacia es porque ha sido vetada de los espacios de gestión. El auge de la ultraderecha no es sino una reacción natural al hecho de que las izquierdas hayan alcanzado esos espacios. Y lo hayan hecho además por sus propios medios y con su propio trabajo, sin el aval de un apellido compuesto o de la falta de escrúpulos necesaria para servir a un capo.

Precisamente a esto se refiere Pablo Iglesias, candidato a la presidencia de Madrid, cuando hace un llamamiento a “la gente humilde”. Es un llamamiento a defender la sanidad y la educación públicas, las políticas feministas, la transparencia en el uso del caudal público, las políticas sociales. Un planteamiento de gestión que es lo contrario a la gestión corrupta de las derechas. La verdadera libertad es que, como gente humilde, no roben de las arcas públicas, no te exploten con un contrato leonino de trabajo, no te desahucien, no te retiren los presupuestos de igualdad, no te eliminen de la ecuación porque lo suyo no son políticas públicas sino planes de negocio privados del que llevarse una buena tajada. Eso es lo que han hecho en Madrid los buenos gestores a los que votó aquel colega sin muchas luces que tuve allá por los años 2000. Esa falacia de buena gestión que no solo ha destrozado la sanidad y la educación, sino que viene ahora de la mano de una ultra derecha de apellido compuesto o pelo en pecho, que siempre estuvo escondida en sus filas. Esa ultra derecha exige ahora (sin complejines, acordaos) su cuota de un pastel que no es otro que el de nuestro dinero y nuestra libertad para gestionarlo. Tengamos la humildad suficiente como para ser capaces, aún, de confiar en los buenos gestores de verdad.

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